uadalajara 2018. Las cifras son elocuentes: de acuerdo con El anuario estadístico de cine mexicano 2017, elaborado por el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), documento que fue presentado durante el 33 Festival Internacional de Cine en Guadalajara, la asistencia a salas de proyección durante el año pasado fue de 338 millones de espectadores, de los cuales 22.4 millones (7 por ciento del total) acudieron a ver producciones nacionales. Para quienes cada año celebran la buena salud de la industria fílmica en el país, los datos son alentadores, sobre todo si se considera que la cifra de películas producidas ese mismo año alcanzó un récord histórico de 176 títulos, algo no visto en el país desde los años 50, cuando aún se vivía una época de oro, misma que pareciera hoy replicarse, según celebran funcionarios de esa industria con entusiasmo imperturbable.
La gran diferencia entre aquella época de oro y la que supuestamente se vive ahora es que el público de entonces sí veía filmes mexicanos y no favorecía cinco o seis títulos taquilleros dejando en el menosprecio o el olvido a 90 por ciento de la producción nacional. No sólo era menor la hegemonía de las cintas hollywoodenses en nuestras pantallas, también el desdén de los espectadores por las hechas en México. Seis décadas después, asistimos a una paradoja consternante, pues no sólo se redujo en 2017 la fidelidad del público nacional a su cine con respecto a 2016 (8 millones de espectadores menos, pasando de 30.5 a 22.4 millones), sino que de un total de 176 películas producidas, únicamente seis títulos comerciales (Hazlo como hombre, Tres idiotas, Me gusta pero me asusta, Cómo cortar con tu patán, Todos queremos a alguien y El tamaño sí importa), acapararon la atención de 10 millones de espectadores (40 por ciento), llevándose la palma el primero de esos títulos con una asistencia de más de 4 millones. En años anteriores, ese mismo esquema puso de relieve éxitos de taquilla como No se aceptan devoluciones, Nosotros los Nobles, ¿Qué culpa tiene el niño?, No manches Frida o Un gallo con muchos huevos, sustentando vigorosa y perdurablemente la convicción de que en México sólo las ofertas del cine comercial respaldan la noción peregrina de una segunda época de oro, con un puñado de títulos (ciertamente no los más presentables a nivel internacional) que eclipsan por completo a la casi totalidad de la producción fílmica nacional. Curiosamente, ese fenómeno sigue siendo motivo de orgullo para quienes hoy profesan promover el quehacer fílmico mexicano.
El anuario permite cada año calibrar con justeza las enormes distancias entre una retórica oficial entusiasta y la realidad desoladora que vive nuestra industria fílmica. La publicación señala el escaso o nulo interés del público por los trabajos de muchos realizadores independientes que deben contentarse con una fugaz cobertura mediática cuando sus cintas consiguen triunfar en festivales internacionales (la mayoría europeos) o exhibirse sólo unos días en certámenes locales (Morelia, Guadalajara, Guanajuato, entre otros), para luego quedar condenadas al arrinconamiento o al ninguneo en las carteleras comerciales por falta de voluntad política en verdad comprometida con la difusión de un cine apartado de la estricta recuperación mercantil. Considérese la suerte de algunos títulos notables: Maquinaria Panamericana alcanzó en 2017 un total de 11,273 espectadores; Almacenados, 9,780; Tempestad, 8,951; Batallas íntimas, 3,831; Oso polar, 2,085; La balada del Oppenheimer Park, 669; Elevador, 390. La primera constatación es que el documental, el género fílmico más interesante en el país, es el que menos interesa al público masivo y por lo mismo es el más castigado en la taquilla. La ficción escapista, el entretenimiento masivo por excelencia, es lo que atrae, seduce y cautiva al grueso de los espectadores. Entre más tributaria sea una película mexicana a las fórmulas hollywoodenses del thriller o la comedia romántica, mayor será su fortuna. Por ello no sorprende que muchos espectadores desdeñen la mayoría de las películas que hoy se producen en este país (reivindicando en ocasiones con orgullo el hecho de jamás ver cine mexicano), y celebren, en cambio (con una eventual ida al Ángel de la Independencia la noche de los Óscares, ironía máxima), al cine hecho en Hollywood por los realizadores mexicanos Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, quienes pueden añadir a su gran talento artístico la perspicacia no menos grande de haber sabido conquistar a las mayores audiencias desde el lugar más adecuado. Parafraseando un dicho clásico, hoy podría al respecto decirse: Triste suerte del cine mexicano, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos
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