quellos admiradores de los procesos electorales estadunidenses celebran los efectos de la propaganda negativa. Sostienen que ayuda a conocer mejor a los candidatos en pugna. A la sombra de esos postulados han crecido numerosos publicistas que presumen ser especialistas en tal rubro. Algunos al alcanzado inmerecida fama internacional y se teme su posible arribo a México. Ya han sido empleados con anterioridad tanto por panistas como por el PRI. Habría entonces que distinguir si esta práctica merece ser adoptada como una fase lateral de la competencia por los cargos públicos en juego. Insistir, por tanto, en la distinción entre esparcir francas mentiras que azuzan fobias indebidas o temor colectivo, frente a lo que implica sacar a la luz ángulos oscuros, cadáveres ocultos de partidos o candidatos, pero que algo tienen de realidad.
Lo que viene sucediendo en la precampaña en curso se aleja de ambas posibilidades descritas. La difusión conlleva, hasta ahora al menos, solo un conjunto de tonterías magnificadas. Decir que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es un nini o que J. A. Mead no levanta
a muy poco conduce al electorado. Ningún descubrimiento dañino para los destinatarios contienen tan pedestres frases. Tachar, con cara desquiciada de gobernante pendenciero, a AMLO de estar loco, es simple desquite estomacal y no más de eso. Pintar bardas en Caracas apoyando la candidatura de AMLO en la Venezuela de Maduro fue una ridiculez. Insistir en agrandar la riqueza del panista R. Anaya por su caro tren de vida o los incrementos en las propiedades familiares es cuete quemado. Gastar tiempo aire en publicitar que Anaya habla inglés y francés tampoco le da ventaja. Como tampoco la da el ser avezado financiero.
Otras rutas iniciadas en la llamada precampaña, en cambio, comienzan a orientarse por senderos que pueden ser efectivos en su cometido: afectar las posibilidades de triunfo de uno o todos los contendientes. El caso llevado en Chihuahua sobre el peculado con recursos públicos es un punto señero, ejemplar. Ya esparce múltiples consecuencias para formar o robustecer las opiniones ciudadanas. La sospecha de los dineros públicos fluyendo a las campañas del PRI eran asunto casi normalizado en el horizonte ciudadano. Lo novedoso es la comprobación con cantidades y rutas usadas en la ilegal manipulación. La posterior detención del secretario adjunto del PRI complica y esparce ramificaciones insospechadas con anterioridad. La misma intervención de la Secretaría de Hacienda le ha dado el toque adicional. La capacidad de esta poderosa secretaría para llevar a las ocho columnas (radio, Tv y prensa) su postura pone de relieve, no sólo la dimensión alcanzada por los sucesos difundidos, sino su desmesurada influencia mediática. No se olvidan, tampoco, las otras vertientes: reiteradas peticiones de extraditar al ex gobernador César Duarte y la torpe negativa de la PGR de inacción premeditada es una de ellas. Mientras más tarde esta procuraduría en cumplir su obligación y solicitar la extradición, el encubrimiento en curso causará más daños. Certificará las complicidades implicadas en los altos nivel priístas. Otras vertientes adicionales van surgiendo en cuanto se avanza en la desigual disputa que sostiene la Federación contra el gobernador J. Corral. Muchos de estos y otros ángulos inciden, de manera directa en colorear, con tonos y acentos negativos, la realidad de las trampas electorales. Llama la atención el escaso efecto que tuvo la intervención del presidente Peña para mediar o apaciguar el diferendo. Los titubeos y excusas de los funcionarios de Hacienda para justificar sus presiones, usando sus vastos recursos, sólo contribuyen a reforzar la postura del gobernador. Lo notable, empero, es lo que implica y revela el uso desmedido de la fuerza central en la intentona de aplastar a Corral y socavar su versión. Sobran las peticiones y hasta exigencias de no politizar el asunto comentado. Hay que afirmar, con decisión, que el caso es de marcado tinte político y sus incidencias electorales innegables. Por lo demás, alegar el poco éxito de la campaña priísta a la Presidencia es redundante. La condena masiva (60 por ciento) de los electores para votar por el PRI es cosa documentada. Tendrán que llamar a magos en su auxilio para evitar la debacle. La plutocracia y sus aliados están en un brete. Tendrán que arrellanarse con la posibilidad de un cambio que no obedezca a sus intereses de continuar imponiendo condiciones.