Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de octubre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a Morir

Resistencia consciente

S

e cuenta que la muerte le preguntó a la vida: ¿por qué a ti te aman y a mí me temen? Y le respondió la vida: porque yo soy una ilusión y tú, una realidad.

La vida es tan misteriosa, elusiva, contradictoria, paradójica, engañosa, injusta, absurda e impredecible, más los adjetivos positivos que se quiera añadir, que a lo largo de la historia científicos, teólogos y filósofos han intentado descubrir las características de su esencia, procurando llevar cada cual el agua a su molino, pero sin esclarecer lo que hay detrás de las manifestaciones de la vida y su terminación en este plano.

La reciente pesadilla de los sismos –cuántos más vendrán, cuándo y en qué forma, nadie lo sabe, lo que obliga a afinar mi consciencia en el aquí y el ahora, conmigo y con los demás– mostró, de nuevo, lo azaroso de la vida y la indefensión de los seres vivientes ante éste. Hay un antes y un después que nos marca para siempre a partir de las pérdidas y las reacciones ante éstas.

Comprobado cuasi científicamente que la corrupción somos todos, según la aguda óptica presidencial, y luego de haber puesto en marcha, hace 15 meses, un esperanzador Sistema Nacional Anticorrupción –¿cuántos sistemas se han creado y cuántos funcionan, debido a nuestra irresponsabilidad no a la corrupción de cumplidos funcionarios?–, tiene razón el talentoso Gael García Bernal al afirmar que cuando uno piensa (bien) en la muerte, se siente más vivo.

El problema es que el sistema social que hace milenios nos mata de a poquito, se encarga de imponer a diario la falsa idea de que la vida es materia visible, a veces con ribetes de espíritu creador, pero materia consumible y desechable, hasta convertir al planeta en inmenso muladar. De ahí que algunos expliquen las veleidades del subsuelo como protesta de la madre tierra, no como resultado de licencias de construcción otorgadas por los sin madre.

¿Te has quedado sin vivienda, trabajo o seres queridos? Que esa terrible sacudida sea oportunidad de aceptar, soltar y perdonar –de permitir que afloren tus mejores dones, incluso el sentirte agradecido con la vida–, por cruel e incomprensible que parezca. Tras el terremoto, recuperar estabilidad ante tu vida no sólo con lamentaciones legítimas sino con el firme propósito de entenderte mejor para entender y amar mejor, no para vegetar o victimizarte, pues la muerte no castiga, acompaña nuestro viaje; no nos lleva, sólo dice cuándo tenemos que partir.