chenta y nueve millones de afiliados tendría el Partido Comunista de China (PCCh), según datos ventilados durante el 19 Congreso Nacional de esta organización política, celebrado el 18 de octubre pasado en el Gran Palacio del Pueblo, de Pekín.
Perdonará usted, pero uno nació en la época en que las buenas conciencias racistas nos advertían del peligro amarillo
, que por lo visto acabó en otra suerte de peligro ídem. Me explico: ¿las siglas PCCh valen tanto para un partido comunista y capitalista a la vez? Posiblemente, el gran timonel Mao Tse Tung llevaba la razón al confesar al escritor André Malraux en 1965: la revolución es dura de llevar toda la vida.
Fue en el siglo XVII cuando los filósofos occidentales (John Locke, en particular) se alejaron de las metáforas y abrazaron el lenguaje literal, saliendo de los sueños para investigar el mundo real. Andaban bien encaminados, pues los mercaderes capitalistas de la época exigían describir el mundo físico sin error y sin imaginación.
Imperaban, entonces, los tres principios fundamentales de la lógica clásica; el principio de identidad (A es A), el de contradicción (una afirmación no puede ser a la vez verdadera y falsa) y el del tercio exclusivo (una afirmación debe ser en cada momento verdadera o falsa). En pocas palabras, no hay contradicción cuando lo que se enuncia es la imposibilidad de contradecir el pensamiento. Hasta que llegó Leibnitz (quien no era chino), para decir que todo objeto debe tener la razón suficiente y toda causa para explicar en forma suficiente su existencia.
Registremos, nuevamente, la cifra de marras, pero en números: 89 millones de comunistas (¿o capitalistas?), organizados. Ahora bien, fuera de tonalidades racistas: ¿hay, organizados o no, 89 millones de comunistas en el mundo? Imaginemos lo siguiente: si para explicar su realidad (con fines de cooperación, claro), China enviase a uno por ciento de sus militantes a los 196 estados reconocidos por la ONU (incluyendo el Vaticano), cada contingente estaría integrado por poco más de 45 mil camaradas… o empresarios.
A la hora de auscultar cualquier cosa en lo relativo a China, todo, siempre, será excesivo o algo más que mucho. Hace 750 años, Marco Polo lo descubrió sobre el terreno. Y Napoleón (quien nunca estuvo en la gran nación asiática), estimó que allí dormía un gigante que había que dejar dormir “…porque cuando despierte se moverá el mundo entero”.
Bueno, creo que China viene desperezándose desde 1978, año en que el PCCh empezó a adoptar formas de libre mercado y normas liberales para atraer al capital extranjero. Y hasta 2005, de acuerdo con el World Factbook de la CIA, alcanzó un crecimiento medio de 9.4 por ciento de su PIB, la tasa más alta y sostenida del mundo (Datos de Explorador
, consignados por Carlos Alfieri, en edición especial de Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2015).
Según la fuente, China logró en 2011 un PIB de 11.44 billones de dólares (bd), el segundo más grande del mundo, sólo detrás de Estados Unidos (15.29 bd). Asimismo, el PIB chino pasó de 420 mil millones de dólares (mmd) a 5.6 bd. Nada menos que 13 veces más, en 22 años (1980-2002). Lapso en que el ingreso per cápita se multiplicó por siete, disminuyendo en 200 millones el número de pobres absolutos
.
Entre 1970 y 2002, el comercio mundial se multiplicó 20 veces y las transacciones internacionales chinas 140 veces, cosa que le permitió convertirse en primer exportador del mundo: en 2011 las ventas chinas al exterior sumaron mil 900 bd, seguida por Estados Unidos (mil 500 bd), Alemania (mil 400 bd) y Japón (800 mmd).
El superávit comercial (sólo en 2012, el excedente de la balanza comercial fue de 231 mmd) permitió que en las tres décadas anteriores China pudiera financiar su desarrollo y poseer las mayores reservas de divisas del mundo: 3.2 bd en 2011, mientras en 1978 apenas contaba con 167 millones de dólares. China es, además, el mayor tenedor extranjero de deuda de Estados Unidos, con mil 164 bd.
No todos los números hablan en favor de los tecnócratas. En 2011 hubo en China 200 mil conflictos y protestas sociales por expropiación de tierras, inestabilidad laboral, desarrollo acelerado de las reformas, bajísimos costos de mano de obra, disciplina forzada de los trabajadores, prohibición legal de las huelgas y de la organización de sindicatos. Es decir, todo lo que las nuevas derechas de América Latina proponen para ser competitivos
, como en la Argentina de Macri o en el Brasil de Temer.
Hace pocos días, en Quito, caí en cuenta de algo que sabía de oídas. En la céntrica avenida 10 de Agosto, frente al histórico parque El Ejido, cinco cuadras de negocios en línea: almacenes de baratijas todo por un dólar
, tiendas de ropa barata, comederos, salones de belleza, supermercados, farmacias, vendedores de cigarrillos marca patito…
Todos, atendidos por chinos sonrientes o malencarados. Me pregunté si serían inmigrantes de Taiwán, o de la China comunista y capitalista de verdad. Y esperando mi vuelo en el aeropuerto, me puse a platicar con un empresario venezolano. “¿De México? ¡Conozco y quiero mucho a los mexicanos! Pero dígales que el aire que respiran en la capital es puro y transparente… ¡Acabo de regresar de Shanghai y de Pekín!