Iowa City.

La compañía de camiones vinculada con el reciente caso letal de tráfico humano en Texas se estaba promocionando como un éxito de la economía estadunidense: una firma familiar cuyos choferes eran muy trabajadores y ayudaban a mantener funcionando a la economía de Estados Unidos.

Sin embargo, detrás de esa imagen estaba un negocio que burló las leyes federales durante años y aun así logró mantenerse a flote, a pesar de problemas financieros y enredos con fiscales, reguladores y recaudadores de impuestos, según registros públicos y entrevistas con conductores que trabajaron para ella.

Ahora, Pyle Transportation enfrenta la mayor amenaza a su supervivencia, después de que uno de sus choferes por contrato independiente fue acusado de la muerte de 10 inmigrantes hallados en un sofocante remolque de un camión Pyle bajo el calor de 37 grados centígrados (100 Fahrenheit) de San Antonio.

Pyle afirmó que no sabían nada sobre una posible operación que las autoridades federales han descrito como sofisticada y posiblemente vinculada con un cártel mexicano del narcotráfico. Los reguladores federales han lanzado una pesquisa sobre los antecedentes de la compañía en cuestiones de seguridad.

El conductor, James Bear Bradley Jr., de 60 años, le ha dicho a los investigadores que no estaba al tanto de que hubiera inmigrantes en el remolque, y dijo que escuchó sus ruegos después de que se detuvo el domingo en un Walmart a orinar. Los investigadores dicen que decenas de inmigrantes estaban apiñados en el oscuro remolque después de haber sido contrabandeados a través de la frontera.

Brian Pyle, propietario de la empresa, ha dicho que no sabía nada del contrabando de seres humanos, pero el lunes declinó comentar sobre las operaciones de la compañía y no devolvió los mensajes adicionales que se le dejaron el jueves para solicitarle sus comentarios al respecto.

En su sitio de Internet, que ya no está en línea, Pyle Transportation anunciaba su flotilla de camiones para traslado de productos refrigerados como carne, frutas y verduras, sin retrasos, con publicidad acompañada de música alegre y fotos de camioneros sonrientes. Estos, sin embargo, aseguraron que eran obligados a conducir demasiadas horas sin descansar, debían falsificar sus bitácoras y, bajo presión de la compañía, violaban las normas federales de seguridad al transportar cargas con exceso de peso y con plazos de vencimiento no realistas.