a crisis de México es un caso particular, peculiar y dramático de lo que está sucediendo a escala global. En todo el mundo una minoría de minorías, 1 por ciento de la población humana, atenta contra la supervivencia del restante 99 por ciento, de los demás seres vivos y del equilibrio ecológico del planeta. Es el modelo no sólo económico, sino civilizatorio del neoliberalismo llevado a su máxima expresión, los intereses de unas cuantas decenas de gigantescas corporaciones y de bancos imponiéndose contra todo y contra todos, dominando sin excepción las mayores ramas de la actividad humana, y doblegando y poniendo al servicio de sus intereses a gobiernos y partidos políticos.
El capitalismo corporativo representa ya una formidable fuerza de destrucción de la vida (humana y no humana), una maquinaria voraz de proyectos de muerte que ha devastado extensas superficies de innumerables regiones. Estos corporativos fincan sus afanes de lucro a partir de una doble explotación: la del trabajo humano y la del trabajo de la naturaleza. Para ello disponen de enormes recursos científicos y tecnológicos cuyas innovaciones están dirigidas a perfeccionar ambos procesos de explotación.
En su expansión, el modelo neoliberal empobrece, margina e ignora a las mayorías, y al depredar, contaminar y dilapidar a la naturaleza, atenta contra las condiciones esenciales del bienestar humano, al afectar la calidad del agua, aire, alimentos, suelos, paisajes, espacios de convivencia y la estabilidad misma del clima y de la atmósfera. El resultado de este proceso general de deterioro, único en la historia de la especie humana, es el dislocamiento del metabolismo entre las sociedades y su entorno natural, lo cual conduce al rompimiento de los tejidos sociales, la pérdida de la memoria histórica, el deterioro cultural, el debilitamiento de las instituciones públicas, la supresión de la soberanía en todas sus dimensiones y, por último, el aumento del riesgo, el fin de la paz y la posibilidad de un colapso global en las próximas décadas. Vivir hoy es cada vez más peligroso, no solo para los seres humanos, sino para los millones de especies que conforman la biodiversidad del planeta Tierra.
Si por izquierda
se entiende aquella fuerza social y política que busca la equidad en todas sus expresiones, la justicia, la democracia y el respeto a la naturaleza y a los seres vivos, entonces un gobierno que se denomine de izquierda debe dirigirse a remontar ese ominoso panorama que hemos descrito en los párrafos anteriores. No se trata ya de la decimonónica lucha de clases
. Hoy la explotación se extiende de mil formas sobre el trabajo humano y el trabajo de la naturaleza y, por tanto, se deben implementar mil formas también de resistencia y liberación. Ya es tiempo de dejar los anacrónicos textos de la épica revolucionaria
para adoptar la nueva óptica del pensamiento complejo que permite interpretar desde una ciencia integradora y con conciencia social y ambiental la compleja realidad actual. Hoy, un gobierno de izquierda o es anticapitalista, anticolonialista y antipatriarcal o no lo es. O es ecológico, diverso, multicultural, feminista y libertario o no lo es. Vivimos ya la época de la emancipación múltiple, donde todas las reivindicaciones de los seres humanos se conectan, se complementan y se retroalimentan, en una sola batalla por la vida.
Vivimos también la era de la regeneración. En México, por ejemplo, 35 años de una guerra de exterminio han dejado un país devastado. La nación ha tocado fondo. Hoy resulta más que urgente no sólo detener estos procesos de deterioro y explotación, sino el de iniciar múltiples mecanismos de regeneración nacional. La regeneración implica un proceso orgánico. Regenerar es restaurar, reponer, recobrar, reparar, retomar y recordar, pero también conlleva la recuperación e incluso el renacimiento de un organismo dañado o afectado. Por fortuna la nación aún conserva reservas estratégicas a partir de las cuales realizar esa regeneración: abundantes y ricos recursos naturales, gran diversidad cultural, formas sociales ligadas con la comunalidad y el bienestar colectivo, millones de empresas de pequeña o mediana escala o de carácter familiar y social, como las cooperativas, sectores que no han perdido la memoria, maneras sanas de vivir y convivir, instituciones rescatables de carácter público, sindicatos y gremios, amplios sectores educativos y académicos que generan conocimiento crítico, y principios constitucionales que han logrado sobrevivir a los embates de las reformas neoliberales. Pero, sobre todo, aún existe en el país una resistencia por la vida que se expresa de mil maneras.
Resta solamente asentar que un verdadero gobierno de izquierda no podrá iniciarse solamente por las agencias, programas y acciones del gobierno, a pesar de que esas sean bien intencionadas. El verdadero agente del cambio no es el gobierno, sino los ciudadanos organizados y empoderados. Un gobierno de izquierda debe impulsar la organización de colectivos a todas las escalas y fortalecerlos ahí donde ya existan. Ello significa trabajar por la soberanía en todas sus dimensiones y escalas. Un gobierno de izquierda es aquel que dota de poder a comunidades, cooperativas, gremios, sindicatos, asociaciones y organizaciones de la sociedad civil, y que es capaz de acotar la depredación del capital y de conducirle por caminos que tengan un verdadero significado social. Ya veremos en una próxima entrega cómo este empoderamiento social o ciudadano al que está obligado todo gobierno de izquierda, se basa en un conjunto de principios y valores, que la propia experiencia ha logrado decantar y definir.