n el apenas concluido 19 Congreso Nacional del Partido Comunista de China, su secretario general y presidente de la República Popular, Xi Jinping, dio un paso, quizá prematuro, hacia la inmortalidad. Al inscribir su pensamiento en la Constitución del partido, a la par de las ideas de Mao Zedong y Deng Xiaoping, se asignó una posición sin otro paralelo que la de estos líderes históricos y, desde luego, por encima de los demás dirigentes en los siete decenios de existencia de la revolución china. Inicia así con estatura política inigualada, que se le reconoce estando en vida y en funciones, su segundo quinquenio frente al partido y el Estado. La inscripción en la Constitución del PCCh del pensamiento de Xi Jingpin sobre el socialismo con características chinas para una nueva era
fue vista por buena parte de los analistas occidentales como la reafirmación definitiva de la primacía de su liderazgo.
Xi debe estar consciente de que distinción tan señalada conlleva una responsabilidad mayúscula, una de cuyas facetas es tener a su cargo la dirección de la mayor economía del mundo –según la magnitud del producto interno bruto medido a paridad de poder adquisitivo– que, por lo menos en el resto de este decenio, seguirá siendo el principal motor de la economía mundial. Otras, son actuar como líder global, en épocas en que suelen rehuirse los costos y responsabilidades inherentes, y abanderar causas, como la apertura comercial o la batalla contra el cambio climático, incompatibles con el nacionalismo estrecho y exclusivista, al alza en otras latitudes. Una responsabilidad más, que no puede soslayarse, es la de contribuir a afianzar la paz y la seguridad internacionales, en tiempos en que otros liderazgos nacionales, desde Pyongyang hasta Washington, las comprometen en nombre de supuestas primacías o reclamos nacionales.
En su extenso informe al partido –cuya lectura tomó cerca de 180 minutos– Xi envolvió esos planteamientos en un lenguaje burocrático ritual que en cierta medida los oscurece. Varios analistas los han traducido a formulaciones llanas y directas. Tras seguir por años la enseñanza de Deng en el sentido de no hacer alarde de un poderío en construcción, con Xi, China reclama de manera abierta una posición central en el diálogo global, la que corresponde a la otra gran potencia. Tal sitio había sido reclamado por Xi desde hace años. Quizá su primera formulación se dio en una entrevista con Obama, en junio de 2013 en California, cuando propuso entablar con Estados Unidos una relación entre grandes potencias
. En ese año, el PIB de ambos países, medido como ya se dijo, alcanzó el mismo nivel y, desde entonces, el de China ha sido mayor, con ventaja que llegó a 12.5 por ciento en 2016 y se ampliará a 32 por ciento en 2022, según los indicadores y previsiones del Banco Mundial. Más novedoso fue mostrar la experiencia china de evolución económica y política como modelo para otros países, sin excusarse por sus diferencias y distancias respecto del esquema de democracia de mercado, considerado por algunos, hacia finales de siglo, como culminación de la historia.
China se dispone a exponer, a escala global, el poder suave
desprendido de su cultura y sus aportes a la creación artística: desde los cientos de atrilistas chinos que pueblan gran número de las orquestas sinfónicas del mundo, hasta una creciente disponibilidad de traducciones de literatura china actual a las mayores lenguas de Occidente y una clara presencia de los artistas visuales de China en las grandes salas de exposiciones del mundo, como ejemplifica la actual gran exhibición Teatro del mundo: el arte y China a partir de 1989, que ocupa el Museo Guggenheim de Manhattan entre octubre de 2017 y enero de 2018.
Tras innúmeras especulaciones respecto de los nuevos integrantes del comité permanente del buró político del partido (el grupo de siete varones que constituye la cúspide de la pirámide del poder en China), el desfile de cinco nuevos integrantes –junto a la continuada presencia de Xi y de Li Keqiang, el primer ministro– todos ellos con edad entre 60 y 67, decepcionó a ciertos sinólogos que hubiesen preferido contar ya con un personaje al cual atribuir la calidad de heredero aparente, de la que Xi gozó desde 2007, cuando ascendió al buró político. En este sentido, se había mencionado con insistencia tanto a Chen Min’er (57) como a Hu Chunhua (54), cuyas estrechas relaciones políticas con Xi hubieran conferido tal calidad a uno u otro. Sin heredero aparente designado, renació la especulación sobre un eventual intento de Xi de extender más allá de 2022-23 su permanencia como primer líder del partido y del Estado.
Los relevos no conflictivos de la dirigencia china después del trauma de Tiananmen, en 1989, se han basado en la observancia de la limitación a dos quinquenios del lapso de ejercicio del poder y el respeto casi generalizado de la edad de retiro de los dirigentes. Sólo uno de los actuales siete miembros del comité permanente será mayor de 70 dentro de cinco años y buen número de quienes ahora se incorporaron o fueron confirmados en el buró político nacieron después de 1955. Las opciones para la sucesión, como sin duda lo deseaba Xi, son múltiples y variadas. Las incógnitas no se han despejado.
Adviértase que las orientaciones centrales aprobadas por el 19 Congreso para el futuro inmediato otorgan prioridad a las tareas de desarrollo de la economía del conocimiento y la reconstrucción del sistema de bienestar social. Es clara la intención de revertir los niveles de creciente desigualdad surgidos en los decenios de rápido crecimiento. De hecho, la repetida referencia a una nueva era
alude al tránsito de esta época de expansión a cualquier costo a otra que atienda sobre todo a la calidad del desarrollo.
En el plano internacional, Fareed Zakaria –al destacar el colapso de la autoridad política y moral de Estados Unidos
(revelado por una encuesta global del Pew Research Center conducida en 36 países que muestra que, en los dos o tres años anteriores, ha caído de 25 a 12 el número de aquéllos en los que la opinión favorable a Estados Unidos rebasa a la favorable a China)– subraya que este deterioro alrededor del mundo de la reputación [estadunidense] quizá esté menos conectado con el ascenso de China que con el declive de Estados Unidos
(The Washington Post, 26/10/17).
Como otros analistas han expuesto, será un Xi renovado y muy fortalecido quien recibirá por estos días (8 a 10 de noviembre) a un Trump muy vapuleado por sus erráticos 10 meses de ejercicio.