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Cuba: el desafío de la transición generacional
E

l hasta ayer vicepresidente cubano Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, ingeniero electrónico de 57 años, fue proclamado nuevo jefe de Estado de su país por la Asamblea Nacional, en sustitución de Raúl Castro, quien se mantiene como primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC). En la misma sesión legislativa se conformaron los nuevos consejos de Estado y de Ministros, con la inclusión mayoritaria de una nueva generación de dirigentes. Sólo tres integrantes de la nueva cúpula institucional pertenecen al grupo histórico que participó en la Revolución Cubana. Se trata, pues, de un relevo generacional en toda la línea en las máximas instancias de conducción de la isla. Por primera vez en seis décadas, el gobierno de La Habana no estará encabezado por uno de los insurgentes que pelearon en la Sierra Maestra a mediados del siglo pasado.

En su discurso inaugural, Díaz-Canel formuló los propósitos de continuidad de la Revolución pero también de actualización económica y social del país, un proceso que ya había emprendido Raúl Castro, quien a su vez sucedió en el poder a su hermano Fidel hace ya 12 años. En ese periodo el presidente saliente desarrolló una gestión eficaz y discreta, emprendió cambios moderados y cautelosos en el modelo de economía centralizada y le tocó participar en el breve deshielo de las relaciones cubano-estadunidenses que tuvo lugar en el último año de la presidencia de Barack Obama, un proceso de distensión que, por desgracia, se vio abruptamente interrumpido –y en buena medida, revertido– por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Tanto el hecho de que Raúl Castro permanezca al frente del PCC –que es el máximo organismo de poder en la isla– como el propio discurso de Díaz-Canel indican que probablemente no habrá cambios bruscos ni virajes dramáticos en la conducción política, la gestión económica ni la orientación ideológica de la nación caribeña.

Pero el principal factor de la poca movilidad de las autoridades cubanas en sus posturas tradicionales no reside en el ámbito interno sino en el externo: la renovada hostilidad diplomática de Estados Unidos en contra de los cubanos y de su régimen, así como el persistente e infame bloqueo económico impuesto por Washington en contra de la isla, no deja mucho espacio para la transformación sin poner en peligro lo mucho que ha conseguido la Revolución Cubana en materia de bienestar de la población –principalmente en salud, educación, alimentación, cultura y deporte–, soberanía y equidad social y de género.

Cabe esperar que el nuevo gobierno de La Habana encuentre, dentro de los estrechísimos márgenes que le permite el acoso estadunidense, las vías para salir del estancamiento económico y los cauces para avanzar en los nuevos desafíos sin perder el ideario que ha dado fundamento al país y que, a 60 años de la revolución, sigue siendo en muchos sentidos un referente mundial de humanismo y de dignidad.