Sábado 26 de agosto de 2017, p. a16
Un acontecimiento mayúsculo está por ocurrir en el ámbito cultural de México.
Este jueves 31 de agosto, a las 20 horas en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), el pianista mexicano Abdiel Vázquez, convertido ya en una eminencia, el tenor estadunidense Joshua Dennis y su paisano el barítono Michael Chioldi pondrán en vida una partitura monumental: Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra), de Gustav Mahler (1860-1911).
Será el inicio espectacular del máximo foro pianístico en el país: el Festival Internacional de Piano En Blanco y Negro, que llega a su edición 21 con una programación de excelencia, realmente fuera de serie.
No hay programa, en los 12 distintos conciertos que se efectuarán en el auditorio Blas Galindo del Cenart, que quiera perderse ningún melómano que se precie de tal.
La información en detalle del festival está a disposición de todos en la página web del Cenart: www.cenart.gob.mx
Y este es el vínculo de la página principal con la que La Jornada dio a conocer el acontecimiento:
Este festival anual fue creado por un amante de la música de piano, nuestro querido amigo Rafael Tovar y de Teresa (1954-2016), y mantenido en alto por Ricardo Calderón, director del Cenart y también melómano experto, con la inapreciable curaduría de alguien que sabe de piano y de pianistas como pocos: el crítico de música y pianista Lázaro Azar, a quien debemos el privilegio de estos 12 programas de primer nivel que se iniciarán el próximo jueves con La canción de la Tierra, tema ahora del Disquero.
En poco tiempo, el término mahleriano
ha pasado de la exquisitez a la ambigüedad, por el afortunado crecimiento de público interesado en esa obra inabarcable: nueve sinfonías, una décima inconclusa y La canción de la Tierra, que es una Sinfonía para tenor y contralto (o barítono), además de los ciclos de canciones, un summun colosal donde ese compositor austriaco vuelca sus obsesiones, bascula entre lo grotesco y lo sublime, enardece por igual que provoca sonrisas, ya de ternura, ora de ironía, porque es capaz de elevarnos a lo más alto y a la menor provocación soltar gemidos de autocompasión o en el mejor de los casos, gracejadas.
Sin duda el Adagietto de su Quinta Sinfonía y los adagios de la Sexta y Novena se salvan del furor hiperbólico en que suele incurrir en muchas ocasiones, y pueden considerarse entre las páginas más bellas escritas después de Mozart y antes de Arvo Pärt.
Pero La canción de la Tierra se cuece aparte. El sexto y final de sus movimientos, titulado Der Abschied (La despedida), está más allá de lo sublime. De hecho, su obsesión tanática queda reducida a nada gracias a eso, a la nada, como si un espíritu zen lo hubiera tomado entre sus brazos y le hubiese dicho: calma, muchacho, la vida es bella, la dualidad Eros/Thánatos tiene solución en la felicidad de la estancia en esta tierra (Erde). No es casualidad que el momento de liberación que experimenta el escucha, al final de este movimiento, lo haya titulado el propio Mahler así: Die liebe Erde überall (la amada tierra, doquier).
Así como las primeras cuatro sinfonías de Mahler tienen su punto de partida en la poesía y en sus ciclos de canciones (por eso suelen ser referidas como las sinfonías Wunderhorn
, en atención al nombre de uno de esos ciclos), La canción de la Tierra indaga en la poesía antigua también, en este caso un poemario de poesía china: de 80 poemas, Mahler eligió 7, cuatro de los cuales son de la autoría del gran maestro Li Po.
De por sí ese poemario chino ya había sido manoseado
por el traductor al alemán, Hans Bethge, y el propio Mahler le puso más de su cosecha, neurótico obsesivo como había sido diagnosticado por Theodor Reik, discípulo de Sigmund Freud, e intentó titular, de plano, la obra entera como Canción del dolor de la tierra
, enfermo de melancolía el pobre hombre (misógino, además: Alma Schindler, conocida también como Alma Mahler a pesar de que encontró el amor en Gustav Klimt, Oskar Kokoshka, Walter Gropius y Franz Werfel y no en su marido, Gustav Mahler, mujer libre como era, no alcanzó sus metas como compositora y pianista, devorada por el ogro filantrópico, o cilantrópico, si le ponemos un poco de humor y le quitamos el drama a toda esta historia del dramático Mahler).
A pesar de sus compulsiones tanáticas y melodrámáticas, Gustav Mahler alcanzó en los pasajes que referí (el adagietto, los adagios) y en el movimiento final de La canción de la Tierra, lo sublime.
Y como en música lo que importa es el resultado sonoro, podemos hacer de lado mis consideraciones mahlerianas y decir que la música de Gustav Mahler siempre es un acontecimiento. Escucharlo en vivo, un raro privilegio. Curiosamente, la semana pasada la Sinfónica de Minería programó La canción de la Tierra en su versión orquestal, la más conocida, con los resultados previsibles: una orquesta de primera, sin director, o más bien con una batuta bien intencionada.
El acontecimiento mayúsculo consistirá, este jueves 31 en el Cenart, en que podremos escuchar, en vivo, la versión original de esta obra, para piano, con el excelente solista mexicano Abdiel Vázquez y dos cantantes estadunidenses: el tenor Joshua Dennis y el barítono Michael Chioldi.
Mientras corre usted, amable lectora, distinguido lector, a la taquilla para asegurar su entrada a ese concierto imperdible, recomiendo dos grabaciones discográficas de La canción de la Tierra en su versión para piano:
La de Cyprien Katsaris, con el tenor Thomas Möser y la mezzo-contralto Brigitte Faessbander, que es impresionante; y también recomiendo la versión del austriaco Harmut Höll, quien fue el pianista de la última etapa de Dietrich Fischer-Dieskau, y en esta grabación, entre otros asombros, suelta un relámpago fulminante, en un efecto entre cluster y glissando, y en la voz solista está su esposa, la japonesa Mitsuko Shirai, cuyo tránsito de soprano a mezzo le confiere una magia especial en su interpretación de esta obra de por sí tan llena de misterio y magia.
Pero nada como escuchar en vivo esta versión para piano y voces. La oportunidad está ahí, el jueves 31 de agosto. Mahlerianos y no mahlerianos del mundo, corramos presurosos a la Blasga, manera cariñosa y familiar como nos referimos a esa sala de conciertos que es el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes, convertido ahora en catedral de la música para teclado, con el inminente Festival Internacional de Piano En Blanco y Negro.