Paradoja
n los recientes comicios presidenciales de Rusia Vladimir Putin consiguió un triunfo arrollador, de acuerdo con los resultados oficiales –con 76.69 por ciento de votos emitidos y un porcentaje de participación de 67.49 puntos–, lo cual le garantiza la relección para un cuarto periodo de seis años, hasta 2024, a menos que, antes de concluir este nuevo mandato, el último de modo consecutivo que podría tener con base en la legislación vigente, modifique la Constitución para perpetuarse en el poder, como han hecho algunos de sus colegas en el espacio postsoviético.
Estos datos espectaculares significan, de ser ciertos, que la política del Kremlin recibió la aprobación de 56 millones 430 mil rusos con derecho a votar, superando en casi 2 millones de electores la mitad del padrón, por lo que no cabe duda de que se cumplió con creces la estrategia diseñada por la poderosa Oficina de la Presidencia para legitimar en las urnas la victoria del mandatario ruso.
Putin logró, siempre conforme a las cifras oficiales, el mejor resultado en los 18 años desde que despacha en el Kremlin. Por tanto, la élite gobernante puede respirar tranquila, pues en los años venideros nadie afectará sus privilegios y podrá seguir amasando fortunas, mientras el ciudadano de a pie –haya votado por él o no– tendrá que sufrir las primeras medidas que ya se anunciaron: subida inminente de impuestos, introducción de nuevos gravámenes, aumento de la censura en las redes sociales y otras, que figuran en un programa nunca hecho público por el candidato ganador.
Conviene apuntar que, al margen de los habituales ajustes que permitieron el impresionante triunfo de Putin, al día de hoy, fragmentada la oposición real por las ambiciones de liderazgo de los dirigentes de los diferentes grupos que están en contra del Kremlin, en unos comicios limpios, el mandatario sin duda tendría mayoría de votos sobre cualquier rival.
No es claro, sin embargo, si estaría en condiciones de conseguir la mitad más uno de los votos depositados para ganar en primera vuelta. De ahí que, para no correr riesgos, ni Putin ni los miembros de su entorno hayan aceptado que su destino se dirimiera en las urnas, mientras los operadores políticos se encargaron de hacer todo lo necesario para asegurar esa victoria sin necesidad de ir a una incierta segunda vuelta.
La gran paradoja de Putin –dejando de lado las estadísticas amañadas– es que cada vez obtiene más votos en unos comicios y, a la vez, el número de descontentos en Rusia no disminuye, sino aumenta: los que rechazan su política no van a votar y otros, indiferentes, tampoco lo hacen al estar convencidos de que todo está decidido de antemano.
Tal vez ni el propio Putin se crea que más de la mitad de los rusos aprueban con fervor la política del Kremlin, pero si lo creyera sería aún más grave. Porque sus resultados en las urnas no corresponden con la realidad y, tarde o temprano, acaba mal ese tipo de liderazgo autoritario, con índices de popularidad artificiales.