Cuidadora
erminado el almuerzo, las tres mujeres guardan en bolsas de plástico los contenedores en que a diario llevan su comida. De ese modo se evitarán el gasto en alguna de las fondas próximas al hospital, donde se encargan de atender la cocina, y además –como dicen en broma– se hacen las ilusiones de estar celebrando un día de campo, aunque se encuentren en un camellón.
Minerva es la más joven. Cuando sonríe deja al descubierto los frenos que abarcan su dentadura y le dan un aspecto aniñado. Herminia, regordeta y de piel muy blanca, se abanica con una revista de espectáculos y comenta con sus amigas que ya le empezaron los bochornos. Rosario, la veterana del grupo, usa el pelo entrecano muy corto y tiene sobre los labios un bozo tupido que no se depila porque, ¿ya para qué? No hay galanes a la vista, ni los quiere.
II
Las tres cocineras se vuelven para responder al saludo de Fabián, el camillero, que desde lejos les muestra su reloj para indicarles que ya es hora de que vuelvan al trabajo. Ellas responden a la chanza con señales obscenas y enseguida retoman la conversación acerca de sus próximas vacaciones.
Minerva: –No veo la hora de que llegue el miércoles para que nos vayamos a Cuautla. A Ezequiel no le dieron vacaciones. ¡Pobre! Me da mucha pena que se quede, pero me voy. Mis hijos necesitan tomar sol y yo también: ya tengo las piernas tan blancas que parecen de pollo. (Animada por las risas de sus amigas se dirige a Herminia.) –Y tú, ¿siempre te vas a Zacatecas?
Herminia: –Sí. El jueves tempranito. No me gusta que Reynaldo maneje de noche. Siempre ha tenido muy mala vista, pero es tan vanidoso que sigue negándose a usar lentes.
Rosario: –El día que nos contaste de tu viaje estabas ilusionadísima y hoy te noto medio desanimada, ¿por qué?
Herminia: –Reynaldo me salió en la mañana con que su mamá va a acompañarnos.
Rosario: –¿Y por qué no te lo dijo antes? Minerva: –¡Qué pregunta! Pues para evitarse una bronca con Herminia. Ha de haber pensado: a esta me la agarro de sorpresa para no darle tiempo a que cancele nuestros planes.
Rosario: –Oye, Herminia, pensé que tu suegra era muy buena onda y que te llevabas muy bien con ella.
Herminia: –Sí, pero no significa que la quiera encima de nosotros todo el tiempo: come en la casa sábados y domingos, cuando Reynaldo y yo salimos de compras nos acompaña, ve la tele en mi sala... Debería entender que mi marido y yo queremos estar solos aunque sea una vez al año.
Minerva: –El problema es otro: tu Reynaldito sufre de mamitis; pero no te preocupes, no es el único. Mi hermana Eugenia se queja de lo mismo. (Se vuelve hacia Rosario.) Y tú, ¿qué vas a hacer en vacaciones?
Rosario: –Quedarme. Necesito pintar mi recámara. Además, mi vecina no tiene quien le cuide a sus perros mientras ella se va a ver a sus hijos a Tampico y me pidió que los recibiera en mi casa.
Herminia: –¿Otra vez? El año pasado también te los encargó.
Rosario: –Pues sí, pero no puedo negarme. Ella es buena conmigo: me ayuda, paga mi gas cuando no estoy en la casa, cuando me vengo a trabajar le dejo mi basura para que me la tire.
Minerva: –Eso no le da derecho a dejarte a sus perros cada vez que se larga. Yo en tu caso le hubiera dicho: Lo siento, no puedo cuidarte a...
¿Cómo se llaman..?
Rosario: – Killer y Rambo. Son muy cariñosos, pero como todos los animales, hacen diabluras.
Minerva: –Pues permíteme decirte que eres muy buena gente y tu vecina abusa de ti. Podría dejar sus mascotas en una pensión. Hay muchas y no son nada caras.
Rosario: –Ay, no, ¡pobres! De por sí los perros sufren tanto cuando no ven a sus dueños; ahora imagínate cómo se sentirán cuando los meten en un lugar extraño.
Herminia (oye su celular y contesta: –Sí, no me di cuenta. Dile que estamos en el baño o lo que quieras. (Corta la comunicación.) Era Olga para decirme que Justina nos está buscando. ¡Píquenle, vámonos!
III
Rosario lee el menú para la merienda de los enfermos. El de la cama ocho será dado de alta el miércoles. Volver al lado de su familia, después de semanas de hospitalización, será para él como salir de vacaciones. La reflexión la hace pensar que también pasará los días santos en su casa, cuidando a los perros. Lo que a Minerva le parece un sacrificio a ella le resulta una experiencia muy grata: Rambo y Killer la acompañan, con su actividad destierran la quietud de la casa y con el tiradero de juguetes que dejan por todas partes le recuerdan las muchas veces que, cuando era niñita, su madre la reprendió amorosamente por cometer la misma travesura.