Confundir racismo con populismo
l año pasado, John Kelly visitó Ciudad de México como secretario del Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos. En esa ocasión hizo una declaración que el primer mandatario de México y el titular de Relaciones Exteriores se tomaron en serio: los mexicanos, dijo Kelly, son bien recibidos y respetados en aquel país; no se les perseguirá porque son parte importante de la economía. Hace unos días ese mismo funcionario aseguró que no todos los mexicanos son malas personas, pero no cuentan con la suficiente preparación y educación para adaptarse a las costumbres de EU; no se integran bien, no tienen aptitudes. No está claro si su declaración es parte de la grosera estrategia ultranacionalista del presidente Trump o es producto de una lectura tardía del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, para quien se corre el riesgo de crear un subgrupo de segunda clase en ese país, si la creciente migración de mexicanos no se asimila a la cultura sajona. Para no quedarse atrás, el propio Trump subrayó el dicho de su jefe de gabinete, calificando de animales a ciertos migrantes.
Lo que sí está claro, y aunque no se quiere admitir, pero se ha afirmado hasta el cansancio, es que sin la intervención de la mano de obra mexicana en diversos sectores, como servicios, construcción y buena parte del agrícola, la economía estadunidense estaría en serios problemas. Ese hecho quedó demostrado cuando varias decenas de jornaleros mexicanos se quedaron en su casa para evitar ser detenidos en redadas de las autoridades migratorias. Debido a la ausencia de ellos en el campo, las cosechas estuvieron a punto de perderse y en consecuencia millones de dólares. Por ello, más de una organización patronal exigió que las redadas se detuvieran para evitar un gran daño a su economía.
Esta obviedad no quieren admitirla ni Trump ni los adláteres que lo acompañan deturpando a quienes han llegado a EU, no para medrar, sino a trabajar para ganarse la vida y contribuir a su economía. Cualquiera que se haya percatado de la demanda que existe de la mano de obra mexicana lo mismo en ciudades que en pueblos, en el campo o en la fábrica, puede dar constancia de ello.
La retórica no populista, sino abiertamente racista, de quienes quieren ganar votos a costa de ellos, a la larga se volteará en su contra, como ha sucedido a través de la historia de esa y otras naciones.