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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios LXXVI

¿Q

ué, estás loco?

Así me preguntó mi hermano Marcelo Bitar Letayf, tras leer mi anterior artículo, en el que hacía referencia a varias posibles medidas para que aficionados y curiosos se interesaran por las novilladas, ya que pena me daba y en momentos hasta enojo sentía al ver el graderío casi desierto.

Nos reunimos y abundó en su crítica ya que, como todo el afamado doctor en economía que es, me preguntó si tenía idea de los costos de mi chifladura.

Obviamente, no los sé, pero lo que sí sé es que los costos de operación de la empresa con tan escasa concurrencia también andarán por las nubes.

Y por ahí seguimos, y como, al igual que él, los amables lectores pueden creer que ando tras un hueso taurino, lo mejor ha sido cerrar ese capítulo y abrir otro dedicado también a los empresarios.

Así que… adelante con los faroles.

El rey del temple

Tal vez los pocos aficionados de antaño que queden, recordarán con gran cariño y admiración a la llamada Diosa rubia del toreo, la gran Conchita Cintrón, una maravilla como torera y otro tanto como caballista, quien, tiempo después, vino a radicar a México y a deleitar a propios y extraños con sus maravillosos y sensacionales artículos y remembranzas.

Ahora bien, se preguntará el amable lector, ¿por qué razón encabezo estas letras con Jesús Solórzano Dávalos?

Y vaya que para ello bien me asiste la razón.

También fue empresario, y debo hacer hincapié en que también fue una figura.

Lo de la empresa comenzó más o menos en 1938, cuando Jesús llevó su indiscutible torería a varios cosos de Sudamérica, y al llegar a Lima conoció a muy destacadas e importantes personalidades y también a una hermosa jovencita llamada Conchita Cintrón; haciendo memoria de ese encuentro, lo rememoró Carmelita Madrazo en su sensacional libro El rey del temple.

“Hasta que apareció Jesús Solórzano y con una sola entrada en el tentadero tres vidas cambiaron.

“Lo habíamos visto y admirado por primera vez en la magnífica producción mexicana ¡Ora, Ponciano! en donde salía de torero y galán, y el enorme éxito que tuvo la película le valió un contrato para la temporada.”

Entre las personas que le habían presentado estaba el señor Ruy Da Cámara –entre maestro y apoderado de Conchita–, y Solórzano, una vez que la vio en acción durante una faena, le dijo: Estos bueyes son muy marrajos ¿por qué no lleva usted a Conchita a mi tierra? Ahí podría torear ganado de casta.

Sería una magnífica idea, pero en México no tengo facilidades necesarias para una cosa así –respondió.

“Vaya –protestó Chucho–. En México también hay buenos amigos y ganaderías. Mi cuñado (don Paco Madrazo) es dueño de una de las más grandes del mundo, y le aseguro que le ofrecerá las becerras que quiera.”

Cabe incluir en este relato parte de otro histórico libro, escrito muchos años después por la propia Conchita, que tituló Recuerdos: Conforme han pasado los años, he podido apreciar cada vez más, la generosidad de este torero mexicano. El hecho de que un matador de toros, en pleno triunfo, se haya parado un momento para pensar en una chiquilla aficionada, tiene, a mi ver, un mérito extraordinario.

Volvamos con Carmelita Madrazo: Conchita Cintrón tenía clase, montaba estupendamente y cuando echaba pie a tierra el valor era sobrado. Chucho sabía de antemano que el público mexicano disfrutaría viéndola rejonear y no se equivocó.

Cuando la Diosa rubia del toreo vino a México por Jesús Solórzano, y como él y Alberto Balderas habían comprado una camada entera a los ganaderos de La Punta, con frecuencia estaba ella en el cartel a lado de los dos amigos toreros.

Y dejó plena constancia de ello: Toda mi vida taurina se la debo a Chucho Solórzano. Gracias a él toreé 250 corridas, muchas de ellas con él y Balderas. Yo no soy muy afecta a las estadísticas, pero creo que fueron 35 tardes las que alternamos juntos.

Y alguien le preguntó:

–¿Le gustó al pueblo peruano el toreo de Solórzano?

–¡Ufff! Desde la tarde en que Chucho y La Serna torearon en Lima, todavía se escucha Paira en el viento. Está allí, por la famosa Alameda que daba a la antigua plaza de Acho, secular y con aquel barrio de gente pobre, pero muy alegre, que bailaba La marinera después de las corridas de toros; durante años y años se tuvo el recuerdo de una de las grandes faenas que realizó Chucho. En verdad que fue muy querido en Lima.

(Continuará)

(AAB)