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Aeropuerto: ¡súbale a su radio!
E

ra lunes de Semana Santa, hace ocho días; ¡Súbale a su radio!, escuché mientras avanzo por atiborradas avenidas de la capital, bajo 25 grados de temperatura, al final de la tarde. El locutor, conductor del programa, está alterado, con voz descompuesta increpa a López como él llama al candidato de Morena, como él le llama hace tiempo, pensando que es una forma de humillarlo, un intento de que su amplio margen de ventaja en las encuestas descienda. No imaginó que la respuesta en las redes sería: Pérez apoya a López, Martínez está con López, Ibarguengoitia vota por López y así docenas, cientos de veces, devolviendo el sarcasmo mal intencionado con una ironía fina, popular, irrebatible. Nos apellidamos como nos apellidamos y no nos avergüenza.

Por las tardes, al regreso de mi despacho, escucho alguno de estos programas furibundos contra AMLO. Su consigna es sembrar dudas, odios, desprecio por el candidato que han convertido, enfermizos que son, en centro de sus preocupaciones; lo atacan si habla o si no habla, por opinar o por re­servarse alguna opinión, por sus aliados o por sus contrincantes, por su familia o por sus amigos. Hago este ejercicio por dos razones; una como penitencia por mis pecados, al igual que un personaje de Chesterton lo hacía acudiendo a las peores y más aburridas tertulias o a desafinados conciertos. También para estar al tanto de la campaña de calumnias del momento y poder así, en mi ámbito de influencia, hasta donde alcanzo, rebatirla.

Esa tarde el tema era el del aeropuerto, obra emblemática del régimen que agoniza, elefante blanco del sistema, turbio de corrupción a escala superior, motivo de debates y coco del sistema.

Le han achacado a López Obrador que es autoritario, que elude los debates y trata de imponer sus puntos de vista; es tenaz, firme, me consta, pero no se cierra a la argumentación; unos días antes, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y él acordaron discutir el tema del nuevo aeropuerto en una mesa en la que participarían cinco empresarios, otros tantos del equipo de AMLO y cinco del gobierno. La propuesta fue bien recibida y aplaudida por quienes la escucharon, que no eran pocos al tomarse la civilizada decisión.

Al otro día, sin embargo, se dieron cuenta de que estaban reconociendo que el triunfo de López Obrador es inminente y que lo trataban ya, no como un peligro, sino como un interlocutor válido; los que se percataron primero brincaron y manifestaron que no participarían en esa mesa y que la conclusión del aeropuerto no tiene marcha atrás. La verdad es que se tuvo un rasgo de honradez intelectual del cual casi inmediatamente se asustaron y arrepintieron. En el fondo, su temor es que Morena y AMLO, también tengan razón en lo del aeropuerto.

El conductor del programa, junto con otros voceros oficiales u oficiosos del sistema, hacían entonces, el lunes pasado por la tarde, esfuerzos desesperados por cambiar el rumbo que tomaban las cosas en ese tema puesto en la mesa por el candidato de la delantera; esa misma mañana, en forma brillante, en el programa de la insustituible Carmen Aristegui, el ingeniero Javier Jiménez Espriú, del equipo de López Obrador, había dado cátedra sobre el asunto.

Hizo notar que el lugar donde se está construyendo el aeropuerto no pudo haber sido más mal escogido; subsuelo arcilloso, tierra ondulada por dentro, impregnada de salitre, antiguo lecho del lago salado de Texcoco, inestable, minado de riesgos. Me quedó claro, la opinión de un experto tan calificado mostró que continuar con la obra es echarle dinero bueno al malo; entendí que si ya vamos perdiendo una cuarta parte del costo programado, sería absurdo incrementar más la pérdida por capricho o codicia. Se adivinan en el trasfondo, compromisos de negocios y apuestas por grandes ganancias futuras.

El proyecto inicial fue de 169 mil millones de pesos, hoy es de 250 mil millones, lo gastado hasta hoy, unos 30 mil millones, constituiría una pérdida, sin duda menor que la que acarrearía el cerrar, tanto el aeropuerto actual de Ciudad de México como el militar de Santa Lucía. Entendí en esa lúcida entrevista, que saldría mucho más caro concluir las obras del elefante blanco que invertir en los dos aeropuertos que ya están funcionando y que son compatibles entre sí.

El acuerdo entre empresarios y candidato puntero fue una decisión de buena fe de ambas partes y hubiera sido el principio de un debate serio, con argumentos, tanto técnicos como financieros; hubiera sido un ejercicio abierto, transparente y leal ante la opinión pública. Lamentablemente les asustó esa posibilidad a quienes están acostumbrados a la guerra sucia, a las calumnias, a los ataques bajos e inmorales y no saben de campañas propositivas y dirigidas a la inteligencia de los votantes. Como leí en algún lado, les dolió hasta el alma un acuerdo entre AMLO y el CCE para buscar una valoración creíble del problema.