El autor nicaragüense recibirá el Premio Cervantes en Madrid
Quien no lee a José Emilio Pacheco o Juan Gelman hace muy mal; son los dos grandes poetas de la lengua moderna, explica a La Jornada
Viernes 20 de abril de 2018, p. 4
Madrid.
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez vino a Madrid para recibir el Premio Cervantes de Literatura.
Es el primer autor centroamericano en ganarlo y por eso los ámbitos académico y literario lo presentan como el heredero de la tradición literaria de su coterráneo Rubén Darío. Antes de la recepción del galardón, que será el lunes 23, el autor de más de 40 libros de novela, cuento y ensayo charla con La Jornada.
–Después de un premio como el Cervantes, ¿un escritor aspira a algo más?
–Simplemente seguir escribiendo. Esa es mi gran aspiración. Los premios no son más que mojones en el camino que marcan una vida literaria. Me hago la dichosa reflexión de que ahora puedo mirar hacia atrás, a mi obra, y digo que es digna de este reconocimiento y por eso me siento feliz. Pero no tanto como para detenerme, pues quiero seguir adelante mientras tenga ideas imaginativas en la cabeza.
–Tras una vida entregada a las letras, ¿ha llegado a una conclusión de lo que se trata esto que llamamos literatura?
–Es la vida. Es como decía Darío de la obra de Cervantes: Él es la vida y la naturaleza
. Y la literatura es eso, la vida y la naturaleza. Las experiencias, la memoria, lo que uno recuerda de lo que ha leído, todo se junta en la literatura.
–Para lo que también sería imprescindible estar enamorado del idioma.
–Así es. Tengo adoración por lo que es la lengua. Siento que escribo en la mejor lengua del mundo. Es vasta, cambiante, todos los días da sorpresas, neologismos y tiene una diversidad asombrosa; se habla de una manera específica entre la comunidad hispana en Chicago, de otra en la región andina o en el Caribe y de otra en San Antonio, Texas, o en el Río de la Plata.
“Además nuestra lengua es rica en mixtura. La lengua de la que yo vengo es la del Siglo de Oro, que todavía se hablaba entre los campesinos de la zona donde nací, pero también de la lengua náhuatl.
“En Nicaragua –prosigue el colaborador de La Jornada– de cada 20 palabras que hablamos, cinco vienen del náhuatl o del mangue. Está en todas partes esta mixtura, en las toponimias, nombres de ríos, de lagunas, de lugares... Además de los términos africanos que tiene esta lengua, que la hemos obviado históricamente porque preferimos ponerle un velo, pero me siento muy orgulloso de que también seamos africanos. Eso enriquece nuestra riqueza lingüística y nuestra propia herencia cultural.”
El quehacer literario es sobre los asuntos humanos, nada más
–Y además la hace de una sonoridad inabarcable...
–Nuestro idioma es muy sonoro, muy dulce. Y el español arcaico, también; así que todos estos emparentamientos de la lengua y los neologismos que introducen los jóvenes la hacen que sea una lengua muy viva.
–Para un autor, ¿es más pleno escribir con hambre, con dolor, con pesar?
–Es un mito que sólo se puede ser buen escritor si uno vive en medio del sufrimiento, pobreza, miseria y marginación. Eso se puede asumir como propio si uno tiene abierto el sentimiento literario, que es la compasión por los demás. De manera que la literatura se hace desde cualquier perspectiva siempre que toque el fondo de los asuntos humanos. Porque la literatura es sobre los asuntos humanos y nada más.
–En su trayectoria vital ha habido pobreza, riqueza, esa mixtura de la que hablábamos...
–Vengo de una familia de músicos pobres. Mi abuelo era maestro de capilla de la iglesia parroquial en el pueblo donde nací. Mi abuela tenía una pequeña panadería. También tenía un abuelo rico, que era cafetalero, pero mis padres formaban una familia de clase media modesta, sencilla. Mi madre era maestra y mi padre comerciante; me siento muy orgulloso de venir de ahí, me reconozco en esas raíces.
–¿Y la poesía, la suele leer?
–Muchísimo. Cuando quiero escribir una novela lo primero que hago es leer poesía, porque quiero abrirme el oído al ritmo, a la melodía de la lengua. Así que recurro mucho a la lectura poética. Cuando era adolescente en las mesas de las librerías uno se encontraba siempre a Neruda, a Vallejo, a Alberti, y ahora no sé qué tanto los jóvenes leen poesía, pero quien no lee a José Emilio Pacheco o Juan Gelman hace muy mal, pues son los dos grandes poetas de la lengua moderna. No veo cómo un joven que desee hacer literatura puede dirigirse a ésta sin leer poesía.
Una decisión desde el poder
siempre tiene efectos
–En su obra narrativa, pienso en Adiós muchachos, ¿hasta qué punto tuvo que controlar su imaginación para no adulterar sus propios recuerdos biográficos?
–Si uno aplica la regla literaria todo se resuelve de la misma manera; para mí escribir memoria o novela tiene el requisito de que sea una literatura atractiva y ésta a su vez necesita fluir con las técnicas de la narrativa literaria. Cuando escribí ese libro estaba pensando en uno de narraciones y no en un ensayo sobre la revolución sandinista. Me atraía escribir un libro que gustara, así que es un libro con personajes y tramas narrativas, aunque no sean imaginativas.
–En esa etapa, cuando estuvo metido en política, que incluso llegó a tener mucho poder como vicepresidente de Nicaragua, ¿en algún momento tuvo la sensación de que no pertenecía a todo aquello, a ejercer el poder?
–Tomar una decisión que va a tener efectos siempre crea la duda sobre lo que va a provocar. Y una decisión desde el poder siempre los tiene. Una persona que a la hora de tomar una decisión se queda con dudas y remordimientos, pues no sirve para ese oficio. Y eso es precisamente lo que me pasaba.
Creo que el oficio más frío del mundo es el de la política. Y eso mismo está en Macbeth, en Eurípides, en Aristófanes. Está en la naturaleza del poder como una pasión humana y está ahí desde el origen de los tiempos.