uevamente.
“En los caminos yacen dardos rotos;
Los cabellos
están esparcidos.
Destechadas están las casas,
Enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululaban por calles y plazas,
Y están las paredes manchadas de sesos.
Rojas están las aguas cual si hubieren teñido,
Y si la bebemos, eran aguas de salitre
Golpeábamos los muros de >adobe en nuestra ansiedad,
Y nos quedaba por herencia una red de agujeros.
En los escudos estuvo nuestro resguardo,
Pero los escudos no detienen la desolación,
Hemos masticado grama salitrosa,
Pedazos de adobe, lagartijas, ratones
Y tierra hecha polvo y aun los gusanos.”
Anónimo de Tlatelolco (citado por Santiago Ramírez, versión de Ángel María Garibay)
Chiapas y Oaxaca, infinitud que es tragedia, riesgo fatal, estallido del subsuelo en temblor terrorífico (14 mil viviendas dañadas, 98 muertos, 2 millones 300 mil damnificados hasta el momento), muertos y heridos para negar el dolor pasado, por uno nuevo, que arrastra, seduce. Cautivados en el peligro y la desintegración.
Infinitud que es sensación angustiosa del límite entre el país y una luminosidad plateada, que resplandece las cosas y el abismo; el más allá inhumano o sobrehumano.
Impresión opresora de estar en lugar límite, fronterizo, donde la tierra se cierra en redondo, se quiere volar por los aires mientras las nubes pasan y se pierden, se vive fuera de sí.
Temblorosa vibración encendida antes de caer que le imprime el carácter traumático a nuestra manera de ser.
¿De dónde saldrá el apoyo sicológico a las víctimas vivientes de esta tragedia?
¿De dónde saldrá el apoyo que requiere especialización y dificultades en la ejecución?
Sí, nuevamente la muerte y el drama desquiciante y desorganizador en la fría madrugada. Muerte trágica; nuestro destino, complicada elaboración de los traumas de los temblores del 85, Ayotzinapa –¿La Conquista de México?– y múltiples etcéteras. Presagio de nuevas tragedias persiguiendo un amargo destino: patrullas y ambulancias con parpa-deos de semáforos.
Síntesis de la conducta mexicana: repetición de duelos y pérdidas inelaborables, instalada en la pasividad y el letargo añorando la lengua materna que surge de la tierra madre, raíces que se hunden en el terruño que hermana con el sol y con el agua, la sangre y la tradición. Tejido con mil hebras simbologías milenarias que arraigan en el cuerpo de la palabra y la palabra del cuerpo, lengua natal que es gesto y susurro, quejido y quimera. Mitos fueron arrancados de raíz y andan como espectros sin historia, llorando por los hijos no nombrados.
No llegan las plegarias de los más necesitados que han perdido hasta la voz y sólo conservan un sollozo agónico.