Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sin fondo
P

or lo visto, la capacidad de admiración ante los desplantes de Donald Trump no tiene lí­mites. Todavía hay quienes aún se sorprenden cuando los medios dan cuenta de ellos y en un acto que tiene algo de masoquismo y morbo, cada ­mañana encuentran que cometió una nueva barbaridad o insultó soezmente a un grupo de ciudadanos o a toda una nación.

Hay una mayoría de comentaristas políticos en Estados Unidos que coinciden en señalar que la forma de actuar del mandatario ha causado gran daño a la institución presidencial, y que en el mundo la opinión sobre el país ha llegado a los niveles más bajos de su historia. En tal sentido, cabe recordar que, ante la presión de los líderes republicanos, Trump decidió despedir a su jefe de gabinete y nombrar en esa condición John F. Kelly, general conocido por su capacidad de organización y dureza que lo hacían ideal, no sólo para poner orden en la Casa Blanca, sino también para acotar las desmesuras y los despropósitos del presidente. El nuevo jefe de gabinete pareció cumplir con su objetivo, al menos por algún tiempo, pero la impresión entre quienes dan cobertura a la Casa Blanca para los medios de comunicación es que el desorden ha regresado a las oficinas del presidente. Están a la vista las filtraciones de quienes colaboran en sus oficinas y la forma en que el mismo presidente ha reincidido en mentir, decir barbaridades y contradecirse.

Lamentable muestra de esto último fueron los desafortunados y groseros comentarios del porqué Estados Unidos debe dar la bienvenida a migrantes de países que son una letrina, y no a naciones como Noruega. Los comentarios emitidos en reuniones que en diferentes momentos sostuvo con senadores y algunos miembros de su gabinete, fueron considerados una clara alusión a países africanos, y algunos latinoamericanos, como Haití y El Salvador. El tamaño de su insulto y lo soez de las referencias dan cuenta de la dimensión de su racismo, del que existen pruebas contundentes. Pareciera que la apertura que un día antes mostró para resolver el problema de los dreamers causó escozor a él y algunos de sus allegados, y se sintió obligado a rectificar y desandar el camino de esa apertura.

No es nuevo que una de sus características sea el desprecio a quienes tienen un color diferente al suyo. Pero se antoja preguntar: ¿hasta dónde será capaz de dejarse llevar por sus instintos racistas y los de quienes lo han apoyado? Y lo que es más importante: ¿hasta cuándo el liderazgo del partido que lo impulsó para llegar a la presidencia será capaz de soportar esa conducta?

Por lo pronto es evidente la transfiguración a la que Trump, a su vez, ha empujado al Partido Republicano, y también que ya ha dejado cicatrices que serán difíciles de borrar. Para todos aquellos que siguen la política estadunidense está claro que la división en ese partido es cada vez más profunda, y que el pragmatismo que lo ha caracterizado durante años ya no da para tanto. La abdicación de cada vez más legisladores republicanos a su cargo, y la negativa de otros tantos a buscar su relección, es síntoma de que para muchos miembros de ese partido Trump no los representa, ni en su filosofía ni en su praxis. Pero también es evidente que si no toman una medida drástica para frenarlo o defenestrarlo, sus días como partido conservador, en el más puro sentido del término, están contados.