ste martes por la noche, amodorrado, dormitaba mientras transcurría el noticiero televisivo y, sorpresivamente, desperté con el anuncio de la muerte de Jaime El Contra Avilés, de gratos recuerdos, y también dieron la noticia del deceso de Eduardo del Río, Rius, el artista del estilo que se volvió ideología. Lentamente el espíritu fue dejándose ganar por una rara conformidad. ¡Qué de recuerdos de las comidas previas a las corridas de toros en el restaurante El Ruedo!, vecino de la Plaza México.
De lejos llegan las imágenes de esas tertulias en que todo se discutía, incluso que sirvieran un plato del que se caían los chicharrones y Jaime padre siempre tan elegante protestaba ruidosamente. El discutir hasta el apasionamiento era la forma tranquila de conversar. Cada semana las cuchufletas dirigidas a los toreros españoles: Ponce, Manzanares, El Juli, parecían referirse a mi familia y mis ancestros hasta llegar a Hernán Cortés. Sin sentirse, del toreo se pasaba a la política, y Jaime hijo resultaba el más fanático, admirador y conocedor de la política de Andrés Manuel López Obrador. No en balde dejó testimonio de ello en libros y artículos.
En estas tertulias la belleza y el toque de mansedumbre los ponía Juncia, hija de Jaime hijo y nieta de Jaime abuelo. Alumno aventajado era su hermano Julio. Viven estas estampas llenas de alegría de la vida que se fue y quedó ojos adentro, ganando el espíritu con su música callada que declinaba suavemente a los primeros acordes de la banda de la Plaza México y sus pasos dobles, sones que eran anuncio del fin de la tertulia y el paso a la plaza de toros a proseguir las discusiones interminables que solían molestar al empresario.
La más clara y transparente de las cervezas tornaba la discusión en poesía taurina, donde se expresaban los sentimientos ante la muerte. Esa poesía que desaparece al carecer del toro negro, renegrío, el cinqueño bravo y pujante, tiracornadas al que los toreros de hoy día no quieren ver ni en el cine y que dio motivo a Federico para fijar la identidad entre el duende y la muerte.
Terminábamos de acuerdo con ese duende que se encuentra en el arco vacío, si de verdad se tiene, hay que sentirlo para comprenderlo, lleno como está de aspiración melancólica y vaga. Aire mental que sopla sobre la cabeza de los muertos. Duende torero que busca la muerte y la burla con arte, y día con día se nos va. ¡Cómo me pesó dejar de verme con Jaime después de su salida de La Jornada, donde tantos éxitos cosechó! ¡Nos vemos, Jaime!