uedan solamente 68 días para la elección presidencial, pero la coalición de la continuidad todavía no logra ponerse de acuerdo con respecto a quién apoyar, con el fin de mantener sus privilegios, prebendas e impunidad. Mientras Andrés Manuel López Obrador sigue recibiendo apoyos tanto de luchadores sociales, como José Manuel Mireles o de votantes que antes militaban en el PRD, el PAN o el PRI, Ricardo Anaya y José Antonio Meade continúan con sus luchas intestinas, su elección primaria, para saber quién tendría mejores posibilidades para derrotar al tabasqueño.
Todo parece indicar que Meade no tiene posibilidad alguna de ganar las elecciones del próximo 1º de julio. Aun con un enorme operativo de compra y coacción del voto combinado con una manipulación generalizada de las actas y los cómputos electorales y todo el apoyo de los consejeros y los magistrados electorales, muy difícilmente le alcanzaría para remontar los 20 a 30 puntos de desventaja en las encuestas. El candidato priísta en realidad no pelea el segundo lugar con Anaya, sino el cuarto con Margarita Zavala, a quienes algunos votantes desubicados todavía apoyan, a pesar del enorme fracaso del gobierno de su marido, Felipe Calderón.
Anaya tampoco es un candidato muy carismático, limpio o inteligente, pero el solo hecho de que no proviene del PRI permite que algunos sectores le den el beneficio de la duda. Tal como ha señalado el coordinador estratégico
de la campaña de Anaya, Jorge Castañeda, la única y última posibilidad de poder siquiera acercarse a López Obrador en las encuestas, y finalmente tener alguna lejana esperanza de ganarle al tabasqueño en las urnas, sería por medio de una gran alianza de la mafia del poder con Anaya.
Pero resulta que las múltiples traiciones de Anaya han generado tantas enemistades dentro de la misma clase política, que actores claves del sistema autoritario, como Felipe Calderón y Luis Videgaray, jamás aceptarían aliarse con el joven panista acusado de lavado de dinero.
La alianza transexenal entre Calderón, Enrique Peña Nieto y Carlos Salinas de Gortari todavía cifra sus esperanzas en imponer, contra viento y marea al tecnosaurio Meade. Las adhesiones de Silvano Aureoles, del PRD,y Armando Ríos Piter, amigo y cómplice de Castañeda, a la campaña de Meade lo demuestran.
Ni Aureoles ni Ríos Piter aportarán muchos votos a la campaña de Meade. Recordemos que el gobernador de Michoacán goza de una popularidad muy mermada a raíz de sus constantes agresiones en contra de la ciudadanía de su estado. El Jaguar, por su parte, tuvo que fabricar más de 1.5 millones de apoyos falsos para intentar dar la impresión de que gozaría de un auténtico respaldo popular en su búsqueda de un lugar en la boleta presidencial.
Pero la decisión de estos dos personajes de apoyar a Meade, en lugar de a Anaya, tiene una gran relevancia política. Esta elección, evidentemente, no fue resultado de una profunda reflexión
(Aureoles dixit), sino de una vil transacción y cálculo perfectamente racional con respecto a sus intereses monetarios a corto plazo.
El mensaje es meridianamente claro: el viejo partido de Estado todavía cree que le alcanzará la fuerza bruta del dinero para comprar todos los apoyos necesarios, tanto entre la clase política como entre los ciudadanos más humildes, para poder mantener su control sobre el presupuesto y la procuración de justicia federales hasta 2024.
Salinas y sus corifeos creen que el sistema político mexicano ya es una vil copia del estadunidense, donde lo único que importa en las elecciones son el dinero y las alianzas cupulares. Los mafiosos piensan que décadas de sus políticas neoliberales ya lograron convertirnos en un pueblo sin conciencia ni dignidad dispuesto a seguir servilmente la ruta del dinero y el poder.
Esta soberbia y sobreestimación de su propia fuerza constituyen la gran debilidad del sistema actual. Al insistir tercamente en la victoria de Meade a toda costa, y desdeñar la posibilidad de una alianza con Anaya, Salinas, Videgaray, Peña Nieto y Aurelio Nuño cavan su propia tumba.
La historia de México y el mundo, demuestran que las grandes transformaciones sociales pocas veces se logran solamente con base en la movilización de los de abajo. También hacen falta fisuras entre los de arriba para generar una coyuntura favorable para la victoria de las fuerzas populares.
Y todo parece indicar que 2018 efectivamente será recordado por los historiadores como un momento de viraje estructural hacia un nuevo régimen. Aunque el PRI y el PAN de repente logren superar sus diferencias durante las próximas semanas, ya será demasiado tarde para acumular suficiente fuerza para poder detener la enorme ola obradorista que ya se prepara para inundar la nación con esperanza ciudadana y llevar a cabo una limpieza profunda de todo el sistema político.
Twitter: @JohnMAckerman