Venalidad y desvergüenza de magistrados electorales
Anticipado descrédito y justificadísimo sospechosismo en los próximos comicios
Sergio Pitol nos hará falta para saber de la vida
ada tengo en contra del caballeroso protocolo que establece: ladies first. Salvo, por supuesto, al subir a un automóvil, en cuyo caso, si la dama habrá de viajar junto a la puerta, el caballero ingresará primero y se correrá hasta el otro extremo del asiento o, a la entrada de un restaurante en que, igualmente, el varón debe ir por delante pues, de acuerdo con la costumbre, a él corresponde escoger la mesa. Me perdonarán este periclitado breviario, pero ni tantos años de sequía y vacas flacas me hacen olvidar mis primeros años de sana y distinguida formación con las madrecitas plancartinas de la congregación de San Antonio Plancarte, en cuyo internado aprendí el buen uso de múltiples cubiertos, lo que me ha permitido un comportamiento distinguido en las mesas más elegantes del reino.
Pues resulta que me veo obligado a rogarle a la recién nominada candidata independiente: Totalmente Palacio de Baillères, doña Margarita Zavala de Calderón, que me disculpe porque una malhadada noticia (de la que seguramente fue de las primeras en enterarse), me obliga a posponer la saga que sobre su candidatura había iniciado. Espero que la próxima semana podamos continuar y, además, ya desahogado el entripado que a la gente nos ha producido la increíble decisión de Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sobre el obligado ingreso de don Bronco Jaime Heliodoro a las boletas electorales.
Los griegos y los romanos tenían, con sus respectivos dioses, unos trueques y cambalaches sólo comparables a los trastupijes que se están dando cotidianamente entre los actuales partidos políticos, sus dirigentes, legisladores y candidatos.
Igualmente, griegos y romanos se pirateaban a sus deidades a tiro por viaje: Atenea por Minerva, reinas de la sabiduría. A Baco por Dionisio, deidades del vino y las degustaciones. Ares y Marte, dioses de la guerra. Mercurio y Hermes, protectores del comercio y los ladrones. (Dirigentes de la Canaco, nada tengo que ver: así lo dicen las enciclopedias.)
Y, por supuesto, Zeus y Júpiter, que ya desde entonces competían agresivamente por ver quién podía lograr el estelar, en una gran producción fílmica muy superior a Los diez mandamientos, que produjo Cecil B. DeMille.
Dejé intencionalmente para el final la mención de dos féminas que resultaron de finalistas en el torneo para designar a la diosa de la justicia. Para los griegos, la soberana de la ley de la naturaleza era doña Temis, la del buen consejo
. (Algunos le agregan la h, Themis, pero que al cabo ni suena.) Tiene tres características: una venda en los ojos que representa la imparcialidad: no mira ni conoce a quién favorece o condena. Una balanza, que le permite sopesar con absoluta objetividad el peso (el dólar, las transferencias, las acciones, que sean su voluntad
) de los argumentos, documentos, alegatos y evidencias que presente cada una de las partes. Y una espada que deja claras la autoridad y la fuerza necesarias para imponer su fallo.
Subreviario: Temis (para nosotros los helenos y algunos saltillenses) fue hija de Gea y, dicen, de Urano. (La prueba de ADN celestial estaba prohibida, si no, imaginen la hecatombe: padres, hijos, abuelos, mamás, madrastas, tíos en un mé nage ad libitum.)
Hesíodo (para mayor información consultar colonia Polanco) anotaba en sus crónicas de color que Temis encarnaba el orden divino de las leyes y costumbres
. Ella era la fuerza moral de los sistemas judiciales
.
Roma no se podía quedar atrás. De inmediato surgió a la palestra nada menos que una bella joven de nombre Justitia, que tenía las mismas características de Temis.
Por cierto, el primer monumento conocido de la diosa vendada, con balanza y espada se remonta a 1543, en la Gerechtigkeitsbrunnen, de Berna, y, el último, obviamente, el que acaban de edificar con tesón, venalidad y desvergüenza los magistrados del Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación: Mónica Aralí Soto, José Luis Vargas, Indalfer Infante y Felipe Alfredo Fuentes, quienes con interpretaciones descaradamente a modo
: irracionales, impúdicas y alejadas totalmente de los principios básicos del juramento que, seguramente, declamaron al asumir el cargo, consideraron que las travesuras confesas de don Bronco le daban a esa etapa del proceso electoral una carga de idiosincrasia a la que no se podía renunciar. Considero de justicia anotar también los nombres de quienes con toda la carga descrita, votaron en conciencia: Reyes Domínguez, Felipe de la Mata y Janine Otálora, presidenta del tribunal.
El caso es tan reciente y ha producido en la opinión pública efectos tan devastadores que no requiere de amplias explicaciones. La gente sabe lo que sucedió, pero no puede explicarse qué tan importante puede ser la inclusión de don Bronco en la boleta electoral, como para que se pague el altísimo precio del anticipado descrédito y justificadísimo sospechosismo del próximo proceso electoral. La gente comenta: dentro los siete individuos que van a dar el inapelable veredicto de quién ganó limpia, legal y transparentemente la votación del próximo primero de julio, están los cuatro magistrados –mayoría en el tribunal– que consideraron: don Bronco tiene derecho a aparecer en las boletas electorales, porque en el Instituto Nacional Electoral (INE) no fueron capaces de exhibir, demostrar dentro los tiempos, términos y formas debidas los agravios, los cochupos, los malos usos de dineros y prerrogativas gubernamentales que se le imputan. El INE no otorgó –dicen los quejosos, y el tribunal lo aceptó– el espacio imprescindible para que la defensa rebatiera dichas acusaciones.
Luego, el sabio y docto tribunal acordó: pues como todas aquellas acciones, comportamientos violatorios de la ley que motivaron y fundamentaron la decisión de negar a don Bronco su registro, aunque innegables, no traen las copias suficientes, adolecen de una sintaxis aceptable y las faltas ortográficas son innúmeras, resolvemos: No que se reponga de pe a pa el proceso, sino que, como estuvo malhechote, automáticamente se le dé la razón al contrario.
O séase la lógica jurídica de los tatarabuelos de Pedro Picapiedra: sobre todo si, con estas salomónicas decisiones, comienzan a pagar deudas absolutamente indecorosas, ilegítimas pero imprescriptibles: en 2016 el Senado eligió a los siete miembros del tribunal. Pero reflexivos, analíticos, mesurados y siempre agudos en la observancia de los tiempos, apenas designados los nuevos magistrados, los señores senadores reflexionaron profundamente y decidieron que tanto esfuerzo no debía desperdiciarse y que, ya entrados en gastos, valía la pena arriesgarse con estos noveles jurisconsultos, pero de fidelidad ya probada y alargarles su tradicional obsecuencia, unos añitos más. Ya electos para tiempos menores, los senadores decidieron ampliarles a los magistrados su existencia y, vean el regalito: a cuatro, de los que habían elegido para un periodo de tres años, pues que los crecieron a siete. Y, para que no hubiera quejas de discriminación por razones de sexo, edad o, lo que fuera, a los otros magistrados, que habían sido aprobados para tres años, se les amplió su etapa de salarios, prestaciones, seguros, asistentes, choferes, viáticos vehículos, gastos de representación etcétera.
Ya me referiré a una legislación que dedica varios artículos a las candidaturas que denomina independientes, pero a las que, les escatima, un simple renglón para describirlas, como sería su elemental obligación.
Sobre esto apenas me he asomado. Algunas dudas me quedan por plantear.
No me quedaría en paz si no agrego cuando menos un renglón para decir: los buenos, en la patria, siguen menguando: Pitol, sí, Sergio Pitol nos hará falta para saber de la vida, para amar la vida, para vivirla gozosa, plena, amorosa y entrañablemente nuestra. Hablaré de él en la huelga de tres horas de apoyo a Vallejo y los presos políticos o, cuando, sin voz dio en el Zócalo el más hermoso mensaje de rebeldía, solidaridad y esperanza en la voz de Monsiváis.