Silencios interrumpidos
no ocupa la Casa Blanca, dos son residentes anteriores de ese edificio público, otros son dueños de la fábrica de sueños (y pesadillas) en Los Ángeles, otros se dedican a reportar las verdades al público, muchos son campeones de valores familiares
y todos son hombres acusados de abuso, hostigamiento y violación sexual de mujeres.
No son un club exclusivo. Una de cada tres mujeres han padecido hostigamiento sexual en su trabajo en Estados Unidos, pero 90 por ciento nunca presentan una queja formal según diversos cálculos. La violencia sexual es aún más alarmante: cada 98 segundos alguien –casi siempre mujeres– es sexualmente asaltado en este país y aproximadamente 321 mil 500 personas son sexualmente asaltadas o violadas cada año, y 99 por ciento de los responsables de violencia sexual no enfrentarán consecuencias penales, según cálculos de RAINN, la organización nacional contra la violencia sexual más grande del país (www.rainn.org).
Durante las recientes tres semanas, de repente se ha producido un coro ensordecedor de denuncia y condena contra el hostigamiento y violencia sexual contra las mujeres, una vez más. Y la pregunta es si esta vez algo cambiará.
El capítulo más reciente fue iniciado con un reportaje en el New York Times seguido casi de inmediato por otro en The New Yorker (este último escrito por Ronan Farrow, hijo de Mia Farrow y el director de cine Woody Allen, con quien no habla). En los reportajes varias actrices –algunas de manera anónima, otras por primera vez dando su nombre– acusaron al poderoso productor de cine Harvey Weinstein de acoso, hostigamiento y hasta violación sexual.
Esto se volvió un tsunami de ira y a lo largo de las recientes tres semanas, 60 mujeres han denunciado sus experiencias de abuso y violencia sexual con Weinstein y más de 200 han hecho lo mismo contra el guionista James Toback. Poco después, el jefe de Amazon Studios renunció ante acusaciones parecidas.
Los detalles, a veces muy explícitos, inundaron los medios. Mucho tenía que ver con los nombres famosos: Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Rachel McAdams, Annabella Sciorra, Ashely Judd, Asia Argento, Lupita Nyong’o. Los que no estaban en las listas tenían que comentar sobre el asunto. De repente, y por ahora, quedó prohibido el silencio.
Esto generó otras denuncias de abuso sexual de figuras reconocidas en otros sectores, incluyendo, entre otros, el periodista Mark Halperin, de NBC News y antes de ABC; el crítico literario de la revista The New Republic Leon Wieseltier; el célebre chef John Besh, y ahora hasta el ex presidente George H. W. Bush, quien a sus 93 años de edad se vio obligado a emitir una disculpa desde su silla de ruedas ante múltiples acusaciones de que tocó de manera indebida a mujeres –incluida una actriz– al momento de tomarse fotos públicas con ellas.
Con ello se detonó una masiva conversación pública sobre varias dimensiones de este escándalo y sus implicaciones, el abuso del poder de los hombres contra las mujeres y su tolerancia, y sobre el silencio.
Weinstein, como muchos otros –los casos más recientes son los del ejecutivo en jefe de Fox News Roger Ailes y el presentador estrella Bill O’Reilly–, silenciaban a sus víctimas con acuerdos legales con pagos desde decenas de miles a millones de dólares y/o por amenazas de que sus carreras serían anuladas y sus reputaciones destrozadas.
La caída extraordinaria de estos hombres –Weinstein fue echado de su propia empresa y expulsado de la Academia de Artes y Ciencias del Cine (el gremio de Hollywood), su esposa pidió el divorcio y la policía lo está investigando. Otros como Ailes, O’Reilly Halperin de NBC han sido cesados o se han apartado de sus puestos poderosos– genera expectativas de que esto podría ser el principio de un cambio real.
Pero también hay dudas, ya que no es la primera vez. Recuerdan que todo esto sigue ocurriendo, a pesar de los casos de alto perfil de años recientes, desde el del actor Bill Cosby –acusado por decenas de mujeres de drogarlas y violarlas– hasta los escándalos sexuales de otro ex presidente que estaba por volverse el primer caballero, Bill Clinton, o de las denuncias valientes de la abogada Anita Hill contra Clarence Thomas hace más de un cuarto de siglo que acabaron con ella cuestionada y él ratificado a la Suprema Corte.
Tal vez el ejemplo más devastador para los que luchan contra todo esto es un hombre que sólo el año pasado fue públicamente acusado múltiples veces por varias mujeres de hostigamiento sexual, y quien fue grabado declarando que él, por su fama y dinero, podía agarrar la panocha
de quien se le antojara: el actual presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump.
Y no tienen vergüenza. Sólo la semana pasada, Trump y su vocera reiteraron que todas los que han acusado al presidente de violencia o acoso sexual son mentirosas, y que todo eso son fake news.
Por ahora, las víctimas, mediante actos de valentía individuales que al romper el silencio invitaron a otros –el hashtag #MeToo (yo también) ya cuenta con millones de minitestimonios/denuncias– están generando la solidaridad esencial para derrocar a algunos poderosos y que todos tengan que escuchar su grito colectivo.
Algunos esperan que esto podría renovar un movimiento feminista más radical que incluye también la lucha contra los abusos de poder en todos los rubros. Recuerdan que la primera manifestación masiva de resistencia a este presidente fueron las Marchas de las Mujeres. Algunas de sus organizadoras realizaron su primera convención nacional con más de 4 mil participantes este fin de semana en Detroit, donde entre las oradoras principales estaba Rose McGowan, una de las actrices que denunciaron a Weinstein, para diseñar algunas de las estrategias de lo que esperan será ese movimiento.
Algunos advierten que esto no puede quedarse como un asunto de famosos y los que quieren ser famosos, sino de millones que viven lejos de los reflectores y la fama, pero que se han enfrentado a la misma injusticia inaguantable de sufrir esta pesadilla sólo porque deseaban caminar hacia sus sueños. No es momento de guardar silencio.