ste mes se cumplen 10 años del estallido de la burbuja inmobiliaria estadunidense, que en 2007 provocó una crisis económica global de gran trascendencia.
Dieciocho meses después del acontecimiento la caída en la producción industrial global era tan severa como la de 1929, en tanto que los volúmenes del comercio global se contraían más rápido que en aquel año y las bolsas de valores se desplomaban también en mayor medida que en la Gran Depresión. La dureza de los primeros impactos recesivos se explica porque el crédito se había expandido de manera colosal, incrementando exponencialmente los riesgos.
Este agosto es posible decir que desde el punto de vista productivo en prácticamente todos los países se han recuperado los niveles que se tenían en 2006. Pero desde el punto de vista del empleo los impactos de la crisis siguen presentes, aunque relativamente reducidos. Mucho de lo que vivimos y que ha sorprendido al mundo, como el Brexit y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, se explica por los impactos laborales de la primera crisis económica del siglo XXI. Se ha planteado que mientras la parte económica de la crisis por fin parece superada, la política no sólo sigue abierta, sino que parece ampliarse.
Durante los años previos a 2007 la expansión del crédito estuvo sostenida en modificaciones sustanciales en las prácticas bancarias y financieras, en la aparición de nuevos agentes financieros involucrados en la operación, en el abandono por los bancos centrales de la supervisión del sistema financiero, en la liberalización de los requisitos de capitalización que permitieron que el apalancamiento se incrementara sustancialmente, en la aparición de instrumentos financieros que se colocaron globalmente y que eran asombrosamente opacos, y en la colusión de las agencias calificadoras con las entidades y los valores financieros que calificaban. Este conjunto de modificaciones operaron una masa creciente de crédito que involucraba riesgos que aumentaban exponencialmente.
Diez años después, el funcionamiento económico global dista mucho de acercarse al potencial de crecimiento que existía en 2006. Persisten endeudamientos excesivos en diversos actores globales, algunos países presentan déficit preocupantes en su cuenta corriente y otros un superávit que genera impactos negativos en países vecinos. Parte de esto ha generado un regreso a visiones proteccionistas que se pensaban superadas y que pueden provocar en el futuro cercano complicaciones en diversas regiones. La renegociación de Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) forzada por Estados Unidos es un ejemplo de la relevancia de visiones económicas que hoy carecen por completo de fundamento económico.
En el mundo, como lo señala Michael Spence (Cómo explicar la recuperación global en medio de la recesión política, Project Syndicate), numerosos países emergentes junto con los gobiernos de Europa continental han llegado a la conclusión de que Estados Unidos y Gran Bretaña no son más aliados ni socios comerciales confiables. Por eso China y, en general, los países asiáticos han decidido encabezar la cooperación económica global y la defensa del comercio libre. En marcado contraste, el gobierno mexicano, potencialmente afectado por los vientos proteccionistas estadunidenses, no parece haberse convencido de que la administración de Trump no puede impulsar una revisión del TLCAN que le convenga a nuestro país.
Es evidente que no será fácil revertir la manera en la que está organizada la economía mundial en función de los patrones de la globalización que se han establecido. Intentar hacerlo, como lo impulsan algunos gobiernos, causará severas afectaciones en el funcionamiento global. En este sentido, lo que pasa recuerda la situación en 2006, cuando los riesgos crecían exponencialmente y las llamadas de atención no eran escuchadas. En realidad, resultó que al estallar la crisis el mundo de los que operaban la economía y el de los economistas permanecía confiado en que los propios mercados corregirían los excesos.
En el momento actual crecen las tensiones geopolíticas, Corea del Norte-Estados Unidos e incluso China, por ejemplo, al tiempo que las instituciones internacionales creadas para dar certidumbre el rumbo global pierden credibilidad, agregándose al impasse de la inversión. Así las cosas es claro que los riesgos aumentan y nadie toma medidas para reducirlos. Si a ello se suma la opresiva desigualdad del ingreso y de la riqueza, que impulsan el descontento social llevando a apoyar soluciones inviables, los riesgos parecen estar a punto de dejar de serlo para convertirse en estallidos, como el de la burbuja inmobiliaria de agosto de 2007.