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Me identifico con los que batallan, ganan y nadie los voltea a ver

Sin los grandes reflectores, la Avispa Ortiz realizará su décima defensa
 
Periódico La Jornada
Jueves 22 de marzo de 2018, p. a15

Sólo se es campeón cuando se derriba a otro campeón. De lo contrario, el valor emocional y genuino de un cinturón mundial baja de manera considerable. Como un código de honor, esa premisa ha guiado toda la carrera de Anabel Avispa Ortiz, monarca de peso paja por la AMB desde hace cinco años, en los que parece que nadie puede desplazarla, y por lo cual este sábado defenderá por décima ocasión el título, ahora ante la venezolana Deborah Rengifo en Ciudad de México.

Diez defensas que la igualan a Zulina Loba Muñoz –hoy en retiro temporal– y a una del récord de boxedoras mexicanas que impuso la ex peleadora Ana María Torres. Aunque la Avispa hace algunas precisiones. No por egolatría –asegura–, sino apegada a esas reglas básicas y tradicionales del viejo pugilismo.

No quiero parecer soberbia, más bien soy clásica o tradicional, pero el cinturón que ganó Zulina Muñoz estaba vacante, o sea que venció a una campeona, y Ana María Torres defendió en varias ocasiones un cetro interino, aclara; para mí una se hace campeona cuando se derrota a la que era campeona absoluta; fue lo que hice en Japón.

Monarca en tierras japonesas

La Avispa ganó este cinturón en tierras japonesas; lo defendió allá una vez y otra en Corea. En tales condiciones siempre fue como carne de sacrificio –considera–, y en cada prueba sorprendió a quienes no daban un centavo por ella.

La consistencia del éxito de su carrera no ha tenido, sin embargo, correspondencia con el reconocimiento. Ni la empresa que la promueve –dice– le ha dado el respaldo que merece. Quizás por eso se identifica más con peleadores que con discreción fueron campeones indiscutibles.

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En cada pelean están mis hijas conmigo. Después de que me declaran vencedora nada de celebrar en el antro, pues lo primero que quiero es regresar a casa y recuperar el tiempo con ellas, diceFoto Jam Media

Antes de las grandes estrellas del boxeo, Anabel recuerda a Fernando Cochulito Montiel, quien fue campeón mundial durante una década en distintas divisiones.

“Me identifico con esos pe-leadores que batallan y ganan aunque nadie los voltee a ver, como Cochulito Montiel, mientras toda la atención se iba hacia Jorge Travieso Arce”, cuenta Anabel; mi propia promotora no me ha dado mi lugar, hay favoritismo y creo que tienen consentidas a otras peleadoras que empiezan sus carreras o ganan cinturones más fáciles.

Anabel aprecia de una manera muy íntima esos cinco años de furiosa defensa del título. Porque cuando perdió el que había ganado, también en Japón, del CMB, y que dejó en su segunda defensa, se prometió volver a ser campeona mundial y no volver a ser ingenua. Porque, además, ha tenido que hacer malabares con la vida diaria para atender a sus dos hijas, llevarlas a la escuela, entrenar, recogerlas, entrenar, regresar a casa a revisar tareas y mantener el vigor para que nadie le arrebate el cinturón.

Quienes me dan otro trato son los compañeros de primaria de mi hija menor, cuando llego a las juntas me miran con curiosidad o me piden permiso para tocar mis brazos, les llama la atención una mamá boxeadora y fuerte, cuenta Anabel; en cada pelea están mis hijas conmigo, voy al camerino y ellas a las butacas, termina, y volvemos rápido. Nada de ir al antro a celebrar; para mí, después de que me declaran vencedora, lo único importante es ir a casa con ellas a ver películas y recuperar el tiempo que me exige este oficio de tiempo completo.