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Los latinoamericanos no sabemos devolverle nada a nuestros países, según el Nobel Miguel Ángel Asturias
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Elena Poniatowska durante la entrevista con el autor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura 1967Foto cortesía de la escritora
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a pregunta y la respuesta: ¿Qué horas son? Las que usted mande, señor presidente, sintetiza la dictadura de nuestro continente en la novela El señor presidente.

El próximo miércoles 25 de octubre en la Sala Manuel M. Ponce se conmemoran los 50 años de la entrega del Premio Nobel de Literatura a El señor presidente alias Miguel Ángel Asturias, gran amigo de México y segundo ganador en 1967 después de Gabriela Mistral en 1945. Su hijo, Rodrigo Asturias –entregado a las mejores causas de Guatemala– trabajó dos años en la editorial Siglo XXI de don Arnaldo Orfila Reynal.

En la inauguración del segundo Congreso Latinoamericano de Escritores y de la Comunidad Cultural Latinoamericana, los cubanos Lisandro Otero, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar se sentaron codo a codo y en la primera fila Miguel Ángel Asturias, El señor presidente, conversó con el brasileño Guimaraes Rosa. Varias veces los escritores solicitaron a Carlos Pellicer que aceptara ser presidente del congreso, y con su voz de lector de cuaresma en retiros espirituales, su voz de Pedro y el lobo, su profunda voz que atraviesa el tiempo, declinó haciéndonos reír: No tengo ni la más pequeña inteligencia y ruego permanecer aquí abajo con todos ustedes, para no verlos de tan lejos.

Citó a Juan Rulfo, a quien le preguntaron alguna vez: ¿Qué es un escritor? Es una isla –respondió. José López Bermúdez insistió: ¿No es tiempo ya de que los escritores, esas islas espirituales, se den la mano y el alma? Benjamín Carrión apoyado en su bastón exclamó: ¡Pellicer es el poeta que mejor le ha cantado a Bolívar! Muchos ojos se quedaron anclados en la figura ancha y alta, en la gran cabeza maya de Miguel Ángel Asturias, cuya presencia física acaparaba toda la atención.

Sentado pesadamente en un sillón, mostró su cara de ídolo maya, parecida a los frescos de Bonampak, sus labios gruesos caídos, su frente alta, sus ojos saltones, su color de barro cocido. Eso fue hace muchos años, pero ahora Bellas Artes le rinde homenaje al medio siglo del Premio Nobel del gran guatemalteco, el tercero de los Nobel de Literatura de América Latina que sólo son cinco: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Gabriel García Márquez y Octavio Paz.

En el congreso le pedí una entrevista y me la concedió en casa de su gran amiga y anfitriona Alaíde Foppa. Primero quiso aclararme que en Francia el interés por América Latina, no sólo es de la Sorbona, de institutos como el Hautes Études d’Amérique Latine o la Casa de América Latina, sino que “nuestra novelística latinoamericana ofrece la historia y la geografía de nuestros países y resulta fácil estudiar sociología de América Latina con sólo leernos.

“He recorrido toda América Latina y tratado a la gente del pueblo y llegué a la conclusión de que los pueblos son todos iguales. Cada uno tiene una forma de hablar, una jerga, un argot especial, pero en el fondo compartimos las mismas pasiones y sufrimientos; anímicamente somos emocionales, no meditativos ni analíticos. Entre nosotros, es el corazón el que manda.

–¿No cree usted que tenemos gran tendencia a la mentira y a la hipocresía política?

–¡No! ¡No! ¡No! Esos sistemitas de clasificación no me parecen. Le voy a decir que para mantenernos colonizados todo el mundo nos agrega cosas; somos subdesarrollados, nuestros intereses son limitados, la ciencias y la tecnología nos son totalmente ajenas, somos esto y lo otro. ¡Recorra usted Europa y se dará cuenta de que allá existen defectos más graves que los nuestros! Allá no hay hospitalidad, ni mano abierta, ni ayuda a quien tiene necesidad. Serán las consecuencias de la última guerra mundial, la dureza de la reconstrucción después de los bombardeos, pero ninguno se detiene en la calle para ayudar. En cambio, en un pueblo de México, de Guatemala, de Bolivia, una persona se desmaya y se detienen 100 personas. Seguimos siendo humanos.

–En las calles del centro de la ciudad de México amanecen muchos borrachos en las aceras y ni quien les haga caso...

–¡Ah, porque esos ya son vicios nacionales!

–¿Ser borracho es un vicio nacional en América Latina?

–No, no, qué va a serlo. No alcanzamos el índice de otros países. Consulte usted estadísticas y verá que no tenemos la supremacía. Hay países europeos tremendos por su alcoholismo y a su lado el nuestro no es elevado.

–¿No cree usted que en América Latina tenemos gran tendencia a culpar a los demás de lo que nos sucede?

–Siempre se culpa a los demás. Efectivamente somos grandemente culpables porque no estamos acostumbrados a darle nada a nuestro país. Nuestros estudiantes reciben todo de las universidades y cuando salen no sienten la obligación de devolver nada de lo que se les ha dado. ¡No parecen darse cuenta de que su educación la paga el pueblo! Y es que tampoco nuestras sociedades les dan un sentido de responsabilidad. Los latinoamericanos no estamos acostumbrados a darle a la patria.

Miguel Ángel Asturias, Rómulo Gallegos y José Eustacio Rivera formaron la gran trilogía de los primeros novelistas de América Latina de los años 20, los que glorificaron al campo, a la pampa, a sus hacendados y a los indios. En su El señor presidente, Asturias recogió todos los giros populares, (ahí encontré con sorpresa la expresión puso pies en polvorosa, que yo creí tan mexicana), y se puso a defender a su país, a los mendigos del Portal, el Mosco, el Pelele, el Patahueca, la Masacuata, en contra del tirano, del Señor Presidente, del dictador. Desde entonces siempre ha estado oyendo a los patarrajadas. De los pobres de nuestro continente salieron sus Leyendas de Guatemala, sus Hombres de maíz, sus poemas, ahora traducidos a tantos idiomas.

Antes de recibir el Premio Nobel, Miguel Ángel Asturias fue dos veces finalista, lo cual atrajo la mirada del mundo intelectual sobre nuestro continente. Embajador de Guatemala en Francia, vivió allá durante más de 30 años, tantos que su tumba se encuentra en el cementerio del Pere Lachaise, en París.

Premio Lenin de la Paz, me explicó que el concepto de la celebridad es absolutamente elástico y no hay un cartabón en que se pueda medir la fama, aunque la celebridad sí puede dar mayor difusión a una obra. Lamentó la mala circulación de los libros en América Latina. “Un novelista, un poeta, necesita años, toda una vida para ser conocido. Piense usted que un libro que se publica en Buenos Aires, llega a México –cuando llega y si es que llegó– ocho meses después. Reto a cualquiera a que me cite seis o siete novelistas bolivianos, que los hay y muy importantes, que no son conocidos no porque no sean dignos de fama. Un novelista boliviano que me parece digno de fama: Jesús Lara, autor de Yanacuna. Al hablar de ella me di cuenta de que nadie la conoce. ¿Por qué? Porque ha sido publicada en Cochabamba, Bolivia. Sabe, Elena, uno de los libros que yo hubiera querido escribir es Pedro Páramo. Me parece admirable Juan Rulfo, cuyo libro ha ido rompiendo todas las barreras en América Latina y forma parte no sólo de nuestro lenguaje latinoamericano, sino del lenguaje universal. No soy sólo soy un apasionado centroamericano y un indigenista, fui dadaísta, surrealista, amigo de André Breton. Ensayé todos los ismos y a medida que maduré fueron acentuándose en mi generación (Vallejo, Neruda, Paz, Pellicer) características de los nuevos valores. Los jóvenes fuimos iconoclastas. En lo personal, me gusta más un joven que escribe cosas que la mayoría no entiende que el que sigue los carriles de la literatura ya hecha. Recuerde que yo fui joven y ayudé con otros revolucionarios a tirar al presidente Estrada Cabrera.