uelvo a los dilemas de la reconstrucción, luego de una breve y desagradable visita al mundo raro de los partidos, con sus ocurrencias y humillaciones a la ciudadanía y su flagrante falta de respeto a los damnificados del sismo y a quienes perdieron seres cercanos y queridos. Mal rato y peor trato el que nos han hecho pasar los dirigentes políticos quienes ahora como rebaño al borde del precipicio tuercen la mirada hacia los despropósitos panistas. Primera o segunda estación, pero desde luego no la última y hay que hacer acopio de paciencia y prudencia para capear el temporal que viene, una vez que suene el disparo y empiece la gran carrera sucesoria.
Por lo pronto, sin perderlos de vista, porque se han vuelto especie peligrosa, vayamos a la reconstrucción que el gobierno dice haber ya iniciado. Terminados el rescate y el primer recuento de víctimas y dañados, es lógico que este sea el paso siguiente. Lo que ya no lo es tanto y por ello obliga a prontas y cuidadosas reconsideraciones, es que las estimaciones hechas sobre los costos de la reposición o la reconstrucción sean vistos como casi definitivos, cuando a diario nos llegan noticias de nuevos descubrimientos en matera de daños, cuarteaduras, víctimas no registradas y el panorama del atraso y la pobreza como gran matraz de la tragedia reaparece aquí al lado, en los alrededores de la capital y no sólo en Oaxaca, Chiapas, Puebla y Morelos. San Gregorio no está lejos pero sus carencias y penurias se reproducen con celeridad que supera toda solidaridad y reclama acción sistemática del gobierno y sus agencias.
La reconstrucción, hemos dicho y repetido muchos, no puede verse como mera reposición o como simple reparación, aunque de estos haya mucho por hacer y costear, La reconstrucción debe verse como transformación de infraestructuras, así como de formas de entender y concebir la vida futura en sociedad. Es decir, una transformación de modos de hacer las cosas y gobernar, de instituciones esenciales para el buen gobierno y de organismos diseñados para la respuesta oportuna y el encauzamiento de la solidaridad y la cooperación de los ciudadanos.
Más que a entenderla como el motivo de nuevos ajustes regresivos en las finanzas públicas, deberíamos verla como la razón más que eficiente para un verdadero ajuste, pero a la alza, del presupuesto para restañar las heridas de los últimos años provocadas por la supuesta consolidación fiscal pero sobre todo para sentar las bases de esa reconstrucción transformadora en la cual, como planteara Gandhi, los últimos vienen primero. Esta sería una auténtica reconstrucción que empiece por la básico que no es el dinero que supuestamente nos falta, sino una voluntad dispuesta a cambiar mentalidades y a dar pasos en firme en territorios movedizos y por senderos brumosos, sin un trazo claro y preciso.
Los descontentos comunales, vecinales o distritales, se tornarán litigios rijosos en las regiones y desde luego en esta noble y leal capital de la República. Serán contagiados por el pueril rififí que ya protagonizan los partidos y sus cúpulas y contaminarán los intercambios de los contendientes y sus equipos que buscan ganar la sucesión al costo que sea. Estos serán los escenarios, que no deben servir para amilanar al Estados y los gobiernos que son y serán los principales responsables de las modalidades y alcances que llegue a tener la reconstrucción. La acción ciudadana, llena de entrega solidaria no puede prestarse a servir de mampara para una renuncia inaceptable del poder público a hacer honor a sus obligaciones primigenias. Para lo que ese empuje solidario puede ser decisivo es para la conformación de un vigoroso foro de debate e interpelaciones que se convierta pronto en un contexto civil y cívico de exigencias a los representantes y dirigentes políticos. Ahí sí que podrán darse cita las ganas libertarias con las convicciones más asentadas y dirigidas hacia una gran reforma institucional del Estado y el sistema político. Empezaríamos a vivir y experimentar lo que estas primeras décadas democráticas no nos dieron: llevar la representación plural a los terrenos del ejercicio del poder para volverlo en verdad representativo de los intereses y afanes de una ciudadanía a punto de pasar del enojo y la decepción a la ira y la confrontación. El peor de los homenajes a los héroes y los idos de estas semanas tristes y adoloridas.
Reconstruir sí; pero no para repetir mezquinamente lo mal hecho.