Prometedora confirmación de Diego Sánchez en la décima corrida
Lunes 15 de enero de 2018, p. a39
Mientras Enrique Ponce y Julián López El Juli contribuyen a la decadencia de la fiesta brava, ahora hacen la América en la colonizada Colombia, donde en la reciente feria de Manizales enfrentaron novillones en vez de toros en apoteósico-fraudulento mano a mano, aquí la nueva
empresa de la Plaza México, que aún no informa el monto de lo recabado en la rumbosa corrida benéfica, ofreció la décima corrida de la temporada 2017-18.
Ante otra pobre entrada, pues el voluntarismo tiene su precio, se lidió un encierro deslucido y disparejo de presentación de la ganadería de Arroyo Zarco por los diestros Ignacio Garibay (42 años, 18 de alternativa y 18 corridas en 2017), el español José Garrido (24 de edad, casi tres de doctorado, 32 festejos en España y tres en nuestro país en 2017) y Diego Sánchez (19 años, dos años ocho meses como matador, siete tardes el año pasado y una en este), que por fin confirmó su alternativa, luego de que el año pasado fue suspendido el festejo que lo anunciaba, en aquella extravagancia empresarial de dar dos y tres corridas consecutivas.
Privilegio de todo monopolio es jamás preguntar qué quiere el público, y menos qué recibe por lo que paga. Y el taurino no tenía por qué ser la excepción. Pero bien observaba aquel culto taurófilo y hombre de teatro, Héctor Azar: Al público no hay que darle lo que pida, sino enseñarlo a exigir
, lo que sucesivos regímenes buen cuidado han tenido de evitar, pues la educación no conviene al cirquito de la democracia.
Lo mejor de la desangelada tarde de ayer en el coso de Insurgentes fue la rotunda faena del diestro de Badajoz, José Garrido, a su primero, Barba Roja, un toro de pelaje castaño, tocado del pitón derecho, es decir, desviado o menor con relación al otro, con 476 kilos, y el único que llegó a la muleta claro, repetidor y con cierta transmisión.
Garrido, formado en el campo bravo antes que en la escuela taurina de su ciudad natal, sintió de inmediato las posibilidades de esa embestida, no obstante lo eléctrico de las verónicas iniciales. Tras una vara y banderillas de un solo palo –toda la tarde las cuadrillas exhibieron preocupantes niveles de impreparación–, este José desplegó un cerebral e intenso trasteo al colocarse a la distancia precisa desde la cual embarcar la acometida, no por clara y repetidora menos necesitada de mando.
No sólo fue cuestión de oficio –casi 40 festejos toreados en el último año lo vuelven obligado–, sino la claridad para ver las posibilidades que ofrecía el toro, la firmeza de carácter, el valor sereno y los procedimientos precisos para armar una sobria, imperativa y torera faena por ambos lados, con tandas muy bien rematadas y cuatro ceñidas bernadinas. Tan magnífica labor se vio empañada con una estocada muy trasera que de ninguna manera merecía ser premiada con la oreja, pero entre los villamilennials –Luis Eduardo Maya dixit– y la inefable autoridá, Garrido paseó un apéndice. Cuando equilibre su claro concepto de la lidia con una expresión más intensa, estaremos ante una gran figura.
Más que decorosa ha sido prometedora la confirmación de alternativa de Diego Sánchez, alto, sobrio y de una insospechada naturalidad con capote y muleta. Solvente y sereno, no sintió el peso de la plazota semivacía ni se desdibujó con el infame lote que le tocó, como ocurrió con su padrino, Ignacio Garibay, afanoso pero sin lograr decir.