n los rumbos de la Villa de Guadalupe se levanta una imponente construcción que en la fachada principal reza: Instituto Mier y Pesado
. Al cruzar las rejas y subir por una amplia escalinata, se penetra por unas puertas de cristal y herrería en el mismo estilo y... uno se queda deslumbrado. Aparece un enorme salón rectangular con piso de granito blanco y negro, altas columnas, vitrales y un elegante mobiliario de madera fina con muebles de piel, en estilo art deco. La imaginación nos traslada al lujoso vestíbulo de un hotel de Chicago de los años 20 del siglo pasado.
El asombro continúa al salir al inmenso espacio ovalado del que se desprenden crujías en panóptico. Amplios pasillos rodean el patio en sus tres pisos, a los que dan los iluminados salones de clase y la biblioteca. Es una escuela de niñas que tiene mil 300 alumnas, que cursan desde prescolar hasta preparatoria. Como regalo especial hay un museo primoroso. Fue obra de los arquitectos Juan Segura y Manuel Cortina.
Es uno de los inmuebles de la Fundación Mier y Pesado que tiene también escuela para varones, hogares para adultos mayores y una casa de salud. Estas instituciones son el legado de una pareja generosa y humanitaria que destinó su cuantiosa fortuna a ayudar a los necesitados.
Su historia es muy interesante: Antonio de Mier y Terán y Celis, miembro de una familia prominente de la capital, se casó en 1863 con Isabel Pesado de la Llave, de parientes opulentos de Veracruz.
La cuantiosa fortuna que heredó le permitió al marido dedicarse con éxito a distintas empresas. Entre otras, fundó el Banco Nacional Mexicano, que habría de convertirse en el Nacional de México, y construyó el drenaje de la Ciudad de México.
La pareja tuvo sólo un hijo que falleció un día después de nacer. El dolor de la pérdida afectó la salud de los cónyuges y por instrucciones médicas se trasladaron a Europa, donde baños termales, se aseguraba, los sanarían. Se quedaron muchos años en París, ciudad en la cual ambos fallecieron con 13 años de diferencia. Don Antonio nombró a doña Isabel heredera universal y albacea.
Mujer culta e inteligente, que escribió poesía y sus memorias, redactó personalmente su testamento con gran detalle. Como muestra de que eran auténticos filántropos, dejaron toda la fortuna para obras de beneficencia que manejaría una fundación. Esto incluía su casa de la ciudad, cerca de la plaza de Santo Domingo y su residencia de descanso en Tacubaya. Esta última era tan enorme que tenía lago y un riachuelo; una parte la destinó para que fuera casa de salud para las personas más pobres. Mandó fundar una escuela para indígenas desposeidos, un internado escuela de niñas y hogares para ancianos desprotegidos.
Afortunadamente, los albaceas que designó y los patronos que hasta la fecha manejan la fundación han tenido el cuidado de proveer los medios para que sea posible sostener tan bondadosas obras. Mandaron construir inmuebles que les proporcionaran rentas: en 1930 encargaron el edificio Ermita al innovador arquitecto Juan Segura, quien diseñó una obra de vanguardia que alberga comercios, un conjunto de departamentos de diferentes dimensiones y un cine. También edificó el conjunto habitacional Isabel, ambos en una parte del predio de la mansión de Tacubaya, así como el edificio corporativo en el centro de la ciudad. En Orizaba, Veracruz, construyó el llamado Castillo Mier y Pesado que fue sede de una casa hogar.
La casona que la pareja Mier y Pesado tenía aledaña a la plaza de Santo Domingo se habilitó con locales comerciales que también generan rentas. Así, la fundación tiene finanzas sanas que le permiten cumplir a cabalidad la voluntad de doña Isabel.
Ya que andamos aquí hay que aprovechar para comer en los altos del hotel boutique Domingo Santo. El restaurante está en la azotea de los portales de evangelistas de la bella plaza de Santo Domingo; la entrada es por la calle de Cuba 96. La vista es espectacular. El día de nuestra visita probamos el tiradito de atún y mango, la crema de huitlacoche y unas costillitas de puerco al adobo y orégano.