a palabra crossover y el concepto al que se refiere pueden representar, si no se tiene cuidado, un paseo por la cuerda floja y en ocasiones, incluso, un salto al vacío. La historia contemporánea de la música abunda, es cierto, en ejemplos de artistas que han transitado con fortuna entre un género y otro, pero también es dolorosamente rica en casos en los que la transmutación genérica ha conducido al fracaso. Además, es imposible generalizar en este asunto, que sólo puede ser analizado caso por caso. Para ejemplo: Plácido Domingo cantando a Cri-Cri, nomás no; Sting cantando canciones de John Dowland, ciertamente sí. En este contexto, la destacada soprano mexicana María Katzarava inició el jueves por la noche en el Lunario del Auditorio Nacional una breve temporada de su espectáculo María Katzarava canta Piaf, que representa su primera incursión a lo grande en un terreno del canto que no le es habitual. Sí, Édith Piaf como centro y columna vertebral del show, pero con referencias más amplias a ese singular y entrañable universo cancionero que construyeron junto con ella Charles Trenet, Jacques Brel, Gilbert Bécaud, Charles Aznavour, Georges Brassens, Yves Montand, Serge Gainsbourg, Juliette Gréco et al.
Primer, importantísimo mérito de Katzarava: entender cabalmente que una no imita a Édith Piaf, como tampoco se imita a Janis Joplin o a Celia Cruz o a Billie Holiday. En todo caso, se estudian, se asimilan y se proyectan elementos de estilo propios de esas voces inimitables, con una visión personal. Segundo mérito apreciable, de no menor importancia: ahí donde numerosas intérpretes (nuestras y ajenas) cantan todo, lo que sea, sin despojarse de los ropajes vocales, estilísticos y técnicos de las inefables Toscas, Traviatas, Mimís, Aídas y Normas, María Katzarava asume con inteligencia que la chanson française no se canta como ópera, efectuando los necesarios cambios en la emisión de su voz. La adecuada enunciación de la lengua francesa tampoco le causa problema alguno; véanse y óiganse como antecedente sus recientes y estimables representaciones de La voix humaine de Francis Poulenc. En lo estrictamente musical, la soprano demostró haber pulido y entrenado a conciencia su rico registro grave, indispensable para cantar este repertorio, contrastándolo de manera luminosa con unos agudos potentes y bien centrados; todo ese registro fue bien engarzado con las necesarias pinceladas del canto bronco, rasposo, desgarrado y a veces nasal (pero siempre musical) que caracterizó el trabajo de Édith Giovanna Gassion, alias Édith Piaf, alias La Môme. Dicho de otra manera: Katzarava se bajó del trono de Turandot para transitar por los empedrados del arrabal parisino sin miedo al lodo.
En los arreglos a las canciones, básicamente respetuosos del estilo de la gran chanteuse francesa, se colaron chispazos de rock, de sonoridades ibéricas, algo de tropical, un poco de scat en la voz de María Katzarava, y se escuchó una bienvenida versión de ese gran clásico instrumental que es Caravan, del trombonista boricua Juan Tizol. Para su acompañamiento, Katzarava se rodeó de una banda breve y parca, como debe ser para esta música que más tiene de camerística que de otra cosa: cuatro músicos encargados de piano, teclado, acordeón, batería, percusión, bajo eléctrico, contrabajo, guitarra acústica y guitarra eléctrica. Y ya que menciono la cualidad camerística del show ofrecido por la cantante, comento también que si bien las circunstancias y el espacio no daban para realizar el recital 100 por ciento unplugged, bien podría reducirse un poco el nivel de amplificación y reverberación para lograr un perfil sonoro más realista y, sobre todo, más intimista. Si la presión natural del debut de un proyecto como éste se reflejó en un desempeño escénico un poco tenso, es de suponerse que María Katzarava, con su ya amplia experiencia teatral, estará más relajada en las funciones subsecuentes de su homenaje a Piaf, hoy y mañana en el Lunario.