Domingo 31 de diciembre de 2017, p. a12
La pasión por la escritura y la lectura llevaron a Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947) a escribir su libro más reciente La buena compañía, publicado por Ediciones ERA. Se trata de una recopilación de comentarios sobre las lecturas que han marcado a la novelista y cuentista. En este libro, la autora comparte una parte de su biblioteca personal, y con su particular estilo se convierte en la guía de la literatura del siglo XX. Dividido en géneros conocidos y otros que Jacobs ha tenido que crear, el texto es un viaje fantástico al mundo de las palabras. Con autorización de la editorial se reproduce un fragmento del libro
Hace años, un día se me ocurrió entresacar de mi biblioteca los libros cuya lectura me hubiera dado, además de gozo, una idea iluminadora de lo que ha sido la literatura más formativa de mi hemisferio y de mi tiempo.
Con la selección hecha y apilada en mi estudio, sobre una grande y pesada mesa construida de viejos durmientes, pensé que lo que me correspondía hacer ahora era dar al conjunto algún tipo de orden orientador.
Fue cuando deduje que la agrupación ideal podría darse a partir del género literario al que perteneciera cada pequeño montón en el que fui acomodando los libros, o al que yo supusiera que podía pertenecer. Y, así, finalmente conformé los libros según los géneros, de los más tradicionales a los más recientes en la historia de la literatura. Nombrar algunos de estos últimos como géneros literarios es una aportación.
Tras lo cual, escribí unas páginas en torno a cada uno de los montones, que son las que en definitiva fueron componiendo el presente libro.
Pero quizá también deba decir algo sobre el tema del idioma, pues según resultó, no todos los libros que reuní, contrario a mis primeras intenciones, cuentan con una traducción al español, que es mi lengua materna.
Para terminar, quiero dirigir mi libro más bien al lector común o no necesariamente especializado en literatura, pero dispuesto a conocerla, disfrutarla y enriquecerse.
Así, dedico estas páginas
A
Una antropóloga (asimismo lexicógrafa); un excepcional hombre de negocios (radicado en Miami); un chef (su filipina y su gorra, enmarcadas, adornan el bar de tapas Olé Olé, en Cabo San Lucas); un historiador (de la Universidad Nacional Autónoma de México); una especialista en artesanía mexicana; una cineasta; un traductor (del japonés); un fotógrafo uruguayo; varias amas de casa (al menos una de ellas, gran dama de sociedad); un concertista; un pintor, grabador y escultor (internacional); la secretaria particular de un Ministro de Agricultura; un ejecutivo bancario gay; un hindú que alguna vez aprendió español (en El Colegio de México); un joyero neoyorquino; una ex empleada de relaciones públicas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México; un ex jesuita; una pintora (local); una chef y repostera (actualmente radicada en Barcelona); una epidemióloga colombiana; un controlador aéreo; una ceramista (y traductora del árabe al español); un ingeniero físico; un coleccionista (de fotografías); una narradora (aún inédita) y maestra de meditación (activa); un pintor naíf y su esposa (ambos estadunidenses); un editor; un joven de gran promesa (de iniciales D. J. D.); una feminista; la enfermera Ara; un cartero; una manicurista; los artesanos de Guerrero; una biógrafa (de su mamá, Anita B.); un estilista; un filósofo (de la Universidad Autónoma Metropolitana); una museógrafa londinense (de iniciales J. J.); una docena de comerciantes; un loco (feliz); un agregado cultural; el mejor vendedor de México (de origen fenicio); dos agentes de bienes raíces (él, filipino; ella, checoslovaca); la jefa de vecinos de Chimalistac; un bon vivant; un médico (especializado en tratamientos para adelgazar); una florista; un demógrafo parisino; mi financiero (de iniciales A. J. K.); dos o tres estudiantes de diplomados en cultura general; un agen- te de tránsito (aficionado, pues nació y creció multimillonario); un embajador interino de México en Palestina; una comunicadora; los hermanos Reyes (el mayor, ebanista; el menor, fotógrafo; ambos, de Toluca); una empleada de confianza; un masajista (noruego); un corredor de coches; una cantante de un coro universitario; dos físicos (uno de ellos nuclear y, el otro, de apodo Mauri); un inventor; un arquitecto y diseñador (asentado en San Francisco, California); la nieta de un tejedor (de origen ruso); un pintor de brocha gorda
; una librera (mamá de unas trillizas argentinas); una actriz; un administrador; un escultor holandés (aficionado a las motocicletas) y, por último, a todos los que, como ellos, busquen y sepan apreciar la buena compañía de la lectura, ensayo, comentario, etcétera, que constituyen un libro con mezcla de géneros.
Quise incluir en este elusivo apartado El sistema periódico, de Primo Levi. Consiste en veintiún ensayos literarios, cada uno relacionado con un elemento químico. Si del conjunto se desprenden (veintiún) aspectos de la vida del autor, habrá lectores que supongan que se trata de la autobiografía de Levi. No los voy a desmentir, pero sí condescendería a calificar los ensayos literarios de Levi como autobiográficos siempre y cuando se tuviera presente que igualmente lo es todo lo que hace el hombre, literario o no.
Del diario íntimo
¡Qué difícil me fue leer El oficio de vivir, el diario íntimo de Cesare Pavese! Da más la impresión de ser la teorización del rechazo a la vida, todo motivo filosofado para reducirlo a una negación de lo que nos hace vivir, como puede ser el amor, el trabajo o la Naturaleza. Para Pavese la muerte, el sufrimiento continuo, son las constantes de una vida joven apenas rayando en la madurez. No en balde sus páginas terminan con el suicidio de su autor, hilo entretejido a lo largo del texto. Pero deslumbra la cultura, el conocimiento que tiene Pavese de los clásicos, sin dejar de lado a los modernos. La recurrencia a otros idiomas, distintos de su italiano natal, como son el inglés y el francés; el es- tudio que hace de lo que él mismo va anotando así como de los temas de siempre, técnicos y existenciales, tratados por otros. Me aventuro a insinuar que el suyo es, más que diario íntimo, la teoría del diario íntimo, a pesar de los lamentos personales que consigna en él. El de Pavese es un diario cargado de aforismos, más que escrito para plasmar en él la noción de una vida concreta y atormentada.
Los residuos del Diario de viaje de Albert Camus, por su parte, dejan un sabor inquietante respecto al hombre que lo escribió. La depuración es tal que entendí en qué consiste el existencialismo. ¡Es casi la vida de un cuerpo sin alma! No que Camus no deslice sus lamentos. Mientras escribía ya estaba tuberculoso y sufriendo, pero él se limita a anotar que despertó tarde por sentirse mal, que no salió de su dormitorio de hotel. Sin duda, Kafka vio mucho más que Camus en el viaje que es su América, con el que sólo fantaseó, de lo que Camus vio en el suyo, a pesar de que éste fue toda una realidad.
Es que Kafka y sus Diarios son algo más. Aparte de conte- ner registros de su vida íntima, le sirven para practicar su literatura. Al principio relata obras de teatro, aprendizaje de narraciones que después sustituye por cuentos inacabados con todo el sello de su firma. El de Kafka es un diario interesante y conmovedor por el que no dejan de asomar el humor, la ironía y hasta la burla. A pesar de su grosor se lee con avidez, y su punto final se resiente. Se resiente, es más, la muerte de su autor. No que no impacte y estremezca el suicidio de Pavese, escritor poeta lleno de una soledad que a gritos pedía compañía permanente; y no que la muerte violenta de Camus, con su Premio Nobel bajo el brazo, no deje de parecer una muerte que habría podido ser evitada y que, por lo mismo, fue doblemente frustrante
; pero, como quiera que sea, la vida de Kafka me parece más inacabada que la de Camus o la de Pavese.
La letra e, el misterioso diario de Augusto Monterroso, que él de tanto en tanto llama cuaderno de viaje
, consiste en fragmentos de diario que son el modelo de un texto trabajado para ser publicado, a diferencia de los otros tres de los que he hablado, principalmente el de Kafka, cuyo destino, en deseo expreso de su autor, era el de ser quemado. En La letra e, Monterroso hace de todo: examina su corazón al desnudo; registra lecturas, conversaciones, obras de teatro a las que asistió; contiene relatos completos de mayor o menor extensión; en él, filosofa; retrata y en una palabra se retrata; tímido, humilde a pesar de su ambición, culto, sabio a pesar de la falibilidad, que por supuesto reconocía en sí mismo. Es un diario entretenido en extremo, un cuaderno de viaje y un cuaderno de trabajo en el que insinúa temas ampliables en la mente del lector. Como sucede con el diario de Kafka, del de Monterroso es difícil desprenderse, y uno quisiera que no terminara, pues cada registro resulta diferente y es en sí mismo una continua sorpresa sin fin.
He repasado los diarios de estos escritores con puntos en contacto y divergencias entre ellos; son modelos distintos de expresión íntima. Ahora pienso en todo lo que subrayé en cada uno de ellos al leerlos y releerlos, y cómo, al escribir estas líneas, siento que sin consultar cuanto subrayé, cuanto subrayé quedó en mí y quizá lo transmito entre líneas, pero como si lo citara. Pienso que en esto consiste la lectura, en quedarse con algo que se hace expresar de un modo u otro. Y pienso que en las diferencias entre estos diarios que incluí está la clave de lo que es un diario de escritor; hay tantos modelos como diaristas, la individualidad está más presente en este género que en ninguno, incluyendo el de la poesía (...)