tra vez en Barcelona. La ubicuidad del mal. La gente se pregunta, de nuevo, cuánta maldad puede haber. Y con mucha incertidumbre piensa si la situación puede mejorar aunque sea un poco.
Barcelona es el más reciente caso de la muerte colectiva sin sentido perpetrada por eso que llamamos terrorismo. Aunque no apliquemos por igual el sentido de ese término a muchas manifestaciones que son esencialmente similares. Ninguna es, o debería ser, aceptable.
Los fallecimientos se producen en muchas partes y los consuman diferentes tipos de asesinos. Ninguna muerte de inocentes, y este término no debería ser controvertido, ha de ser considerada mejor que otra. Nadie se merece morir arrollado por un vehículo en la calle o con un explosivo arrojado sobre su casa. Digámoslo de modo contundente.
No importa que esas muertes ocurran en una importante ciudad europea o en medio de la destrucción en Siria, tampoco lo es si pasa en Guerrero. Pero como sabemos aquí: Dicen que la distancia es el olvido
; Barcelona está más cerca que Alepo y no sólo geográficamente. Nada de esto debería tener justificación.
Detrás de los atentados y los bombardeos hay otras causas, hubiera querido decir: razones, pero me pareció en ese momento un términos excesivo, poco cartesiano.
Quienes se asombran de las posibilidades del mal han de saber que no tiene límites. No es cuestión de la voluntad individual y, por lo que hace a la voluntad colectiva, esa parece estar entretenida en otra parte, en otros asuntos.
Los filósofos de distinto cuño se han devanado los sesos durante siglos por ofrecer posibilidades de conciliación en el seno de las sociedades. No obstante, son continuamente rebasados por los hechos asociados con diversas formas del ejercicio del poder, sean religiosas, políticas, militares, económicas o todas ellas juntas.
No existen hoy las condiciones necesarias y suficientes para contener al mal. ¿Es que alguna vez las ha habido? Hoy está más presente, más cercano; ocurre prácticamente en tiempo real, nos enteramos casi de inmediato cuando sucede un atentado, se habla de ello a detalle en los noticiarios todo el día, se escribe sobre sus formas y significados, se defienden explícita o implícitamente intereses diversos. Habrá quien intente de cierta manera tener algunos pensamientos claros. Todo es más impactante y, por eso, más efectivo.
Sea quien sea el que lleva a cabo el mal, no puede, finalmente, justificarlo. Unos mueren en el intento y hay quienes los llorarán. Otros viven con daño sicológico por el resto de los días y nadie se ocupa de ellos, como quedó expresado en la pantalla en uno de miles de casos, el de American Sniper.
Y, claro, otros más, los que lo conciben y lo ordenan desde sus lugares protegidos, por los motivos que sean, cobran los réditos. Como siempre ha sucedido. Los imanes radicales no mueren en los atentados y la historia de Halliburton y el gobierno estadunidense es muy conocida. Llanas manifestaciones del poder, ni siquiera de una determinada ideología.
Barcelona aparece como un episodio más del conflicto centrado en el Medio Oriente, con un actor protagónico que ha sido el ISIS y sus redes extendidas más allá de aquella región. Este conflicto no sólo involucra a Estados Unidos y Europa, pues los intereses rusos, turcos y chinos también están en la mesa. No pueden dejarse fuera de manera intencionada o mañosa.
Que haya enormes intereses económicos en juego no es noticia. Eso sería como afirmar lo que es evidente: que la globalización está diseñada por los intereses del capital, donde quiera que se asiente.
El asunto crucial es qué se dice después de lo obvio, sin dejar fuera lo que no conviene a nuestra manera de ver las cosas, con qué elementos se analizan los hechos, cómo se plantean las posiciones relativas de los actores y las posibilidades de los conflictos.
El asunto es, también, como se evita creer que está uno colocado en el bando de los buenos, de los que tienen razón, de quienes ven las cosas con claridad, de quienes sólo perciben lo blanco y lo negro, sin la gama de grises y en las circunstancias en las que prevalece el mal. No se trata de un relativismo a ultranza, sino de un necesario comedimiento intelectual.
Es posible enumerar las causas del mal en largas listas. Ninguna de ellas puede tenerse por objetiva, tampoco por completa, hay siempre un sesgo de algún tipo. No puede ser de otra manera.
Las expresiones del mal no tienen contención en el contexto económico y político-militar que priva hoy en el mundo. Los espacios se abren y en ellos se amplían sus formas y sus justificaciones. Nadie justifica el bien, porque no debe tener disculpa.
Las repercusiones de la crisis económica y la segregación social en Europa provocan la radicalización. Ésta se retroalimenta con los efectos de la invasión y la guerra que desde el inicio de este siglo se extiende desde Afganistán e Irak. La migración que se ha producido desde Asia central y el norte de África está, ciertamente, cargada de racismo. El capital no tiene fronteras. El río está revuelto.