Una Iglesia enferma
s la trasnacional económica, religiosa, social y política más antigua. Ha sorteado con éxito divisiones ideológicas y crisis severas. Como la que hace 500 años le causó el movimiento que encabezó Martín Lutero. Tiene en América Latina su base de creyentes más importante, fruto de la conquista española, que tuvo como apoyo la espada y la cruz. Pero esa fidelidad decrece año tras año. Y hay motivos suficientes para ello.
La mejor muestra de la enfermedad que corroe a la Iglesia católica acabamos de verla en Chile, durante la visita de Francisco. Fue un fiasco que él y quienes planean sus viajes en el Vaticano pudieron evitar y no quisieron. Sabían que dicha Iglesia ha perdido allí fieles a velocidad impresionante: en poco más de 20 años pasaron de 75 por ciento a 45 por ciento. Y no por irse a otras religiones, como en varios países del continente, sino porque no desean tener ninguna.
Esa reducción tan rápida y enorme se origina en el alejamiento de la jerarquía eclesiástica de los fieles y entregarse sin recato a la pequeña pero poderosa clase político-empresarial que maneja al país andino. Apoyó incondicionalmente al dictador Pinochet. Posee una enorme fortuna material y goza de incontables prebendas del Estado.
Y para completar el panorama negativo, han quedado sin sancionar ejemplarmente los más de 80 casos de pederastia en que se han visto envueltas congregaciones e influyentes prelados. El más destacado: Fernando Karadima, guía espiritual de la clase pudiente y de los principales políticos de la derecha. A diferencia de Marcial Maciel, el depredador por excelencia, Karadima no tuvo reparo en abusar de los hijos de algunos de quienes veían en él casi a un santo.
Aunque el Vaticano lo declaró en 2011 finalmente culpable de abusos sexuales contra menores, nunca pisó la cárcel y el grupo de clérigos cercanos sigue en activo y en altos cargos. Como Juan Barros, obispo de Osorno, a quien las víctimas de Karadima señalan de ocultar sus delitos. Pese al rechazo que hubo hacia él estuvo presente en toda la gira papal. Además, el guía espiritual de la alta sociedad chilena influyó para que el Vaticano nombrara obispos a otros sacerdotes de su confianza: Andrés Arteaga en Santiago, Horacio Valenzuela en Talca y Tomislav Klojatic en Linares.
Al hacer el recuento de daños de su visita, Francisco pidió perdón por exigir pruebas a las víctimas de la pederastia clerical. Pero insistió en la inocencia del obispo Barros, porque no hay evidencias de su culpabilidad y, al parecer, no se van a encontrar
. La protesta contra dicho prelado y otros depredadores sexuales proviene de los católicos chilenos y de otros países. Si la Iglesia desea conservarlos, debe entregar a la justicia civil a los clérigos abusadores. Sin excepción.