irarse excremento a cubetazos parece ser la única narrativa que se practica en los inicios de las campañas presidenciales. Si fuera una trifulca privada se me ocurriría decir que son una bola de vulgares. Pero no, no lo es. Es uno de los más trascendentes asuntos públicos. ¿Cómo gobernar una República fragmentada, dolida, lastimada y con profunda rabia?
El Poder Judicial. Una de las instituciones más desprestigiadas de por sí, por su corrupción y el enorme espacio a la impunidad que eso genera, aparece desnuda ahora siendo utilizado como lo ha sido siempre con un absoluto descaro por unos y otros. Desde luego resalta el caso dirimido en los medios, pero aún no en los juzgados contra el candidato presidencial Ricardo Anaya, pero también el inexplicable silencio en que se encuentra la secuela de lo que se descubrió en Chihuahua y que presuntamente implicaba transferencias de recursos desde la secretaria de Hacienda a Chihuahua y luego a través de empresas fantasmas al PRI.
Dañan las reglas del juego. Pero una institución clave en el juego democrático son los partidos políticos, que gozan de un alto grado de desprestigio. Como sabemos, salvo para los mensajeros de la antipolítica, sin partidos no hay democracia posible. Pero estos partidos de todos conocidos, que están dañados o al borde del precipicio, han perdido el mínimo sentido de lealtad no a una ideología –eso ya no existe– sino a un conjunto de valores que permitirían ofrecer una narrativa a la ciudadanía. En vez de eso, simplezas, ocurrencias y una incapacidad para entender y transmitir a la sociedad que comprenden la gravedad del momento.
Pero también la cancha. No parecen comprender que el Estado mexicano está agrietado, gravemente agrietado –salvo por las declaraciones sorprendentes, por estar apegadas a la realidad, del secretario de Turismo, Enrique de la Madrid, quien dijo crudamente que el estado de derecho y el sistema judicial estaban quebrados–, que sus capacidades de implementación están severamente dañadas, que en muchas regiones del país su presencia es mínima y que amplias franjas de los organismos gubernamentales están colonizadas por un conjunto de poderes fácticos que van desde empresas oligopólicas hasta cárteles del crimen organizado.
No veo ni oigo ni siento. Lo peor es que estos mismos partidos que pretenden gobernar este país no saben y menos se conmueven ante las penas, las penurias, las humillaciones, el enojo y la rabia de esos ciudadanos que dicen representar.
Gobernar en la crisis. No es el momento de las grandiosas propuestas que suenan huecas porque no se compadecen de la realidad. Es el momento de una narrativa que comience por decir: estamos viviendo en un país dañado y para reconstruirlo tenemos que empezar por ponernos de pie. ¿Quién va a infundir esa confianza a los ciudadanos, indispensable para ponerse de pie? Sólo quien hable con la verdad, cruda, dura y canija.
En medio de todo me maravilla el vigor que están demostrando las mujeres por todo el mundo. No sólo el #MeToo sino también la huelga de las españolas. Aquí en nuestro país, las verdaderas heroínas bravas y fuertes frente a un dolor imposible de imaginar a menos que lo sufras directamente, son las madres, hijas, esposas y amigas que entre los cementerios de huesos regados por todo el territorio nacional buscan algún resto que permita identificar a su desaparecido. ¿Quién sufre con ellas? No digo en la sociedad donde hay muchas y muchos. ¿Quién entre las élites políticas y económicas siente algo significativo como para moverlos a actuar?
Me resuenan las contundentes declaraciones de una jovencita y una madre de la preparatoria de Florida donde mataron a17 personas con armas similares a las que matan en México a ciudadanos inocentes, a refugiados, a soldados y a marinos.
En palabras altisonantes le dicen a su presidente que no quieren condolencias quieren que hagan algo. ¡Acción!
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