ace dos días, el sábado, hablé con Rius en su casa de Cuernavaca. Su voz lenta era la de un enfermo cansado y ya un poco harto, pero su cabeza estaba lúcida, centrada. Lo acompañaban Micaela, su mujer, y Citlali, su hija. Por cierto, los tres vivían en el Paseo de Citlali (en honor a Citlali), a la sombra de un árbol maravilloso. Los muros de la recámara de Rius cubiertos de libros también le hacían buena compañía. Es a lo que me dedico ahora, a leer
–me dijo en alguna visita con El Fisgón y con Jesusa Rodríguez: Mira, alcánzame a Marx para criticarlo
.
No sólo hemos perdido a Rius, también a Jaime Avilés, espléndido cronista, notable editorialista y autor de Desfiladero, posiblemente el hombre más libre que haya conocido, a quien quise mucho y siempre me encantó leer por su soberbia y su capacidad de transgresión. Monsiváis lo consideraba un genio
.
Hace años, en El Hábito, Jaime escribió muchos de los guiones de las obras de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, y era fácil verlo a la una de la madrugada en el cabaret. Los tres eran cómplices y se reían felices de las miles de funciones en las que deshicieron a nuestros sucesivos gobernantes y se pitorrearon de toda nuestra cursilería.
Jaime se enojó con el subcomandante Marcos y escribió un libro: Adiós cara de trapo, y sus crónicas fulminantes en La Jornada quedarán para siempre como la memoria del gran periodismo. Traducido al italiano y al francés, sus obras Manicomio del poder y Nosotros estamos muertos lo convirtieron en uno de los críticos más ácidos de los poderosos. Lo que más me duele es la desaparición de Jaime Avilés antes del triunfo de López Obrador, porque Jaime le apostó a AMLO desde el primer momento.
En el hospital de Cancerología en Tlalpan el trato a Jaime era común y corriente y un poco a la ahí te vas
, pero apenas se apersonó Andrés Manuel en una visita imprevista, médicos y enfermeras lo cubrieron de atenciones, porque Avilés lo merecía todo.
Nos llueve en nuestra milpita
, dice El Fisgón. En un solo día se nos van dos guerreros, dos inteligencias, dos críticos indispensables. La muerte de Eduardo del Río, Rius, es irreparable. Michoacano como José María Morelos, Lázaro Cárdenas, el cardiólogo Ignacio Chávez, el pintor Alfredo Zalce, el caricaturista Rogelio Naranjo, el Premio Nobel de la Paz Alfonso García Robles y los hermanos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte, y Melchor Ocampo, Rius fue uno de nuestros grandes pedagogos, el más amado, el más celebrado.
En 1954 lo acogió la revista Ja-já, pero fueron Los Supermachos y luego Los Agachados, publicados a finales de los años 60, los que lo convirtieron en el Rius que nos guió.
Rius fue nuestro Piaget, nuestro Freinet de la escuela activa, Ivan Illich su vecino en Cuernavaca, Skinner el padre del conductismo, Pestalozzi, Montaigne y Federico Froebel, todos hechos croqueta. Rius fue, sin proponérselo, uno de los grandes educadores de México del siglo XX.
Él me educó, él me enseñó, por él soy la luchadora que soy
, declaró Jesusa Rodríguez en un gran homenaje en El Estanquillo, y confirmó que lo devoró desde niña. “Cuando estaba en sexto de primaria me dejaron una tarea de civismo sobre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y se me ocurrió hacer precisamente una historieta a la manera de Rius. Los copié uno a uno, casi los calqué y me saqué 10. Los monos
dibujos de Rius convirtieron a la caricatura en escuela.
“Nadie más creativo y sobre todo más mexicano con sus Supermachos y sus Agachados. Me hacía reír a carcajadas con sus comentarios en boca de algún personaje popular y eso aligeraba la lección que nos daba en cada número. Rius siempre dio en el blanco. También leía yo a Germán Butze y devoré La familia Burrón, de Gabriel Vargas, pero quien más me enseñó y más sigue enseñándome es Rius. Soy su fan incondicional y le rindo pleitesía”.
Aunque tendríamos que preguntarnos qué caricaturista es de derecha, los libros de Rius fueron mucho más que los de un gran caricaturista. Rius nos enseñó, informó y politizó a millones de mexicanos. Después de su libro Cuba para principiantes, en defensa de la revolución castrista, Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él?, publicado en 1965, Rius le puso agua a su vino y se echó para atrás. Casi 30 años más tarde, en 1994, Rius, honrado a carta cabal, hizo pública su decepción en Lástima de Cuba, y aclaró que su Cuba para principiantes era la obra de un novato.
Todos los moneros amaron a Rius por su capacidad, pero también por su modestia. Secuestrado en 1968, fue uno de los santos de Rafael Barajas, El Fisgón, que creyó más en él que en la Virgen de Guadalupe. Y yo creo más en El Fisgón que en Dios padre.
Todo lo que sé y sabré jamás de marxismo se lo debo al Marx para principiantes. Las historietas de Rius sobre la divinidad de Jesús, Cristo de carne y hueso, Jesús alias el Cristo, El católico preguntón, La Iglesia y otros cuentos, Puré de papas, Cada quien su Dios y La Biblia, esa linda tontería, que asegura que Moisés no existió, me quitan el sueño pero hago todos los esfuerzos del mundo para ya no ser tan babosa.
Durante años tuve sobre mi máquina de escribir Olivetti una calcomanía de Los Supermachos, que luego se convirtieron en Los Agachados, así es que pensé en Rius a mañana, tarde y noche. “¡Ah, trae usted a Los Supermachos!” me decían hasta en Estados Unidos, porque de esa historieta se vendieron 250 mil ejemplares semanales.
Rius fue el más entrañable de los caricaturistas y su vastísima obra no sólo es la educación política de los mexicanos sino su educación sentimental. Qué bueno que Los Supermachos se encuentren ahora en una enorme exposición en los pasillos del Metro Zapata, al lado de La familia Burrón, de Gabriel Vargas. Qué bueno que su esposa Mica y su hija Citlali, que lo han acompañado, puedan visitarla porque se sentirán arropadas por Calzonzin y Doña Eme, y seguro sonreirán ahora que todos necesitamos un motivo para sonreír.