l término francés bobó no tiene exactamente el mismo significado que la palabra bobo en México. Al menos en una primera aproximación. Bobó, neologismo de la lengua francesa, es el apócope de bourgeois bohème (burgués bohemio), individuo perteneciente a un grupo social tan particular como indeterminado. Contradictorio, este tipo de personaje no puede sino dar lugar a la contradicción entre dos expresiones tan alejadas, en apariencia, una de otra, pues la conducta de un burgués, hombre o mujer adinerado, quien obedece a las reglas de una etiqueta tan precisa como rígida, no puede ser la de un bohemio, persona extravagante, ligera, cubierta de camisas arrugadas, jeans agujerados, sin respeto por las conveniencias y buenos usos sociales. Sin embargo, la moda parisiense, extendida a ciudades tan ricas como populosas de la provincia francesa, ha provocado el milagro de esta unión contra natura.
Aunque se negaría a reconocerlo, el bobó es, de alguna manera, el hijo del matrimonio entre otros dos prototipos singulares: el baba-cool y la gauche caviar (izquierda caviar). Baba-cool, tipo deliberadamente anacrónico pues, nacido de la rebelión o movimiento del 68, decide conservar sus vestimentas, el pelo largo, la barba, en el caso del género masculino, o las faldas largas y floridas de toque gitano o folclórico, los grandes bolsos de tela donde carga un revoltijo que va de los restos de la comida al Manifiesto comunista y las últimas fotos de un viaje entre familia. El producto de la gauche caviar es la quintaesencia del Tartufo moderno: el individuo, o la individua, se dice de izquierda pero no sacia su apetito sino con una lata de caviar, unos canapés de foie gras, una copa de champaña, un gran crudo de Burdeos. Desde luego, nunca habla de algo tan sucio como el dinero a menos que se trate de reivindicar su falta en los monederos pobres de ese pueblo
del cual habla como si fuese su abanderado.
El bobó es, pues, una doble síntesis, mestizaje de buenos sentimientos e hipocresía. Expresa de manera constante los principios de la política correcta y esconde con cuidado las cifras de su cuenta bancaria aunque no deje de prestarles su más solícita atención.
El aspecto del bobó es en apariencia descuidado. Diríase cuidadosamente descuidado. Nada reclama su atención tanto como su vestuario. Si enfunda unos jeans agujerados en las rodillas, viste un suéter de cachemira y angora. Si trae un pantalón de casimir, se cubre con una chamarra de mezclilla o de cuero usado. Cuando utiliza una gorra, ésta es de marca al igual que su calzado, el reloj o el celular último grito de la moda. Dejarse mal rasurado le lleva más tiempo que bien rasurarse.
El bobó es evidentemente un personaje irreprochable en los diferentes terrenos de la política, sea regional, nacional, internacional, mundial o universal. Posee la palabra de la verdad en todos estos dominios. Posee incluso, a menudo, la particularidad de expresarse como un oráculo y dejar brotar de su inspirada boca frases que ni las pitonisas de Delfos habrían tenido la audacia de revelar. Si la risa tuviese todavía el poder liberador que es la verdadera fuerza del espíritu, el estallido de la carcajada que nos sacude cuando escuchamos ciertas declaraciones definitivas de los bobós, de costumbre dichas en el curso de una recepción mundana, podría venir en nuestro auxilio para liberarnos de su pontifical peso. Ríamos, ríamos hasta perder aliento, es la única posible respuesta ante la tartufa solemnidad, y es también una terapia.
En el siglo XVII, el genio de Molière hizo reír mucho a sus contemporáneos, como lo sigue haciendo hoy día. No hizo sino mostrar hombres y mujeres tal como los veía. En esa época, el burgués deseaba elevarse en la sociedad de su tiempo. Molière escribe Le bourgeois gentilhomme. Hoy, el burgués parece desear encanallarse en la bohemia. Nada más cómico en la actualidad parisiense. El espíritu de seriedad es el contrario de la seriedad del espíritu.