n una reciente visita al suntuoso Palacio Postal, sede principal del servicio de correos nacional, nos enteramos que la directora se encontraba en Washington, Estados Unidos, para participar en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Ante nuestra sorpresa, ya que pensábamos que el añejo servicio estaba en declive debido a los nuevos sistemas de comunicación: correo electrónico, Whatsapp, Facebook y demás; resulta que en esos medios actuales tiene un importante papel.
La entrega de paquetería de mercan-cías que se compran por medios electrónicos es más barata por el servicio postal y es el único que tiene a escala nacional una cobertura de 97 por ciento. Así como como lo ha hecho a lo largo de los siglos, el servicio postal se adapta a los nuevos tiempos.
No hay que olvidar que el correo tiene antecedentes desde la época prehispánica. En las culturas zapoteca, mixteca, tarasca, azteca y maya se desempeñó mediante postas, realizadas por atletas que corrían largas distancias. Los aztecas construyeron albergues o postas llamadas techialoyan, que consistían en torrecillas ubicadas aproximadamente cada seis millas para el descanso y relevo de los payanis o corredores ligeros, y de los iciuchcatitlantis o mensajeros, que van de prisa
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Al comienzo del Virreinato no existía aún el servicio de correo organizado, la forma de enviar los mensajes era por medio de algún conocido, que lo hacía llegar al interesado y en casos urgentes contrataban un mensajero propio.
En 1580, por cédula real de Felipe II, se le concedió el empleo de Correo Mayor del Reino a Martín Olivares. El 21 de agosto de ese año se estableció la oficina atrás del Palacio Virreinal, lo que llevó a que así se bautizara la calle, que milagrosamente aún conserva el nombre.
Tres lugares más ocupó la oficina del servicio postal hasta que finalmente Porfirio Díaz mandó construir un soberbio palacio, logrando simultáneamente una mejoría en la atención y dio una demostración al mundo de la prosperidad de México. El sitio seleccionado fue el que había ocupado el Hospital de Terceros, perteneciente a la orden de San Francisco.
El diseño fue encargado al arquitecto italiano Adamo Boari, autor también del Palacio de Bellas Artes. La construcción la realizó el excelente ingeniero mexicano Gonzalo Garita.
Boari diseñó un edificio de cuatro pisos, en cuya fachada expresó extravagante creatividad, ya que le imprimió formas moriscas, como las que podemos ver en los arcos polilobulados y en los alfices (las repisas de las ventanas), formas góticas en las cresterías (son los adornos calados hasta arriba de la fachada) y renacentistas, en los arcos de medio punto, logias y diversos adornos. Se le ha comparado con un palacio veneciano.
La puerta principal, en chaflán, tiene vista a dos calles y resalta por la presencia de una marquesina de hierro.
La cimentación fue un reto: lograr que un edificio de tan enorme peso no se hundiera en el suelo fangoso de la Ciudad de México, que, como sabemos, era un lago. Se realizó una estructura con base de columnas y viguetas de acero que distribuyen el peso del edificio, le dan estabilidad y resistencia al fuego, sistema que ha probado ser muy efectivo.
Desde sus inicios, el edificio contó con las instalaciones más modernas: teléfonos, alumbrado eléctrico y elevadores. Una novedad a principios del siglo XX.
En el interior tiene un amplio vestíbulo, de donde parte la majestuosa escalera que divide las áreas de oficinas de las de servicio al público. Deslumbra el lujo y la belleza de formas y materiales: mármoles, escayolas, granitos y una impresionante herrería, que realizaron en la ciudad italiana de Florencia.
Tanto garigoleado nos recordó la yesería que adorna el bar la Ópera, que se encuentra a la vuelta del Palacio Postal, en 5 de Mayo 10. Con orígenes desde la segunda mitad del siglo XIX, conserva la decoración y mobiliario originales. Sus caracoles en salsa de chipotle, la lengua a la veracruzana y el chamorro son de lo mejor.