i me preguntan si me gustan los zapatos tenis estilo botín, tengo que admitir que sí, que incluso me encantan (a pesar del prejuicio que todos estos años tuve ante cualquier estilo de zapato tenis); pero al mismo tiempo, también debo confesar que encuentro en extremo incómodo y trabajoso usarlos. Esto, estrictamente debido a mi necesidad de que las agujetas, cuando son largas, largas, y planas, estén derechas al pasar entre los (demasiados) ojales y aun al anudarlas y rematar el procedimiento con los debidos moños (palabra esta última que uso con dificultad; otra manía con la que he vivido siempre, en esta ocasión debido a la letra eñe, que me cuesta incluso pronunciar, pues intentarlo estorba y cosquillea el paladar, tanto así que opto por sinónimos cuando alguna palabra la incluye, es decir, y siempre y cuando la palabra eñeosa
los tenga). Así que agujetas abrochadas o atadas sin pliegue alguno.
No es fácil vivir con estas manías y necesidades que digo; llega a ser, para precisar, implícitamente lastimoso y hasta vergonzoso. No sólo porque quien las sufre ocupa excesivo tiempo en ellas, incluso cuando se trata de alguien cuyo tiempo él no puede darse el lujo de perder, ya que tiende a tener ocupaciones de veras más importantes que las de amarrarse o atarse, con las agujetas correctamente usadas, sin plisados ni dobleces, los zapatos tenis estilo botín.
Hablo de caprichos y apremios como los que señalo, porque otro prejuicio con el que cargo es el de encontrar detestable referirme a estos asuntos, a estas características de quienes las padecemos, con su nombre científico y exacto. Pongo en práctica mi libertad de expresión y empleo los términos que, sin dejar de ser los adecuados, me gusten más, que me inquieten y perturben menos, que me hagan sentir que vivo a mis anchas porque digo lo que quiero, de la forma en la que quiero decirlo, y sin resultar con mis pruritos ser señalada como una persona evitable, por complicada.
Reflexionar sobre estos asuntos cuando se me atravesó otro, en ese momento sin que yo pudiera imaginarme la razón de semejante irrupción en el curso de mis cavilaciones. Me refiero a que, mientras pensaba en las agujetas y la letra eñe, de pronto empecé a pensar en los coleccionistas, por ejemplo, en Vladimir Nabokov, particularmente debido a su afición por cazar y coleccionar mariposas. Basta con imaginarse a tan solemne figura, vestido como corresponde al cazador de mariposas, con el especial gorrito y visera en la cabeza, sus botas (¿con agujetas?) y con su red profesional en la mano, no sé si en la izquierda o en la derecha, no sé si era zurdo o diestro. ¿De pantalones holgados en el muslo y estrechos de la rodilla para abajo, contra la pierna y sobre los tobillos? ¿Con qué estilo de zapatos? Me parece haber visto alguna vez una fotografía suya en medio de estas ocupaciones campestres, bucólicas, silvestres, de saco largo y abotonado.
En un principio me intrigó y me confundió el cambio brusco de tema en mis pensamientos. No era para menos, pasar de las agujetas y los zapatos tenis estilo botín a la majestuosa estampa de Vladimir Nabokov. Pero al cabo de unos minutos, cuando el desconcierto cedió, se me ocurrió atribuir la abrupta asociación de ideas de la que había sido objeto mi mente a la sencilla conclusión de que las agujetas atadas con uniformidad, con tersura, y el perseguidor de mariposas eran un mismo asunto. ¿Asunto? Bueno, una misma necesidad, una misma manía, una misma urgencia, algo inexplicable a lo que uno llega a someterse con mansedumbre, como si alterar su curso y transcurso equivaliera a caer muerto de inmediato, alcanzado por un rayo.
Hago énfasis en que no es fácil convivir con esta clase de ataduras, tan insidiosas y tan molestas que las estudia la ciencia, y no sólo eso, sino que les da un nombre, nombre que me niego a pronunciar, por más que reconocerlo como identificador de una fragilidad propia, de una inestabilidad propia, ayudaría, quizás, a mitigarla.
Una amiga mía colecciona conchas de nautilos, ese molusco de concha espiral, con el interior dividido por tabiques, que existe desde la era primaria. Un lujo, piezas de museo, presencias ante las que el espectador inclina la cabeza, en señal de una profunda reverencia. Pero a todo esto, ¿quién me explica la relación entre las agujetas, la letra eñe, Nabokov y los nautilos?