El compositor e indígenas de Wirikuta compartieron el escenario del recinto capitalino
Se estrenó la Sinfonía Tolteca, con la OSN dirigida por Michael Reisman
Gran momento para la cultura y el espíritu de México
, expresó Víctor Sánchez, antropólogo y artífice del ritual
Domingo 13 de mayo de 2018, p. 2
La noche del 11 de mayo de 2018 ocurrió una impronta en el máximo recinto cultural de México: una mujer y dos hombres indígenas ataviados con sus trajes de gala multicolores, culminaron su peregrinaje en el Palacio de Bellas Artes, donde por vez primera en este recinto fue reconocida su valía como personas, artistas, integrantes de la nación. Dos de ellos hicieron sonar su música ritual con Philip Glass y, en la segunda parte de la ceremonia, él presenció el estreno mexicano de su Sinfonía Tolteca, nacida precisamente de la gran cultura cósmica wixárika.
Se abrieron entonces las puertas de la percepción.
Amalia Medina Carrillo, Daniel Medina de la Rosa y Erasmo Medina Medina caminaron desde su pueblo, Santa Catarina, en territorio Wirikuta, para, en nombre de su pueblo, decir al mundo su verdad: esto somos.
Y pusieron en órbita a todos. Nos tomaron de nuestro centro gravitacional y nuestras caderas flotaron impelidas por el sonido dulce de un violín wirra, llamado raweri, activado por el tallo de una flor en lugar del arco tradicional de las orquestas sinfónicas.
A ese sonar se sumó la kanari, pequeñísima pero muy poderosa guitarra wixárika.
Desde una butaca gobernaba la mirada profunda de una mujer diminuta, y aún más poderosa: Amalia Medina Carrillo, en su hermoso atuendo, encarnando la fortaleza de espíritu y su papel fundamental en el sostenimiento de la cultura, el arte y todo aquello que es un ejemplo para el resto de los mexicanos, de acuerdo con el testimonio del antropólogo Víctor Sánchez, quien ha cumplido durante décadas la misión de tender los puentes para que ocurra lo que la noche de este viernes significó una gran victoria cultural del pueblo wixárika y un honor inmenso para los espectadores.
Es importante recordar cómo comenzó todo:
Hace décadas, Philip Glass leyó un libro que cambió su vida. Al igual que se hizo amigo entrañable de Doris Lessing, antes de que ganara el Nobel de Literatura, y de Allen Gingsberg, a cuya muerte Philip organizó un funeral budista, así Glass al terminar de leer ese libro consiguió los datos del autor, lo llamó por teléfono y lo invitó a comer, a lo que Víctor Sánchez, autor de ese libro, asintió no sin antes preguntar de manera natural: ¿Disculpe, es usted Philip Glass, el compositor?
Desde entonces, Philip Glass viaja continuamente a México y realiza el ritual de peregrinaje y el ascenso de la montaña con los indígenas wixárika: de ahí nació su Séptima Sinfonía, que estrenó en México la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Michael Riesman, quien es EL director por excelencia de las obras orquestales de Philip Glass, comenzando por su Trilogía Powaqaatsi, con la que conocimos ese universo de imágenes y sonidos hace décadas en México.
Hace seis meses, estos músicos wixárika, que la noche del viernes pisaron Bellas Artes, hicieron su música en vivo en Ciudad de México. La Jornada consignó así ese acontecimiento; coloco enseguida el link que conduce hacia aquella crónica: https://goo.gl/WHUJsf
La noche del viernes, Daniel y Erasmo y Philip entablaron un ritual. Porque no fue un concierto, fue un ritual.
Claro, todo concierto es un ritual, pero lo que hicieron los músicos wixárikas y Philip Glass fue abrir las puertas de la conciencia. Trasladaron al público a estancias de paz interior, encantamiento hipnótico, un umbral magnífico hacia tiniebla numen, una nube violeta que se comenzó a poblar de pequeñas luces cual luciérnagas: rojas, amarillas, anaranjadas, chisporroteando.
No un efecto sinestésico, sino el poderío de la magia.
Daniel Medina de la Rosa cantó lo que había soñado la noche anterior y en el sueño lo siguieron Erasmo, Amalia y todos los circunstantes.
Sonaron enseguida dos obras monumentales de Philip Glass: Days and Nights in Rocinha, obra cuya estructura, armazón, columna vertebral y músculo es Powaqaatsi y donde muestra su máximo poder como compositor: la sencillez, ese atributo que hace respingar y hacer mohines a melómanos que rechazan su arte fuera de serie y, por último, la Séptima Sinfonía, la gran Sinfonía Tolteca.
La manera como Philip Glass traslada la magia de la cultura wixárika al lenguaje musical es sencillo y complejo a la vez: su sistema de energía acumulativa, a partir de la técnica del phasing, que inventó Steve Reich, la puesta en marcha de pulsos rítmicos a manera de motores poderosos, una orquestación en apariencia simple, un balcón canoro impresionante en el uso del coro mixto y todo eso, unísono, convulsiona, impele, estremece, nos pone en órbita. Abre las puertas de la conciencia.
“Nos mueve a la reflexión y nos invita a la autocrítica, que se necesitó del enamoramiento de un compositor de fama mundial por los aspectos mas profundos y nobles –pero generalmente olvidados– de la cultura mexicana, para abrir la puerta de los grandes escenarios culturales de México a la presencia indígena”, me hace notar Víctor Sánchez, el artífice de este milagro.
Y comparte, en exclusiva, para La Jornada, una fotografía con el siguiente texto: “Mis amigos Philip Glass y los músicos wixárika de Santa Catarina con la Orquesta Sinfónica Nacional después de presentar la Sinfonía Tolteca y la colaboración al piano de Philip Glass con los músicos indígenas en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. Un gran momento para la cultura y el espíritu de México. Víctor Sánchez. 11 de Mayo de 2018”.
Así fue como se abrieron, la noche del 11 de mayo de 2018, las puertas de la conciencia en el máximo foro cultural de México.
Y quedan resonando en nuestras mentes y nuestros corazones la kanari, esa pequeñísima pero poderosa cual colibrí, guitarra wirra y el raweri, ese violín indígena activado por cactos y aromas y flores y el venado azul y el canto de ese señor indígena que nos narra, en esas sílabas sopladas, ventiladas, succionadas, suspiradas, lo que soñó la noche anterior y que fue lo mismo que soñamos nosotros, mi alma: Abrimos las puertas de la percepción.