¡Que ruede el balón!
Un fracaso de la selección local no inquieta a los rusos, que prefieren el hockey sobre hielo
Jueves 14 de junio de 2018, p. 4
Moscú
Llegó el día más esperado para dejar de ver partidos de preparación, pero habrá que seguir en ascuas hasta saber dentro de un mes cuál será el siguiente gran equipo en levantar la copa, desde que el primer rival de México, el domingo siguiente, Alemania volvió a ganar un Mundial, el anterior en Brasil-2014, y desde las diez de la mañana de hoy, hora de México, si prefiere saltarse la ceremonia de inauguración con las payasadas de siempre y emocionados discursos que nadie escucha, podrá usted ser testigo privilegiado de la guerra de 64 batallas –unas más que otras, desde luego– que se dará en tierra rusa.
Podrá sentirse, aunque no sentarse, en las gradas del estadio Luzhniki y sin las molestias de llegar dos horas antes para pasar los controles de seguridad, gracias a las transmisiones vía satélite, en caso de no ser uno de los afortunados compatriotas que pudieron cruzar el charco atlántico para hacer escuchar su voz contra las rotaciones de Juan Carlos Osorio, abucheado en el estadio Azteca en su último partido de preparación en territorio nacional a pesar de que ganó México a Escocia por un gol de diferencia. El eco de inconformidad llegó hasta Copenhague con ese 0-2 para olvidar, la más reciente debacle de la era osoriana.
Desde el otro lado del mundo, usted podrá ser uno de los que conforman la mitad de la población del planeta que sin estar físicamente estarán ahí gracias a los satélites, igualito que hace 52 años el pájaro madrugador –sin albures, por favor, que esto es algo serio y así se llamaba el prodigio de la tecnología espacial de esa época– hizo felices a los mexicanos que vimos por primera vez un mundial, el de Inglaterra 1966, a miles de kilómetros de distancia.
Cabezazos y bostezos
La Copa de Rusia 2018 arranca este jueves con un partido ideal para dormir, sobre todo si usted se desveló anoche, Rusia contra Arabia Saudita. Pero los señores de la FIFA serán todo menos tontos y, tras pedirle a la Providencia una manita para arreglar un sorteo a modo, nos deleitan con un enfrentamiento de esos en que saltan chispas, por los cabezazos que se da el espectador tras, varios involuntarios bostezos, caer de su sillón y estrellarse de frente en la pantalla del televisor.
Lo menos que podemos hacer –habrá pensado el poco infantil Gianni Infantino, sucesor de Blatter al frente de la FIFA– para corresponder a las numerosas muestras de hospitalidad recibidas del Comité Organizador es que el anfitrión gane su primer partido.
Del rival de Rusia poco se puede decir –y ni modo de preguntarle a los cinco mexicanos que viven en Riad, y trabajan en la Avenida Abdullah ibn Hudhafad Al-Sahmi, el embajador Juan Alfredo Miranda Ortiz, y sus cuatro colaboradores, a reserva de que encuentren voluntarios para cubrir las dos vacantes que tenía hasta hace poco la misión diplomática–, por lo cual se perdonará que nos limitemos a constatar que su entrenador es el hispano-argentino Juan Antonio Pizzi.
Pizzigol o Macanudo, como lo conocen sus cuates, es sin duda un profesional que desquita cada dólar y hasta consiguió que sus muchachos metieran un gol y estuvieran a punto de empatar con Italia, en un partido de preparación reciente.
Como futbolista, a mediados de 1991, cuando en Rusia se produjo el fallido golpe de Estado contra Mijail Gorbachov, simple coincidencia histórica, decidió irse a jugar a Europa, al Tenerife, después de una breve estancia en Toluca donde marcó 12 goles y un par más en encuentros de copa.
Como técnico Pizzirrucho–caray, también responde a ese sobrenombre, igual que Marco Antonio– no consiguió que Chile clasificara al mundial de Rusia, tras sustituir a Jorge Sampaoli, conocido únicamente como Sampa, y a tiempo se hizo cargo de Arabia Saudita, precedido de la fama de ser una opción ganadora, pues según le dijeron sus asesores a Salman bin Abdulaziz, el rey que firma los cheques, nació en la ciudad argentina de Rosario y, como Lionel Messi también es originario de ahí, vale la pena probar con él.
Por suerte para Rusia, El Lagarto, al parcer el último apodo del ex goleador Pizzi, ya no juega, sólo entrena y, por tanto, la Sbornaya debe ganar en su debut, pero como sus integrantes, y sobre todo su director técnico, Stanislav Cherchesov, son tan malos –la selección rusa, desde octubre del año anterior, no fue capaz de ganar ninguno de sus siete partidos de preparación, recibiendo sonadas golizas y, para cerrar con broche de madera, la semana pasada hizo tablas con Turquía, que se quedó fuera del mundial–, pueden empatar e incluso, para amargar del todo el día a Putin, perder.
Si llega a suceder uno de estos dos escenarios indeseados, a no dudar será atribuido por el aparato de propaganda a una conspiración antirrusa promovida por Estados Unidos y Gran Bretaña contra el Kremlin, pero por suerte no habrá ninguna tragedia que lamentar en este país.
Ni suicidios ni infartos
En otras palabras, ningún ruso, en su sano juicio, podría suicidarse por los fracasos de su selección ni corre el riesgo de sufrir un infarto. Ni que fuera brasileño, podría argumentar un decepcionado aficionado ruso.
La explicación es muy sencilla. Por estas fechas suele escucharse que el futbol es es el deporte favorito de los rusos. Ciertamente, al preguntar a un ruso a qué equipo le va, las respuestas más comunes son al Barça, el Real Madrid, el Manchester City, el Juventus y hasta no sería raro que hubiera un seguidor del Standard de Lieja, embelesado como se quedó hasta ahora, cuatro años más tarde, por los inverosímiles paradones de Memo Ochoa en aquel memorable partido contra Brasil, suficientes para conseguir un contrato en España para calentar la banca del Málaga, recién descendido a segunda después de que el suplente en tierra andaluza y siempre titular de la portería mexicana emigró a Bélgica.
De igual manera se dice que los rusos, la víspera del respectivo campeonato mundial, prefieren el hockey sobre hielo. Antes se disputaban con Canadá, en legendarios partidos, el trono mundial sobre las pistas de hielo, pero cada vez les cuesta más esfuerzo levantar la copa, a no ser que sea de vodka, desde que sus mejores jugadores se van al otro lado del Atlántico atraídos como imán por los sueldazos que les ofrecen. Los futbolistas ya no se van ni a equipos de segunda división en Europa ni falta que les hace con sus ingresos desorbitados.
El propio Putin, que ya no puede practicar el judo por una lesión en la espalda, prefiere ponerse los patines y forma parte de un exclusivo equipo de hockey sobre hielo que, junto a connotados magnates de su primer círculo de amistades, todos patinan peor que él, compite por ser el mejor en un minitorneo privado que, cuando surge un paréntesis en la agenda del principal patinador, se juega de vez en cuando por las noches. Dicen que siempre gana su equipo.
Para mañana viernes, no olvide usted poner el despertador a las siete (hora de México) para no perderse el obvio (sinónimo de justo, permítase la licencia semántica en este caso) triunfo de la Celeste, Uruguay, que ya necesita otro título para sacudirse los dos Mundiales conquistados que pesan sobre sus espaldas, si Mohamed Salah no sala su debut y Egipto da la sorpresa.
Luis Suárez, Edinson Cavani y demás delanteros uruguayos tienen la oportunidad de contribuir a que, por fin, caiga el tercero, para lo cual tendrán que emular al legendario Alcides Ghiggia, cuya anotación en 1950 provocó el Maracanazo y recibió hace poco más de medio millón de votos en la página web de la FIFA para ser considerado el mejor gol, por lo que significó, en un campeonato mundial.
A la hora de la siesta en San Petersburgo, gesto previsor que se agradece, está programado otro encuentro merecedor de implacable olvido: Marruecos contra Irán, que sólo será visto con enardecida pasión por 114 millones de personas, aproximadamente la suma de habitantes de ambos países.
Y a la hora de echarse un tequila antes de comer, a la una de la tarde (otra vez en horario mexicano), en el balneario de Sochi, tendrá lugar el primer partidazo de esta edición y se despejará la duda acerca de quién le da un baño a quién: España a Portugal o Cristiano Ronaldo a España.