asta hace poco tiempo la posibilidad de que la balanza de hidrocarburos de México fuera deficitaria era impensable. Ocurrió por primera vez en el segundo semestre de 2015 y a partir de entonces el déficit ha crecido hasta alcanzar en 2017 más de 18 mil millones de dólares, ritmo que no parece haber disminuido en el primer trimestre de 2018. Pocos lo previeron oportunamente. Mientras tanto el gobierno seguía haciendo cuentas alegres. Cuando la realidad se impuso los ilusos pensaron que era una situación pasajera y otros, más radicales, argumentaron que el déficit era irrelevante. Hoy continúan creyendo que la reforma energética pronto revertirá dicho déficit, sin precisar el cambio fundamental de condiciones que lo haría posible.
El sostenido deterioro operativo de Pemex que desembocó en la crisis de 2017 se refleja con nitidez en el comercio exterior de petróleo y gas natural. Los principales factores determinantes del estado actual de la balanza comercial de hidrocarburos son la caída de la producción y la consiguiente baja de su exportación; el desplome del volumen de crudo procesado en sus refinerías y el menor rendimiento de gasolina y diésel; la amplia brecha entre el precio del petróleo crudo exportado y el correspondiente a productos importados; y el crecimiento de la demanda interna de gas natural y de productos petrolíferos. Los datos duros de los últimos tres años pintan un panorama sombrío y es difícil imaginar los cambios de tendencia que permitirían reducir, a corto y mediano plazos, el déficit de la balanza de hidrocarburos.
La exportación neta de los hidrocarburos líquidos –crudo y productos petrolíferos– descendió a menos de 400 mil barriles diarios en 2017, nivel que contrasta con los 1.8 millones de barriles diarios registrado en 2004. Las importaciones de gas natural alcanzaron 4.6 mil millones de pies cúbicos diarios en 2017, lo que equivale aproximadamente a 767 mil barriles diarios de petróleo crudo equivalente. Así, el déficit neto de hidrocarburos fue del orden de 367 mil barriles diarios. Conviene subrayar que las exportaciones totales de crudo sólo lograron cubrir 84 por ciento del valor de las importaciones de productos petrolíferos. Destaca el déficit de petróleo y gas natural con Estados Unidos, tanto en términos de volumen como de valor. Éste ascendió el año pasado a 14.7 miles de millones de dólares.
La dependencia de las importaciones de gas natural es motivo de creciente preocupación. En 2017 su volumen ascendió a 4 mil 932 millones de pies cúbicos diarios y 94 por ciento provino de Estados Unidos, casi todo por gasoducto. Las importaciones de gas natural del país han crecido en años recientes y todo indica que lo seguirán haciendo a mediano plazo. La expansión prevista de la red de gasoductos y la puesta en marcha de nuevas centrales eléctricas que consumen gas natural ampliarán la demanda. En 2017, 62 por ciento del gas consumido en el país fue importado. Más revelador aún es que, al eliminar el consumo propio de Pemex, 84 por ciento de las ventas a terceros fue de origen importado, lo que subraya el dominio de la importación.
El caso de los combustibles automotrices también es paradigmático de la dependencia de las importaciones de México. En 2017, 71 por ciento de la demanda interna de gasolina fue satisfecha con importaciones y 66 por ciento de la correspondiente a diésel. El desequilibrio del comercio petrolero con Estados Unidos refleja, principalmente, el crecimiento de las exportaciones de combustibles automotrices de refinerías de la costa estadunidense del Golfo. Sus ventas a México han resultado particularmente atractivas pues permiten sostener elevados niveles de utilización de su capacidad instalada. En 2017, 56 por ciento de las exportaciones estadunidenses de gasolinas y sus componentes fluyeron a México y, desde la perspectiva de nuestro país, en los primeros dos meses de 2018, 96 por ciento de las importaciones de gasolina y de diésel provinieron de Estados Unidos.
La elevada dependencia de las importaciones de productos petrolíferos y de gas natural son la consecuencia directa de la degradación de las refinerías mexicanas y de la rápida caída de la producción de gas natural. Pocos países en el mundo, con un mercado interno de combustibles del tamaño del de México, son tan dependientes de las importaciones y, en particular, de las que provienen de un solo país, lo que plantea complejos problemas de seguridad energética.
Los riesgos de una interrupción del suministro de hidrocarburos estadunidenses a México que resulte de factores fortuitos, climatológicos, estacionales y regulatorios se ven ampliados por la bajísima capacidad actual de almacenamiento de productos petrolíferos en México y la nula capacidad para almacenar gas natural. La caída de la oferta interna y crecientes rigideces logísticas pueden afectar el balance operativo diario en algunas regiones. Esto expone al país a una mayor volatilidad de precios y a que éstos se disparen puntualmente.
La creciente dependencia de hidrocarburos importados debe evaluarse en el contexto del franco deterioro de la relación bilateral de México con el gobierno de Donald Trump, y la posibilidad de que estas importaciones sean utilizadas como un instrumento de la política exterior estadunidense. Asimismo, si la negociación del TLCAN llegara a fracasar, México perdería la protección normativa del tratado en relación con el comercio bilateral y no prosperaría su eventual ampliación al área energética.
*Investigador visitante en el Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia.
Fue director general de Pemex en 1994-1999