eleyendo a Marco D’Eramo, a propósito del populismo (NLR, 82, 2013), encontré unos párrafos de Franklin D. Roosevelt en su discurso pronunciado el 31 de octubre de 1936, con el que cerraba la campaña electoral para su primera relección: “A lo largo de 12 años –dijo– esta nación ha tenido que sufrir un gobierno que no escuchaba, o veía y no hacía nada. La Nación miraba al gobierno pero el gobierno miraba a otra parte. [...] Potentes grupos de presión pugnan hoy por restaurar aquel tipo de gobierno, con su doctrina de que el mejor gobierno es el más indiferente. [...] Debemos combatir a los viejos enemigos de la paz: el monopolio empresarial y financiero, la especulación, el libre arbitrio de los bancos, el antagonismo de clase. [...] Habían empezado a ver el gobierno de Estados Unidos como un mero apéndice de sus propios intereses. Pero nosotros sabemos que el gobierno del dinero organizado es exactamente tan peligroso como el gobierno del crimen organizado. Nunca antes en nuestra historia han estado estas fuerzas tan unidas contra un candidato como lo están hoy. Son unánimes en su odio hacia mí, y yo acepto […] su odio con mucho gusto”. (Las cursivas son mías.)
La cita viene a cuento porque si cambiáramos el nombre del candidato y la fecha de la campaña electoral parecería que Roosevelt se estaría refiriendo al presente en México. Dicho sea de paso, el ex presidente estadunidense fue calificado como populista por propios y ajenos, aunque vale añadir que en esos años el concepto no tenía el carácter peyorativo que tiene ahora y desde que Richard Hofstadter publicó The Age of Reform en 1955. Este historiador de Estados Unidos, por cierto, fue uno de los precursores en asociar el populismo a la extrema derecha omitiendo deliberadamente que también había sido una categoría aplicable a la izquierda, más a la reformista que a la radical. De aquí que señalara que el populismo era también autoritario y que nos planteaba una utopía que ve hacia el pasado en lugar de ver hacia el futuro.
Para algunos intelectuales mexicanos, sobre todo para los defensores del statu quo, el populismo de López Obrador implica, al ser invocado, una connotación no sólo peyorativa sino descalificadora: nos quiere regresar al pasado y es autoritario
. No ven en el populismo, en nuestro caso de izquierda, una tendencia progresista que si bien omite la mención de la lucha de clases para sustituirla por pueblo contra la oligarquía y ésta contra el pueblo, nos sugiere que el país debe tener un gobierno que no mire a otra parte y que no sea indiferente a las necesidades del pueblo (parafraseando a Roosevelt).
El concepto populismo es escurridizo e inaprensible incluso para los politólogos más serios. No hay una definición que valga la pena citar, pero aun así se sabe que tiene que ver con lo popular, con el pueblo, aunque sea sólo en el discurso. En Estados Unidos y en Europa tiene diferente connotación que en América Latina, pero incluso en esta región ha habido populismos de derecha (Getulio Vargas o Perón, por ejemplo) y de izquierda reformista, como el de Lázaro Cárdenas o el de Haya de la Torre. No se puede generalizar ni usar indistintamente para unos y otros sin un adjetivo complementario. Antes no era peyorativo, sino que se asumía como una forma de diferenciación de aquellos regímenes que ignoraban al pueblo o que sólo lo mencionaban para legitimar sus políticas en su contra bajo un discurso que lo incluía (casi siempre tutelado como si fuera menor de edad). Para poner un ejemplo, Getulio Vargas, después del golpe de Estado en Brasil (1937) instauró su Estado Novo, nacionalista, sí, pero en oposición a las libertades del pueblo brasileño, entre éstas la de asociación y la de manifestación. Cárdenas, en cambio, fue un promotor de la organización de los trabajadores rurales y urbanos, además de nacionalista. Ambos populistas, pero uno de derecha y el otro de izquierda (atacado éste, como se sabe, por la derecha y el anticomunismo feroz que se desarrollara a sus anchas en los gobiernos sucesivos).
Se acusa a López Obrador de populista que quiere regresar al pasado y se pasa por alto que el candidato de Morena ha planteado, insistentemente, mejorar las formas de vida del pueblo que, para los últimos gobiernos (que representan un pasado que no debe continuar), no ha merecido ser visto u oído ni mucho menos atendido en sus necesidades básicas. Obama mismo dijo en 2016 (cito de memoria) que si preocuparse por la gente pobre que no tiene oportunidades de avanzar y de tener una voz colectiva en su centro de trabajo, si los niños no están recibiendo una educación decente y si los impuestos no son justos, entonces supongo que soy populista. Peña Nieto, que estaba reunido con él y con Trudeau (de Canadá), y que había hablado en contra del populismo, ya no dijo nada. Quedó en ridículo como todos los que abusan del concepto para descalificar políticamente al contrario que no quiere, como tampoco la mayoría del pueblo mexicano, más de lo mismo.
¿Es populista AMLO? Digamos que sí, y ¿cuál es el problema?