Canas toreras
Llamada de Amada El Loco Ramírez
Continúan los toros de la ilusión
ace unos días tuve oportunidad de saludar –y de aprenderles– a toreros y taurinos en el retiro, amigos entre ellos y amigos de una fiesta que reflejó un país menos sometido; cuando la torería española aún mostraba respeto por la fiesta, el toro y los públicos, y cuando la bravura no era confundida con la docilidad repetidora.
Convocados por el fino matador de toros triunfador en plazas españolas, incluidas Madrid, Barcelona, San Sebastián y Valencia y, para variar, desaprovechado por las extraviadas empresas de acá, Óscar Realme (Saltillo, Coahuila, 8 de agosto de 1935), compartimos un suculento desayuno en su domicilio con un cartel de verdadero lujo, pues se trató de novilleros de acusada personalidad y sólida técnica que obtuvieron sonoros triunfos en la Monumental Plaza México ante llenos que rebasaban el numerado, no las lamentables entradas de ahora con figurines importados, y cuando ese coso fue escenario de oportunidades, no sucesión de experimentos sin pies ni cabeza.
Ahí hablaron de toros y de todo Jorge Rosas El Tacuba, que cimbrara los cosos de el Toreo de Cuatro Caminos, hoy convertido en oootro desalmado centro comercial, y de Insurgentes, que para allá va; Manolo Navarrete, de acusada personalidad y desde hace décadas prestigiado catedrático de la Facultad de Química de la UNAM, hermano del también novillero, magnífico pintor y dibujante Antonio, y de Rodolfo, que apoderó a Fernando López El Torero de Canela; Curro Munguía, que triunfara en los inicios de Manolo Martínez y posteriormente exitoso financiero, y Lorenzo López, Rancherista de hueso colorado, primo de otro novillero destacado, Ramón López, y asistente devoto a la México, el matador Realme y el tal Páez.
Se concluyó que a la irracionalidad de la época actual, con su galopante falta de ética y de profesionalismo y su desbocada tergiversación de valores, los taurinos del mundo no habían sabido responder con la profunda racionalidad que conlleva la tauromaquia: un toro con edad, trapío y sus astas íntegras, y un torero con la capacidad de enfrentarlo con un estilo y una estética propias, no clonado como los de la posmodernidad. Y que a tamaña omisión había que agregar la falta de políticas comunicacionales y de difusión de la fiesta por multimillonarios promotores ante la creciente competencia de espectáculos de masas y la apabullante influencia gringa en todos los ámbitos.
Como si hubiera escuchado, antier telefoneó el matador Amado Ramírez El Loco, quien de novillero llenara de emoción y locuras la plaza México, al lado del inolvidable y pundonoroso maestro Joselito Huerta, para decirme: “Le quitaron pasión a la fiesta y emoción al toro porque le restaron bravura y porque ya no quedan toreros emotivos con personalidad propia. Por eso tenemos que hablar de una evolución equivocada y de una modernización errónea, casi antitaurina. Ya no se vende el toro bravo porque no hay toreros que les puedan. El resultado es la monotonía y la falta de emoción por más muletazos que aguanten a cargo de pegapases. A eso añádele manos a mano cojos, disparejos. ¿Por qué esta temporada no volvió la ganadería de Piedras Negras, ahora para los que se dicen figuras? Por cierto, al novillo Leñador, de ese hierro, le corté el rabo en la plaza México”.
Confirma lo anterior otro cartel redondo o con tres diestros de similar nivel: los mexicanos Juan Pablo Sánchez y Arturo Saldívar, así como el español Ginés Marín, quien repite gracias a su anodina actuación del 10 de diciembre pasado, ahora con toros de la ilusión de Fernando de la Mora.