Domingo 29 de abril de 2018, p. a16
Entre los escritores premiados con el Nobel de Literatura, la polaca Wislawa Szymborska figura entre quienes ejercieron el periodismo cultural. A partir de 1993, tres años antes de que le otorgaran el Nobel, publicó reseñas de libros y otros textos periodísticos en Zycie Literackie, un semanario cultural y en otras revistas, como Pismo u Odra y en el periódico Gazeta Wyborcza.
La ironía campea en todos estos textos sonrientes, amables, plenos de sabiduría y encanto.
Al contrario de los reseñistas de libros atenidos a lo que dicta la industria editorial, Wislawa otorga importancia a las monografías, las antologías, los diccionarios y otro tipo de lecturas otrora desdeñadas.
Una caja de sorpresas se abre entonces. Y mucha diversión (lo digo de corazón: soy una persona anticuada y creo que leer es el pasatiempo más hermoso creado por la humanidad
).
Con autorización de Malpaso Ediciones, ofrecemos a nuestros lectores algunos ejemplos de este libro, a manera de adelanto.
Sillas musicales
“Desgraciadamente, no puedo decir más sobre II trovatore porque, aunque yo mismo he interpretado muchas veces esta ópera, a día de hoy aún no sé demasiado bien de qué va...” Leo Slezak, el célebre tenor vienés, dejó esta confesión en sus memorias. ¡Y menudo peso me he quitado de encima! Resulta que no soy la única persona de la sala que no siempre sabe quién canta contra quién, por qué aquel que se había disfrazado de sirviente, de repente, resulta ser una virgen pelirroja y pechugona, y por qué esa virginal joven tan bien alimentada se desmaya al ver a una segunda doncella, bastante más mayor, que la llama su queridísima y finalmente encontrada hijita. Así que no soy solo yo, la gente que sale a escena tampoco sabe qué está pasando. Según parece, las guías operísticas como la de Jósef Kanski son necesarias a ambos lados de la candileja. No tengo por qué promocionar el libro: la primera edición se ha esfumado en un visto y no visto. Solamente puedo decir que examina doscientas óperas desde Monteverdi hasta los años sesenta de nuestro siglo. Dedica una breve biografía a cada uno de los creadores, una detallada descripción del contenido de la obra y, finalmente, habla de los rasgos característicos de su música. No puedo decir que haya conseguido leer las doscientas óperas de un tirón. Pero he leído todos los listados de personajes que actúan y las características de sus voces. Una dura política de personal reina en el mundo de la ópera. Un código tan inquebrantable como el de las primeras tribus rige las relaciones familiares. La soprano debe ser hija de un bajo, esposa de un barítono y amante de un tenor. Los tenores no pueden engendrar una contralto ni tener relaciones carnales con una. Un amante barítono es una rareza y, en cualquier caso, es mejor buscarse un mezzosoprano. A su vez, las mezzosopranos deben tener mucho cuidado con los tenores: el destino suele condenarlas al rol de ser la otra o la aún más triste posición de amiga de los sopranos. La única mujer barbada de la historia de la ópera (veáse El ascenso del libertino de Stravinski) es una mezzosoprano, y, naturalmente, no logra la felicidad. Por regla general, salvo los padres espirituales, cantan como bajos los cardenales, las fuerzas del infierno, los funcionarios de prisiones y, en una ocasión, el director de un hospital para enfermos mentales. Lo expresado más arriba no conduce a ninguna conclusión. Admiro la ópera, que no es la vida real, y admiro la vida, que es en ocasiones una verdadera ópera.
La guía operística, Josef Kanski, Cracovia,
Polskie Wydawnictwo Muzyczne, 2a edición, 1968
Elogio de los pájaros
Me gustan los pájaros porque vuelan y no vuelan. Porque se zambullen en las aguas y en las nubes. Porque sus huesos están llenos de aire. Por la pelusa impermeable que tienen bajo las plumas. Por esas garras que han desaparecido de las alas pero que se han conservado en las patas, salvo en esas en forma de remo, dignas también de todo nuestro respeto. Me gustan los pájaros por sus patas de palillo, y por las torcidas también, cubiertas en ocasiones por escamas púrpuras, amarillas o azules. Por su andar elegante y majestuoso, y por su cojera, que siempre da la impresión de que la tierra que hay bajo sus pies se balancea. Por esos ojillos desorbitados que nos ven a su manera. Por los picos puntiagudos, con forma de tijeras, curvos, aplastados, largos o cortos. Por las pecheras emplumadas, los penachos, las crestas, los collarines, los volantes, las almillas, los pantalones, los abanicos y los ribetes. Yo misma valoro en gran medida no solo la grisura en el pelaje del ave, la cual nunca resulta monótona, sino también el abigarramiento, el cual durante la época del celo siempre se las arregla para ofrecernos algún efecto adicional. Me gustan los pájaros por sus nidos, sus huevos y las bocas reptilianas abiertas de par en par de los polluelos. Y, finalmente, por esas voces chirriantes y melodiosas que gorjean, trinan y gorgotean. El autor de este atlas sobre los pájaros le ha dedicado una atención muy especial a todas esas voces. Por ejemplo, el pst pst tik tik
es la voz de reclamo del papamoscas gris, mientras que el bit bit cyt crr
corresponde al papamoscas negro, una diferencia sustancial que impide la confusión amorosa entre estas dos familias tan cercanas. Como es de suponer, todo intento por reproducir las voces de las aves mediante los sonidos del lenguaje humano es claramente impreciso, y sería todo mucho más fácil si el atlas incluyese algunos discos. Pero Jan Sokolowski sabía muy bien qué hacía: dada la ya conocida presteza de nuestra industria musical, un atlas como este con grabaciones aparecería dentro de setenta años. Por ello, su laboriosa aunque imperfecta trascripción merece nuestro reconocimiento; si bien, debe añadirse también que su trabajo es fruto de varios siglos de tradición literaria. Y dado que hablamos de literatura, debo decir que también me gustan los pájaros porque han revoloteado durante siglos dentro de la poesía polaca. Desgraciadamente, no todos ellos. El protagonista y el predilecto de la poesía es el ruiseñor. El águila, el cuervo, el búho, la golondrina, la cigüeña, la paloma, la gaviota, el cisne, la grulla, la alondra y el cuclillo también pertenecen a esa casta privilegiada. También encontramos a la garza, el tordo, el camachuelo, el aguzanieves, el pinzón, el mirlo y muchos otros, aunque más esporádicamente. Hay pájaros cuya existencia la poesía calla, simplemente porque sus nombres son tan desparpajados que arruinarían el ambiente lírico. Nunca me he encontrado con el verderón, el triguero, el trillador marrón o, incluso, con el bigotudo. El desafortunado chotacabras no es para nada más feo que la golondrina, pero no ha conseguido hacer carrera poética. Solo podemos albergar la esperanza de que, en el futuro, algún poeta se apiade finalmente de él o de algún porrón osculado. Al menos, este no es el peor de los futuros, ya que aún hay esperanza. Otro cantar es el de aquellos pájaros condenados por tener un nombre ambiguo. El alcaraván, el colirrojo o el gorrión solo añadirían confusión al paisaje poético. ¿Y qué pasa con la cogujada o Galerita cristata? En otra época prestó su nombre a las jóvenes doncellas y lo echó todo a perder. Un poeta que escribiese A mi tranquila choza llegó volando una galerita
, sería hoy considerado como un donjúan fanfarrón ¿Y qué tal sería el pato havelda? Un vez me senté en la empalizada y me rozó, al vuelo, una havelda....
No, no puede ser. ¿Y qué tal el pájaro combatiente? No vagues junto al Narew, vida mís, para que los combatientes no se asusten al verte...
¿Qué clase de bardo se arriesgaría por algo así? El que esos parias voladores se sientan dolorosamente afectados por su ausencia en nuestra poesía es un asunto aparte. Siempre pueden resarcirse incorporándose a la poesía de algún país extranjero en donde su nombre no pueda asociarse con ninguna otra cosa.
Los pájaros de Polonia,
Jan Sokolowski,
con ilustraciones en color
de Wladyslaw Siwka,
Varsovia, Wydawnictwa
Szkolne i Pedagogiczne, 1979