l capitalismo ha conocido cuatro revoluciones industriales: la primera hacia finales del siglo XVIII, la fuerza física viva comenzó a ser reemplazada por fuerza mecánica, las máquinas de vapor aceleraron el movimiento de telares, barcos y trenes; la segunda fue cien años después, fundamentalmente porque la electricidad se convirtió en la fuente de energía en las fábricas, las bandas hicieron más rápidas y especializadas las fases de producción. Estas dos revoluciones moldearon la escuela fábrica, la producción y clasificación serial de mano de obra calificada; la tercera masificó las computadoras e Internet en la década de los años 90, ambas cosas llegaron a la escuela impulsadas por la agenda de los organismos de la globalización conocida como Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas, Lectura y Escritura o STEM por sus siglas en inglés.
El STEM dio sus primeros pasos abriendo el currículo escolar para atender las capacidades, destrezas y habilidades cognitivas y laborales que demandó el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica: computación, operaciones básicas de matemáticas, lectoescritura en español e inglés serían suficientes para satisfacer el trabajo de maquila en el turismo y los servicios, comercio y negocios, así como de las industrias que introdujeron sistemas computacionales a sus líneas de producción y venta. La educación priorizó la formación lingüística, lógico racional, memorística de los datos, procesos y secuencias del método científico occidental y la vida productiva; todo eso pone en acción el hemisferio izquierdo del cerebro humano.
El siglo XXI dio otro salto cualitativo y parió una cuarta revolución que no termina de asimilarse, ni de introducirse por completo, se trata de la fusión entre lo físico, lo digital y lo biológico. Algunos de sus componentes ya son perceptibles, aunque no siempre comprensibles en nuestra vida común: el Internet de las cosas, no sólo en smartphones, tabletas digitales o computadoras, sino en relojes, televisores, videojuegos, automóviles o cámaras fotográficas; la realidad aumentada, superpuesta en el mundo físico por medio de lentes que ya se venden junto a los teléfonos inteligentes y que serán el nuevo soporte técnico para la proyección continua de la publicidad; la Big Data, que es la ampliación y privatización de la nube virtual para la manipulación de grandes cantidades de datos personales recopilados de nuestras llamadas, mensajes, fotos, videos, ubicaciones, historial en redes sociales e información pública con el fin de traficarlos con las empresas para que éstas diseñen planes de publicidad personales y controlen nuestros patrones de consumo, pero también para influir en las tendencias políticas y electorales; robotización de la producción; ciberseguridad y espionaje; la impresión aditiva o en tercera dimensión de las mercancías.
Estos cambios están redefiniendo la naturaleza del trabajo, de la escuela y las características de la formación de capital humano. Algunos científicos sociales dicen que con la implementación en firme de la cuarta revolución industrial el capitalismo podría reproducirse disminuyendo radicalmente la base de trabajadores vivos; la mayoría, sin la formación en habilidades de alta rentabilidad para las empresas, quedaría expuesta a formas de esclavitud moderna que requiere de educación precaria, o bien, estaría condenada al exterminio por diferentes vías.
Las nuevas tecnologías automatizan y digitalizan el trabajo prescindiendo de la fuerza viva, además transfieren actividad y tiempo al consumidor, lo cual hace más rentables los negocios porque la inversión en salarios disminuye. Por ejemplo, Facebook que tiene 2 mil millones de usuarios es el medio de comunicación más popular en el mundo, su población virtual supera la de cualquier país, pero no produce contenidos para su red social, quienes los producen son los usuarios y mediante su colaboración gratuita, con fotos, videos u otros recursos multimedia, dinamizan la compañía y la colocan entre las más ricas del planeta.
El crecimiento de las empresas de base digital depende de sus innovaciones, de que éstas sean asimiladas para disminuir la brecha temporal de producción y consumo, de colocar la mayor cantidad de mercancías no materiales, de acceder a las bases de datos de los consumidores. Ya no pueden esperar de una generación a otra para el éxito, por eso no demandan profesiones estables o conocimientos de larga duración para las nuevas generaciones trabajadores-consumidores; de ahí que en el centro de la reforma curricular del Nuevo Modelo Educativo en México destacan las habilidades blandas y flexibles de la educación STEM: digitales, desarrollo socioemocional, negociación de saberes, relaciones interpersonales, trabajo en equipo, capacidad de pensamiento crítico para resolver situaciones complicadas en la empresa, creatividad y capacidad de innovar, entre otras; la mayoría de ellas se procesan en el hemisferio cerebral derecho, se alejan del aprendizaje mecánico, memorístico y racional del que se había abusado.
En realidad, nos están proponiendo una educación para la cuarta revolución industrial, pero muchas de las escuelas ni siquiera han experimentado la segunda, la electricidad, y la mayoría tampoco cuenta con la infraestructura de la tercera, computadoras y conectividad. Sin embargo, una propuesta de educación contrahegemónica que niegue, pero no dispute los lenguajes emergentes, las tecnologías de la tercera y cuarta revolución industrial –reconociendo ahí las nuevas formas de explotación y dominación– corre el riesgo de perderse en la anacronía de la lucha de clases.
*Doctor en pedagogía crítica