n marzo de 1947, al expedir su Acta de Seguridad Nacional, EU impuso al mundo un concepto que, si no nuevo, en ese momento no tenía la fuerza que adquiría a partir de entonces. Esta reorganización del aparato de defensa de EU creó el Departamento de Defensa (Pentágono), la Fuerza Aérea que hasta el momento era un apéndice del Ejército, creó el Consejo de Seguridad Nacional y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Fundó una cultura de defensa intransigente de los reales o supuestos intereses de ese país donde los creyera amenazados. Así se explica la guerra fría y sus consecuencias: el militarismo latinoamericano, sus golpes de Estado, sus dictadores, sus dramas humanos. México se salvó relativamente por mil milagros, uno de ellos una dignísima política exterior. La imposición ideológica tuvo terribles consecuencias desde Guatemala hasta Argentina, incluida Bahía de Cochinos y el bloqueo económico. Así se explica también la OTAN, creada en 1949, sus cientos de miles de tropas y mil bases en Europa.
Dando un salto hasta nuestros tiempos la verdad es que ese aparato militar poco atiende a las misiones para las que fue concebido. El poder nuclear, los misiles terrestres, los de los submarinos y los bombarderos de los portaviones, han reducido la dependencia de las tropas de tierra. Y agréguese como alerta para México, lo más interesante: el crimen trasnacional que es la corrupción, tráfico de personas, de armas, lavado de activos, migraciones musulmanas ante un progresivo nativismo, terrorismo, narcotráfico y los movimientos sociales como el neofascismo alemán e italiano, que están desplazando a la visión clásica del adversario militar. Coincidiendo con esta innovación, a pesar de la excelencia de las fuerzas del orden y justicia en ciertos países, éstas están rebasadas.
En México, la situación es gravísima y poco transparente, salvo los pronósticos, que son claramente negativos. Lo único claro es que nuestras estructuras, además de apolilladas, están corrompidas, de eso dan cuenta los más respetables organismos defensores de derechos humanos. Se impone pensar distinto. Nuestro objetivo nacional no puede seguir siendo sólo exterminar o enjuiciar delincuentes. Hay que elevar las miras.
Un hecho contundente es que la gobernabilidad nacional se ha tornado incorpórea, de alertas y respuestas confundidas, inconsecuentes con la realidad. Esta obnubilación es extremadamente riesgosa. La percepción de los riesgos se disimula y las respuestas son cortas y frecuentemente ilegales. Se demanda un discernimiento participativo, de la gobernabilidad, de una visión distinta.
El programa de Peña Nieto sobre Seguridad Pública fue lúcido. Falló sencillamente porque a su ejecución le dio una conducción política. Se adueñó de las instituciones y las manejó a su capricho: perdonó al gobernador Ángel Aguirre por el drama de Ayotzinapa y las lanzó contra Anaya. Grandes capítulos que estaba obligado a privilegiar fueron despreciados: Principalmente prevención, distribución de responsabilidades, coordinación y cooperación, inteligencia, profesionalización y suficiente presupuesto. Esa omisión se suplió mediante la violencia oficial. Ahora el desarreglo es tal, que un deber primordial es, ante las nuevas circunstancias, rexpresar la definición e instrumentación de la gobernabilidad, lo que conduce entre otras cosas a un modelo nuestro, actualizado de seguridad.
El actual no puede seguir las pautas de principios del siglo XX, el de un México menos complejo en lo demográfico y político, menos desigual, más rural que urbano, sin instituciones de seguridad, cuya función desde la posrevolución se delegó a los ejércitos, con sistemas de justicia que se avenían al interés del Ejecutivo y ante un mundo diseñado y accionado para el enfrentamiento ideológico y militarista de la guerra fría.
Para México, la expresión seguridad
, hoy y en el futuro, debe ser integradora de los esfuerzos del Estado nacional en su conjunto, diferenciándola de la vocación única por el aparato policiaco/judicial. Una visión que bien podría llamarse de una Gran Alianza Nacional. Un movimiento social que es el verdadero agente de cambio como es la prevención, la oficial y la comunitaria sumadas. Las funciones de los actores oficiales de hoy deben ser redefinidas agregándoles el concurrir como acto de prevención al desarrollo social sumándose al gran agente del cambio que es la comunidad nacional. ¡Es lo que debemos comprender a cada momento!
La violencia de los años 70 en la Costa y S ierra de Guerrero y el EZLN de los años 90 en Chiapas está latiendo en sus sucedáneos. Son la evidencia de que la paz que deseamos no se ha alcanzado ni se alcanzará sólo aplastando conflictos sino por la satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas y grupos sociales. La paz debe ser lograda mediante la prosperidad ciudadana, lograda mediante un complejo proceso de construir lo que hoy está ausente como condición nacional para vivir y progresar como numerosas generaciones lo hemos deseado.