s el tiempo de la canalla. El contexto internacional está marcado por un cinismo que se asume de pragmatismo calculador. La profunda crisis internacional, que se expresa en desempleo y shocks financieros es en verdad una crisis de gobernabilidad mundial. Los arreglos posteriores a la Segunda Guerra mundial, aparentemente renovados con el fin de la guerra fría, carecen de capacidad para conducir los cambios y transformaciones que han ocurrido en los ámbitos económico-financieros, geopolíticos y demográficos.
En el ámbito doméstico. Al mismo tiempo, en el espacio doméstico, la transición mexicana debilitó el eje de la gobernabilidad del régimen autoritario, pero sin generar una nueva forma de relación entre los poderes, y entre éstos y los ciudadanos. El estancamiento económico, las dificultades para procesar acuerdos, el desmoronamiento del centro político y el fortalecimiento de poderes paralelos al del estado, deformaron el régimen que emergió de la transición.
Contra las panaceas. No ayudan los adjetivos derogatorios. Nadie va a ganar mayorías contundentes ni en las presidenciales ni en el Congreso. Se van a necesitar de todos los actores políticos y de una sostenida participación ciudadana para enfrentar la emergencia nacional. Puesto que no hay soluciones mágicas se necesita generar espacios para experimentar, ensayar caminos frente a las diversas crisis que nos afectan. Esto no será concesión de los poderes, sino conquista de las movilizaciones, los movimientos y los propios partidos.
Restauración autoritaria. La presunción de una restauración autoritaria se interpone en el camino que lleva a una nueva gobernabilidad. Esta restauración no está vinculada a un solo partido porque es fruto de un hecho central: la transición hacia la democracia se desvió como consecuencia de que exitosa para desarticular el eje del autoritarismo –presidencialismo autoritario, partido hegemónico y predominancia de reglas informales sobre las formales– no ha logrado sentar las bases para una gobernabilidad democrática.
Las élites. El problema central se encuentra en las élites políticas y económicas, no en la sociedad. Una cultura de las élites políticas que en general sólo sabe conjugar dos verbos: madrugar, como lo planteó Martín Luis Guzmán, y ningunear, planteado por Octavio Paz; es una poderosa invitación a la regresión.
La escisión de las elites políticas, contribuyó a generar un espacio de competencia electoral. Pero los procesos de desagregación y descomposición de la coalición gobernante generaron un espacio político para el chantaje y el intercambio de favores y finalmente para impulsar pactos de impunidad.
El Estado ausente. El Estado de los poderes fácticos, en rigor un no-Estado, transporta un sistema de partidos quebrado y un poder fragmentado. Se debe buscar, por tanto, restablecer el poder del estado limitando y restringiendo a los poderes fácticos. Pero este esfuerzo enfrentará dos debilidades. Uno, cómo se insertan en este arreglo las fuerzas políticas no partidistas o extraparlamentarias. Este tema toca el centro de un régimen democrático: el vínculo entre ciudadanos y gobiernos. Segundo, el impulso a una cultura de la deliberación pública frente a la inercia de una cultura basado en la opacidad y en la imposición.
Las reflexiones anteriores tienen un propósito: resaltar la enorme dificultad que existe para establecer canales permanentes y orgánicos entre las élites políticas y los grupos organizados de la sociedad. Quisiera continuar estas reflexiones en tres planos: los peligros que acechan a México en el ámbito internacional, los principales obstáculos que enfrentan las fuerzas que quieren convertir el 2018 en un parteaguas que conduzca a un cambio de régimen y las narrativas que se requieren para construir una coalición no sólo electoral sino gobernante.
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