a clase política mexicana ha demostrado tener un instinto de conservación inigualable. No sé de qué otra manera pueden interpretarse estos múltiples movimientos migratorios que llevan a un distinguido miembro del partido X
a mudarse al partido Y
, sin mediar argumento ni mayor explicación. Se me ocurre que piensan que no hay razón para quedarse en el Titanic ahora que ven llegar el gigantesco iceberg del voto en contra del partido al que han pertenecido por décadas. En el fondo deben pensar lo que muchos electores, con un pequeños matiz: Todos los partidos son iguales. Da lo mismo estar en uno que en otro
.
En estas condiciones, si algo está en crisis ahora no son los partidos, y tampoco la clase política que siempre encuentra cómo cobijar a los suyos. Los que estamos en crisis somos los votantes. La decisión de por quién votar, ya no digamos la decisión simplemente de votar, se hace cada día más cuesta arriba porque todos los días nos cambian la jugada. Se necesita una fidelidad perruna para mantener aquella actitud muy noble que los politólogos llamamos Lealtad partidista
, y que ahora se mantiene sólo entre los muy necios, los muy ciegos o los que son tan flojos que ni siquiera quieren pensar en qué otro partido merece su apoyo.
Los partidos están hechos para organizar el voto, pero como en política siempre hacemos las cosas al revés, ahora en México los partidos, o los grupos de ciudadanos poseedores de un acrónimo con financiamiento público, están dedicados a desorganizar al electorado. Va un ejemplo, supongamos que el votante a
había decidido votar por el partido X
porque era su partido de siempre, y le gustaban sus aspirantes a candidatos, pero además le disgustaban los potenciales candidatos del partido Y
. Pero resulta, que en una semana los aspirantes a candidaturas de X
se trasladaron a Y
, un partido por el que a
había dicho que no votaría ni muerta; a
siempre había votado por X
, ahora el aspirante b
lo está obligando a votar por Y
, pero a
no puede reconocer que b
haya abandonado a X
por Y
, sobre todo que a Y
están llegando los desilusionados del partido Z
, que nada tienen que ver con X
, pero que ahora militan codo con codo en Y
; para colmo de males b
titubea porque le ofrecieron nada más una suplencia, cuando que si se hubiera quedado en X
, probablemente tendría una titularidad. Entonces, está considerando regresar a X
o de plano sumarse a la coalición OPQRST
. Todo esto se puede operacionalizar con facilidad y tendremos una predicción firme y segura. ¿A quién va a seguir el votante, al partido o al político? Mucha soberbia muestran los políticos profesionales que creen que se llevan consigo a sus votantes de ayer.
Creen algunos, que la certeza del resultado la garantiza la participación milenaria de políticos que han demostrado tener una epidermis de 15 centímetros de espesor que ha resistido rancios populismos echeverristas, reformismos y prosperidades lopezportillistas, desplantes neoliberales a la Salinas y reacciones coléricas como las de Vicente Fox que sigue sin entender nada. Más todavía, los hay que se mantuvieron en hibernación desde 1976, en espera paciente de que los llamaran cuando hiciera falta. Nada importa si, como Augusto Gómez Villanueva se trata de una estrella que fue del padre del fakepopulismo, Luis Echeverría. Da igual que recurrir a Gómez Villanueva sea una contradicción monumental con todo el credo neoliberal que es el sello del candidato Meade y de sus promotores; da lo mismo que el antiguo líder nada menos que de la CNC sea la viva imagen del populismo echeverrista y que la peor acusación que los priístas hayan hecho contra Andrés Manuel López Obrador sea que es un populista.
Cabe preguntarse si Gómez Villanueva tiene una idea de lo que es hoy el que fue ayer su partido, un PRI que jamás se hubiera permitido que su presidente se pusiera en el primer lugar de la lista plurinominal de candidatos a diputados. Los priístas de antaño eran más elegantes. En todo caso, esperamos que le hayan explicado a Gómez Villanueva las muchas mudanzas del PRI.
Tantos ires y venires sólo causan confusión. Aunque para aclarar las cosas siempre podemos operacionalizar los movimientos de a
y de b
entre X
y Y
; pero no hay ninguna garantía de que a
entienda el mensaje que manda X
cuando saca del refrigerador al candidato ñ
con el que nadie contaba; es más, nadie imaginaba que el instinto de conservación llegara tan lejos.