n espíritu recorre América Latina, el del conservadurismo evangélico. No es el único espíritu que peregrina por el continente, pero sí uno que tiene atractivo creciente para considerables porcentajes de la población latinoamericana.
Con distintos ritmos y logros a lo largo de América Latina, en unos países con mayores éxitos que en otros, pero el discurso político-electoral de líderes evangélicos está cautivando las mentes y corazones de los votantes. Y lo está haciendo más allá de sus propios terrenos y población que se identifica como protestante/evangélica, lo que posibilita al evangelicalismo conservador acceder a esferas del poder que hace pocos años eran inimaginables.
Entre la comunidad interesada en comprender por qué crecía el protestantismo en poblaciones que antes no habían mostrado interés por dicha propuesta religiosa, despertó controversia una obra publicada en 1990, la de David Stoll, Is Latin America Turning Protestant?: The Politics of Evangelical Growth (University of California Press). Intensificó la discusión el análisis de David Martin, especialista en cambio religioso y sus efectos sociales, con su libro Tongues of Fire. The Explosion of Protestantism in Latin America (Basil Blackwell Limited, Oxford, United Kingdom, 1990). Los autores concordaban en el rápido crecimiento del protestantismo de corte evangélico, pero cada uno hizo su propia evaluación del fenómeno, con puntos coincidentes y divergentes. Autores latinoamericanos o residentes en algún país del continente hicieron aportes para, desde distintas perspectivas, responder a la pregunta de por qué se estaba extendiendo el protestantismo en América Latina.
Se levantaron varias interrogantes, entre ellas: ¿al cambio religioso le acompaña un cambio cultural y social modernizador?, ¿el protestantismo que se reproduce vertiginosamente consolida valores democráticos?, ¿acaso fortalece la creación de ciudadanía, entendida ésta como defensora de sus derechos en una sociedad diversa y que al mismo tiempo respeta otras identidades y convicciones éticas?, ¿y qué de la laicidad del Estado, lo vigoriza o actuará en su detrimento?
En términos generales, el protestantismo que se asentó en tierras latinoamericanas a partir de la segunda mitad del siglo XIX fue el de tipo iglesias de creyentes. Se trataba de construir comunidades de asociación voluntaria, contrastantes con la religiosidad dominante católica romana. En el proceso de enraizamiento las primeras generaciones de protestantes latinoamericanos hicieron causa común con el liberalismo y su objetivo de romper el control católico del Estado, para que las instituciones públicas y las leyes del país dejaran de favorecer a la confesión que durante siglos había sido la oficial y excluyente de otras. En el caso de México, las disposiciones legales liberales de Benito Juárez reconocieron y visibilizaron núcleos protestantes ya existentes y les dieron condiciones favorables para su fortalecimiento.
En las décadas recientes el evangelicalismo mexicano mayoritario ha olvidado, más bien desconoce, los tiempos en los cuales sus antecesores debieron dar la lid, junto con otros sectores, por el reconocimiento de sus derechos. Aquellas generaciones tuvieron claro que la garantía para su existencia y crecimiento era el Estado laico, nunca se propusieron confesionalizar
al Estado para desde el aparato gubernamental hacer extensivas las propias convicciones espirituales y éticas al conjunto de la sociedad.
Paulatinamente en los liderazgos evangélicos que más han crecido durante las décadas recientes, particularmente el neopentecostalismo, se fue anidando la tentación constantiniana
, consistente en acceder a espacios de poder político para desde el mismo cristianizar
a la sociedad. Por toda Latinoamérica la creación de partidos políticos evangélicos, o de inspiración evangélica, como en México es el Partido Encuentro Social, es la instrumentalización del constantinismo
(que deriva su nombre del emperador Constantino el Grande, en el siglo IV) que anhela transformar las sociedades con base en una agenda conservadora y contraria a la diversificación de la sociedad.
¿Es el éxito político-electoral del evangelicalismo conservador, como el reciente caso en Costa Rica, una potente señal de su alcance no nada más entre correligionarios sino, sobre todo, también entre la población no evangélica? ¿O, más bien, el evangelicalismo conservador le hace eco y coincide con posiciones conservadoras ya existentes en la mayor parte de la población, y en consecuencia esta población canaliza su simpatía y apoyo hacia una corriente que expresa claramente valores con los que se identifica?
Lo cierto es que el discurso teológico-político del consevadurismo neoevangélico, muy rudimentario y simplificador en su lectura de la Biblia, convence a importantes sectores de la población hartos del establishment partidista, de una y otra corriente política, que ha fracasado en construir sociedades más justas y esperanzadoras. Es justamente lo que ofrecen los candidatos evangélicos: esperanza en un contexto desesperanzador, y en esto han acertado en su oferta. Pero puede suceder que, como dice la narración bíblica en la cual Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas, los desesperanzados estén vendiendo su esperanza por un magro plato de soluciones mágicas.