na hipótesis preliminar: lo que observamos hoy en la escena de los partidos políticos son, en cierta manera, los últimos estertores del régimen que emergió después de la crisis electoral de 1988. Han transcurrido prácticamente tres décadas desde entonces. Ninguna crisis desdibuja su rostro de antemano, ni da un indicio a dónde habrá de llegar. La actual alianza entre el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Acción Nacional reúne a los grupos burocráticos y clientelares, cada vez más enrarecidos, de lo que en los años 90 representarían dos alternativas.
EL PRD comenzó su colapso hacia el año 2012, cuando los chuchos pactaron con Enrique Peña Nieto el papel de una ínsula –por no decir una ranchería– política dedicada a coartar las opciones de la construcción de una fuerza efectivamente democrática y social. De ahí emergió Morena, que en cierta manera actualizó los impulsos opositores de los años 90, y los tradujo en la voluntad de crear una casa propia, que fijara la identidad de aquella peculiar izquierda.
La crisis del PAN es bastante más compleja, si bien los anayos cumplen en el blanquiazul una función similar a los chuchos en el PRD: una suerte de gremlins, hábiles para expulsar de sus partidos a quien atente contra sus prerrogativas para ocupar cargos y con la mano siempre extendida para subastar candidaturas y posturas.
Lo que impresiona en la historia reciente del PAN es la descomposición de las figuras de sus ex presidentes. Vicente Fox, que apoyó a Peña Nieto, y ahora Felipe Calderón que se lanzó a abrazar a Meade, antes de saber siquiera cuáles serían sus premisas de campaña. No existe partido político que soporte el patetismo de esta gelatinosidad.
Con Peña Nieto, el PRI perdió toda oportunidad de entrar en un proceso de actualización y adaptación a las realidades de la década actual. Un partido secuestrado por esa parte de la tecnocracia que no dudó en abatir los mínimos de la seguridad como técnica de gobierno, y que vampirizó a un Estado entero. Su último acto de cierre: subastar una franja del territorio nacional, la que corresponde al Golfo de México. Shakespeare escribió que tanto en la vida como en el teatro el desenlace lo es todo. Tal vez esta máxima sea válida también para la política. El PRI olvidó incluso el principio más minimalista de Maquiavelo: es más fácil y seguro que el príncipe se enriquezca cuando sirve al Estado, que cuando se sirve de él.
¿Nos encontramos frente a la decadencia de los partidos que escenificaron a lo largo de tres décadas la escuálida y fallida transición que se inició sin avisar en 1988?
Hasta aquí la única novedad real es Morena, pero es una novedad entretejida con muchos de los vestigios de quienes fueron gradualmente excluidos de los sexenios que se sucedieron desde los años 90. Antiguos panistas, en su mayoría ex foxistas; ex priístas; militantes de izquierda y una antología de figuras de la vida política y social. Una fuerza definida más por los impulsos de la convergencia que por los pasos de la identidad. El dilema, incluso lógico, reside en que a medida en que extienda el espectro de la convergencia,s su capacidad de acciones transformadoras se irá reduciendo.
Y sin embargo, el vacío en la esfera política ha crecido a tal grado que, en caso de sortear los cuatro meses que faltan de campaña –donde pueden ocurrir los mayores imprevistos–, su tarea inicial consistiría probablemente en algo tan evidente como lo que ha ocurrido en otras crisis políticas del pasado: restaurar la legitimidad de la Presidencia. La pregunta es cómo hacerlo retomando los afanes democráticos que se cancelaron desde 2003. En México, una tarea de esta envergadura puede traer los vuelcos más impredecibles. Sobre todo si para ello se requiere desplazar a un bloque político que ha permanecido tres décadas en el poder.
Vista desde la perspectiva de su actual discurso, Morena es bastante más radical de lo que expresan las fuerzas que hoy convergen en ella. Tres puntos son ostensibles.
1) La política de refinación: el gran negocio de los combustibles se encuentra en la actualidad en la producción y venta de gasolinas y gas. Ese mercado fue ya capitalizado, con la facilitación de las administraciones de Calderón y Peña Nieto, a empresas estadunidenses. El país sufrió endemoniadamente para liberarse de ellas hasta la década de los años 30 y ya están de regreso. AMLO ha insistido en que reabriría cinco refinerías. Las petroleras han sido –y siguen siendo– auténticas maquinarias de guerra. ¿Cómo enfrentar este desafío? La paradoja es que el discurso de los mercados facilita hacerlo, siempre y cuando las refinerías nacionales lograran abatir precios. Pero, en caso extremo, Morena tendrá que recurrir a la movilización política. ¿Se encontrará en sus planes?
2 Las estrategias sobre seguridad pública: el problema de la criminalidad no es, como se ha instituido tanto, de orden primordialmente policial. Se trata de disolver auténticas estructuras que vinculan a la esfera política con la criminal. Aquí también el desafío es la capacidad para hacer intervenir a la ciudadanía masivamente. Volvemos al problema de gestar un nuevo tipo de sociedad en movimiento. ¿Hasta dónde podría llegar Morena bajo la actual convergencia de las fuerzas que la componen?
3) Una franja libre de impuestos en la frontera norte: erradicar impuestos en una zona de 20 kilómetros es una idea dilemática. El Estado se quedaría sin ingresos a cambio de propiciar plazas de trabajo. Y, sin embargo, esto podría funcionar perfectamente y abatir la lógica del discurso estadunidense que quiere obtener ventajas en el TLC sobreponiendo fuerzas ajenas a la esfera económica.
Por último, el discurso ideológico. Para evadir el arrinconamiento en el estigma del populismo
, se ha recurrido al sintagma del liberalismo. Discursos más, discursos menos. Ser un liberal en el siglo XXI es ser prácticamente cualquier cosa. El problema de fondo consistiría en dislocar a la tradición liberal mexicana de su, al parecer, incorregible sesgo autoritario.