l número de excluidos crece con cifras alarmantes. Símbolo de la incapacidad del sistema y pobreza de medidas para enfrentar el crecimiento desmedido y caótico de la República con carencias de todo tipo y lamentables viejos vicios (a la alza) del centralismo, la corrupción, el narcotráfico y el autoritarismo.
Un desarrollo sin justicia, con un gigantismo urbano, no porque la ciudad llame sino porque el campo expulsa. El desempleo se incrementa, agregado a la falta de oportunidades y al avance de la tecnología que desplaza obreros como fórmula de marginación; consecuencia de la explotación, inscrita en un primer plano –en lo económico–, pero cuya solución es además de económica, social, política y cultural. Sólo posible a partir de condiciones concretas del potencial humano.
La información sobre el problema es amplia, pero insuficiente; más que datos requerimos estrategias reales y factibles (¡pero ya!), que integren a los excluidos. Una nueva óptica para investigar el problema, que fije la referencia de esta población (que representa a millones de mexicanos).
Para complicar el problema de los excluidos, debe apuntarse la convergencia en México, de los Méxicos divergentes: el país es un mosaico de culturas con diferentes tradiciones y lenguas que contribuyen a la imposibilidad de comunicarnos. La geografía por sus interminables montañas hace difícil y costoso el tránsito por el país y la vinculación y relación entre los más lastimados.
Los numerosos grupos atrapados en los márgenes, comparten su miseria, pero resultan al mismo tiempo extraños los unos para los otros. Su posibilidad de relacionarse es mediante la miseria compartida, el rechazo del que son objeto y que afrentan y quiebran sus valores. Pérdida de todo lo aprendido y búsqueda forzosa de una nueva seudoidentidad en el refugio del tugurio. Cartón petrolizado o coladera a la intemperie con cartones encima. Donde se viven relaciones incestuosas, drogadicción, abortos, muertes infantiles, violencia y criminalidad. Pero que le da al menos ilusoria defensa ante los golpes de autoridades y el crimen organizado.
Las invasiones y desalojos son encuentros de un negocio que da millones a algunos y sufrimiento y desamparo a muchos. En las ciudades perdidas, de pérdida en pérdida encuentra su rostro el marginal.
La respuesta tendrá que ser pronta y certera. Un nuevo conocimiento que armonice lo espiritual y lo científico. Una mayor inversión en cultura y mayor escolarización en todos los niveles desde prescolar maternal (seguramente lo más importante). La nueva política requerirá para ello una reorientación y nuevas normas y metodologías. Mientras, los candidatos siguen muy preocupados en ensuciarse.