uchos milagritos nos cuelgan a los mexicanos. Si al lugar común nos vamos, en estos tiempos electorales vale la pena traer a cuento el lugar común según el cual a los mexicanos nos gusta que nos gobiernen hombres fuertes
. Descartamos a las mujeres fuertes, porque esas sí que no nos gustan de seguro. ¿De veras queremos un presidente que sea el hombre fuerte, el hombre necesario
, el que se impone a las circunstancias, el que doblega la realidad, y es capaz no sólo de resolver el presente, sino de mirar al futuro con claridad? ¿O simplemente queremos un presidente que entienda los problemas del país en contacto con la realidad, que sepa de instrumentos para gobernar y que no se empeñe en llevarnos a un paraíso de modernidad?
Dicen los expertos en las oscuridades del alma mexicana, que la prueba de que necesitamos una mano firme en el timón de la nación es que sólo nos hemos dejado gobernar por Jefes máximos
: Porfirio Díaz, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, por Lázaro Cárdenas; Miguel Alemán. Grandes figuras que no lo fueron en su tiempo, salvo Díaz, pero que la historia recuperó después. La verdad es que el alma mexicana me parece ser más sencilla de lo que nos atribuyen.
¿Será cierto que sólo nos dejamos gobernar por hombres necesarios? ¿Quiénes han sido? ¿Quiénes son? Si fuera cierto lo que dicen, qué mal nos ha tratado la vida recientemente, porque si revisamos los últimos muchos años de nuestra historia la verdad es que nos hemos resignado a ser gobernados como han podido hacerlo individuos que no alcanzan a mirar por encima de la banqueta. No es una cuestión de altura. Vicente Fox es muy alto; durante su campaña electoral hizo creer a muchos que era el hombre fuerte, el hombre necesario, pero ya de presidente descubrimos que es tan suave como un malvavisco. Felipe Calderón resultó ser más voluntarioso que necesario. Dicen quienes lo conocen de cerca que Enrique Peña Nieto es una fortaleza con piel de casa blanca, muchos se refieren al pacto extraparlamentario en el que los partidos políticos acordaron las reformas estructurales, como una obra de arte político para ilustrar lo que consideran una gran capacidad de estadista.
Sin embargo, otros habemos que no podemos aceptar ese juicio porque creemos que las negociaciones que se sustraen del Congreso son frágiles y fáciles; además de que las cacareadas reformas todavía tienen que probar su eficacia, su valor en términos del mejoramiento de las condiciones de vida de la población.
Dicen, quienes sueñan con los hombres necesarios, que las circunstancias actuales llaman a gritos a que en la elección elijamos al candidato capaz de imponerse a una realidad que nos es adversa. Insisten en que las condiciones en que está nuestra relación con Estados Unidos son apenas una muestra del tipo de problemas que podría enfrentar el sucesor de Peña Nieto, y nos proponen a su hombre necesario. Sin embargo, no puedo pensar en el guapo que puede asegurar el éxito de un encuentro con el presidente Trump, que no se toca el corazón para hacerle saber al mundo cuánto nos puede maltratar en público impunemente; pero Estados Unidos no es el único problema. ¿Necesitamos un presidente tan extraordinario que hable por encima de nuestras cabezas y nos diga en qué dirección debemos ir? ¿No sería preferible pensar en una persona simplemente razonable que nos saque de las arenas movedizas? ¿Por qué no esperar simplemente buen juicio en lugar de inteligencias superdotadas?